miércoles, 27 de julio de 2016

Grándola


El viajero le cuenta a veces y Betty, después en el bar, comparte con los que medio escuchan o medio parlotean. Luego Honorio o el portero, o el zapatero o el amigo de Honorio repiten lo oído, y la historia, y los hechos, se van deshilando, transformando, de manera que puede ocurrir que se mejore el relato o se acabe tergiversando los hechos.
Lo que entendió Betty fue que el Alentejo portugués es un paraíso por descubrir y encima tan cerca, al lado; que tiene playas interminables de arena fina y limpia, que también tiene acantilados impresionantes que guardan playas recoletas. Y que la gente es encantadora. Luego también aseguró haber oído algo de unos palafitos como fantasmas en el barro, de unos lagos separados del mar por una duna respetada, de las espectaculares puestas de sol, del compromiso cívico de los gobernantes portugueses para con sus costas, y que todo eso pasa en unos kilómetros al sur de Lisboa, a la altura de Grandola, la vila morena que cantó José Afonso, aunque ahora tiene poco que ver como ciudad.



El zapatero, a quien nunca gustaron los portugueses hasta que llegó el que para él es el mejor futbolista que ha visto en los campos de hierba,  mezcló lo que le oyó a Betty con su cosecha, ésta sacada  de sus convencimientos estéticos y morales y de la reciente Eurocopa, siempre alrededor del fútbol. Así que aclaró que el mejor futbolista que había visto es portugués, pero no se llama Ronaldo, sino Joao Alves y jugaba en la UD Salamanca con guantes negros. Proclamó que los portugueses son melosos por naturaleza, aunque al ganar la Eurocopa se han vuelto locos y que Grandola, el pueblo de la canción, se ha muerto. Y añadió por su cuenta que si a él no le gustaban los portugueses es porque los conocía bien, aunque era conocedor de su importancia en la historia, el mismo Magallanes nació en el Alentejo portugués.
Nadie corrigió al zapatero ni le aclaró que Magallanes era portugués, pero no del Alentejo, que era del norte.  Quien sí nació en Sines fue Núñez de Balboa.
Así se entera la gente de las cosas. Lo que contó el viajero fue lo de la chica simpática que trabaja en la oficina de turismo de Alcacer do Sal, una de las ciudades más antiguas de Europa, cruzada por el estuario del rio Sado. La chica portuguesa llenó al viajero de mapas y de direcciones y le confesó que vivía en Grandola. No lo dijo con entusiasmo, pero eso no evitó que al viajero le parecía algo mágico y de presumir. Pues no, no solo no le decía nada a la muchacha, ni la historia ni el paisaje, sino que por ella no volvería.
-Allí no hay vida ni nada que hacer.
El viajero buscaba una foto tanto como pisar una tierra de leyenda, la vila morena que inmortalizó José Afonso con su canción, la segunda señal de que la Revolución del 25 de abril iba adelante. Hizo la foto, la de un lugar que hoy sestea olvidado. Hay un muro conmemorativo en el centro del pueblo, en el que está escrita la letra de la canción: una pared que nadie lee, conquistada por los jóvenes del monopatín.
Los clientes del bar de Betty tampoco tienen en la cabeza ninguna magia con Grámdola. Solo Honorio se acordó de que la canción fue prohibida porque el régimen de Salazar decía que era una música del partido comunista de Moscú  y se convirtió luego en símbolo no solo de la revolución de los claveles sino de la democracia en Portugal.

Y el viajero no habló nada de la Eurocopa, tan solo que se veía a los portugueses agolpados en los bares y terrazas. Pero si dijo de la playa de Comporta, o la de Santo Andres, o de la península de Troia; o de los palafitos fantasmas de Carrasqueira, esos paseos de madera a punto de caerse, sujetos por palos y postes en imposible equilibrio, sobre un barrizal donde quedan varadas las barcas: hasta que sube la marea y los pescadores salen de faena al estuario de Setúbal.  Y contó del payaso de Porto Covo y de la playa dulce y salada de Vila Nova das Mil Fontes; del efecto imponente que consiguen las catedrales de piedra, en Zambujeira, o de la puesta de sol en la praia Fonte del Cortizo. Acercamientos imprescindibles.

Lo que entendió Betty, y lo que más le interesó, fue oír hablar del paraíso alentejano, de su descubrimiento. Con Honorio compartió el aplauso por el cuidado de las playas, lo cívico, por la idea de no explotar los recursos; los aparcamientos suficientes y fuera ellas. Y la limpieza.
-Vamos, como las del Mediterráneo.

La dueña del bar sabía de lo que hablaba por había estado allí. No de vacaciones, no. Y dijo que tuvo un novio portugués, justo de Grándola, anda que, y del que no quiso decir más. Pero aprovechó para señalar que los españoles tenían que aprender mucho de los portugueses en muchas cosas. Ahí introdujo el zapatero el nombre de Joao Alves.
Honorio no reparó, ni en el novio ni en el futbolista: estaba haciendo un discurso que solo escuchaba Betty.
-Los portugueses son más trabajadores que los españoles y tienen más visión de futuro. Señor mío: si haces una autovía, pues incluye área de descanso, unos servicios; si tienes una playa pues cuídala, no mates la gallina de los huevos de oro. Hay que aprender de los portugueses.
El zapatero preguntó si los portugueses se acordaban de Joao Alves, y también si Cristiano Ronaldo es un héroe y si Portugal se paralizó el día de la final de la Eurocopa.
El viajero quiso saber en qué tiempo estuvo Betty con el novio de Grandola, si le cantó la canción, si estuvo cerca de la alegría de los claveles.

Pero Betty desapareció por la puerta de la cocina. Dejó a Honorio con la palabra en la boca y al viajero sin cuento.

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