sábado, 26 de noviembre de 2016

Marcos Ana, en la memoria de la gente



Fueron todos. Lo propuso Betty y a nadie se le ocurrió dudar. Echó el cierre y se pusieron en marcha todos juntos, como cuando las manifestaciones. Del brazo y en silencio bajo la lluvia. Calándose por las calles de Madrid un sábado, chapoteando por el Barrio de las Letras, hasta el número 40 de la calle Lope de Vega.
Honorio, desolado junto a su amigo menos para el mus, fue quien se lo dijo a Betty y ya la dueña del bar se encargó de ir informando a todos, tanto a los que estaban junto a la barra como a los que iban llegando.
-Ha muerto Marcos Ana.
-No jodas.




Así se fueron enterando el portero, el zapatero y su hijo, la hija de Betty y la chica de la ORA, la pelirroja, la señora que siempre prueba suerte en la máquina tragaperras, Paqui, el taxista que pareció salir de su ensimismamiento, la rubia del estanco, incluso los dos de la fibra óptica que al ser sábado en principio no tendrían que estar allí. Betty le puso un whatsApp al viajero.
Todos conocían a Marcos Ana. O estaban al corriente de quién era. Lo habían visto alguna vez en el bar en compañía de otro amigo de Honorio, a quien conocía del Partido, y también sabían de él por lo que contó el viajero, que lo había tratado o hablado con él. Lo admiraban por lo que tenía pasado y lo querían por lo que representaba. Su elegancia, la paz que irradiaba a pesar de la vida que había llevado, su ausencia de rencor, su esperanza de cambiar un mundo injusto. Se dice pronto, 23 años en la cárcel franquista, entre los 19 y los 42. Dos condenas a muerte. El preso político que estuvo en prisión más tiempo y salió, gracias a la ayuda de Amnistia Internacional, sin odio. Y con 96 años seguía paseando, haciendo gimnasia, acudiendo a manifestaciones.
Respetaban al poeta y se pasmaban con lo que les contaba el viajero que había dicho: Agradecía los homenajes y los premios “que están por ahí colgados en algún sitio, pero para mí era suficiente porque yo he vivido la vida que he querido vivir y no tengo que sufrir por eso. Desgraciadamente otros compañeros pasaron también por la cárcel, dejaron allí lo mejor de su vida y luego se han hundido en un abismo, en el anonimato y nadie se ha preocupado de ellos. Y sin embargo yo sigo vivo y en la memoria de la gente”.
Los parroquianos del bar de Betty lo tenían por hombre íntegro y admirable. Muchos no sabían que en realidad se llamaba Fernando Macarro Castillo y que lo de Marcos Ana era seudónimo para escribir sus poemas clandestinos y que tal nombre que le quedó para siempre lo sacó de su padre, Marcos, y de su madre, Ana. Tampoco sabían que, tras salir de la cárcel, con tantos años de vida perdida, recorrió el mundo contando su peripecia y buscando la solidaridad internacional con los presos del franquismo, que dirigió desde París el Centro de Información y Solidaridad (CISE) con Pablo Picasso de Presidente de Honor. Sí, que escribió sus memorias en 2007, que las tituló como uno de sus poemas, ‘Decidme cómo es un árbol’.
Honorio supo, por la nota que repartió el PCE que había sido ingresado en el hospital Gregorio Marañón de Madrid, con pronóstico grave. Y por lo que le contó Diego, el amigo que cuidaba de Marcos, que se cayó, que se hizo mucho daño en la espalda y ya en el hospital le encontraron de todo. Ya no salió.
Los dieciséis echaron a andar juntos desde el mismo bar, agarrados del brazo. Llamaban la atención  porque parecía manifestación. Ocuparon casi media fila del auditorio Marcelino Camacho de la sede de CCOO de Madrid, donde estaba instalado el velatorio. Se colocaron en silencio mirando el cuerpo tapado con la bandera republicana, viendo la cara serena, como dormida. Agradecieron haber llegado con tiempo, porque el anfiteatro se fue llenando hasta los topes. Llegó un momento en que no podía entrar más gente. Los del bar de Betty vieron caras conocidas de la política, el sindicalismo y la cultura honrando la memoria del poeta. Alguien les señaló a Marcos Macarro, el hijo, que no pudo contener la emoción y recitó Mi casa y mi corazón, uno de los poemas más conocidos de su padre. Y vieron a la actriz Tina Sainz que llegó con un ramo de rosas. Y al también actor Juan Diego Botto, que recitó el poema Decidme como es un árbol y hizo que saltaran las lágrimas de Honorio, cuando dijo de Marcos Ana: Él es lo que este país debería haber sido”.


Los del bar de Betty, confundidos entre el gentío, también levantaron el puño y cantaron La internacional, mientras veían las fotografías que se iban proyectando de la vida Marcos Ana: de la cárcel, de sus recitales, de sus manifestaciones.

Volvieron a desandar el Barrio de las Letras bajo la lluvia, en silencio, cabizbajos. Honorio les levantó algo el ánimo cuando les contó lo que había dicho en una entrevista: “yo me acuerdo del director de una prisión que era bastante bestia. Un día me cogió por las solapas, me dijo, pero tú por qué cojones luchas. Y le respondí, pues, mire usted, yo lucho por una sociedad donde no le puedan hacer a usted lo que usted me está haciendo a mí”. 

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