viernes, 13 de julio de 2012

Mirinda protegida


En el bar la de Betty llaman Gollum a Montoro. El nombre se lo puso Honorio, el de las chanclas. Aunque, en realidad fue la pelirroja.
Al día siguiente de irse el ministro con el rabo entre las piernas y escalabrado por el botellazo del taxista comentaban lo sucedido. Se preguntaban cómo se le ocurrió a Paquí hacer eso al ministro y la reacción inesperada del taxista ensimismado. Elucubraban si habría ido Montoro al hospital o si volvería por allí. El portero decía que después de la agresión no volvía. Honorio dijo que si.

-Ese es como el muñeco ese, como se llama, el de la película esa del Señor de los anillos, el que decía ‘mi tesoro’. Como se llama..

A lo que la pelirroja, sin levantar la vista del libro que estaba leyendo, en el extremo de la barra dijo, Gollum.
-Eso. Gollum. No veis el tono de voz que le sale cuando se quiere hacer el amiguito amable y la maldad que se le ve en cuanto se relaja? A demás que se parece, con las orejas disparatadas y esos gestos que hace. Pero sobre todo por el tonillo que le sale. Verás como vuelve.

No todos habían visto al película, pero a todos le gustó referirse al hombre trajeado con la maleta ministerial colgándole del brazo y los rizos escasos de su alopecia asomando sobre el cuello de la rígida camisa de tonos azules o rosas, según el día, como Gollum

-Es verdad que parece que se rie de la gente. Pues después de este hachazo que han dado con el IVA, después de recortar la sanidad, ….

-Y a los parados y a los funcionarios, dijo el zapatero sin dejar de terminar la frase a Betty, que lo miró como si lo fusilara.
-Decía que no se le deja entrar, si aparece.

-Pues veras como viene. A ese le gusta decir que entiende al pueblo.
-Yo creo que te equivocas.

No se equivocaba Honorio. Esa misma tarde, a la misma hora de la anterior, cerca de las nueve, empujó la puerta del bar.
-No es usted bien recibido aquí. Dijo Betty antes de que Montoro acabara de abrir.

-Buenas tardes a todos. Dijo sin hacer caso a las palabras de rechazo que había provocado su aparición. Y llegó con su cartera hasta la barra.
-Creo que le han dicho que no es bien recibido. Dijo Honorio.
-Perdóneme usted, pero este es un lugar público y un servidor viene a tomar su refresco.

Betty salió de detrás de la barra, el taxista se movió de su taburete, Honorio se ajustó las gafas, el zapatero se ajustó el cinturón de su pantalón, el de la coca cola se puso los guantes de reparto y la pelirroja cerró su libro después de doblar la esquina de la hoja para dejar una señal de lectura. Se fueron todos hacia Montoro y lo empujaron hasta la puerta.
-No sé cómo no le da vergüenza aparecer. Vaya con el cuento a otra parte.

Fue rodear los seis al hombre del traje oscuro y aparecer de la nada cinco matones como armarios, todos con pinganillos colgándole de la oreja. Lo rodearon, apartaron sin miramientos a los habituales del bar de Betty, y colocaron al ministro en el mismo sitio donde pretendía, junto a la barra.
Como si fuera el auténtico Gollum, con voz meliflua, falsa y atiplada, como si no hubiera pasado nada, dijo:

-Me pone mi Mirinda, ¿por favor?
Betty se la puso y el tipo bebió protegido por los matones del pinganillo, también trajeados.

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