viernes, 15 de abril de 2016

Hacienda offshore


Honorio llegó indignado al bar de Betty. Se le notó nada más entrar porque lo hizo empujando con estrépito la puerta y prepinando además un portazo para cerrarla.
-Eh, que la puerta no tiene la culpa-. Reprendió la hija de Betty
El jubilado pidió un café para recuperar el aliento y la tranquilidad
-¿Qué te pasa?- Preguntó Mariano, su amigo íntimo, salvo para el mus.
-Calla, no me hables.
El amigo calló, sabía cuándo no debía decir nada y conocía bien que sería el propio Honorio quien hablara en cuanto tomara aliento. Y Honorio inició su  monólogo, apenas interrumpido para dar sorbos cortos a su café que se iba quedando frío con la pasión del hombre indignado.
Se puso a contar lo que le había pasado en la delegación de Hacienda del barrio. Y se vio pronto que llegaba irritado por lo que le había ocurrido y por la coincidencia: era el mismo día en que se supo que Aznar hizo trampas con Hacienda.

Antes dijo, y fue aplaudido por el zapatero, que le parecía alucinante que ningún periódico, ni El País, ni El Mundo, ni el ABC, ni La Razón se hubiera hecho eco en la portada de la noticia.
-Son todos iguales, ya no se distinguen-. Aseguró la hija de Betty.
Y su amiga, la chica de la ORA, aprovechó para hacer comparaciones:
-O sea que si es Monedero lo crucifican todos y en los telediarios, igual. ¿Y lo de Aznar no es noticia?, qué vergüenza.
-Qué vergüenza de Aznar y del periodismo-. Añadió el zapatero.

El taxista ensimismado no parecía enterarse de lo que se hablaba y  Honorio se limitó a asentir con la cabeza porque ya estaba con su propia peripecia.

Que fue a entregar un papel al registro: una cosa que consiste en que te pongan un sello para que conste que lo has entregado. Punto. Pues sacó número... Bueno, no lo sacó él, que hay un funcionario junto a la máquina de los números y pulsa él, para qué coño sirve la maquina si tiene que tener a un tío al lado. Pues para esa gestión del registro le tocó el número 25, iban por el 12 y esperó a que le tocara una hora.
Y a Honorio le dio tiempo a observar a la gente, en la sala de espera atestada. Como no había llevado nada para leer y no le apetecía darle conversación a la señora que se empeñaba en hablarle a su lado, se estuvo fijando y cabreando.

El tipo de la máquina de dar los números no estaba solo, había otra mujer a su lado, ésta sentada en una mesa que traducía a los usuarios lo que decía el de la maquina o lo que indicaba otra funcionaria que estaba tras un mostrador, a unos metros, la cual había dicho a un hombre latinoamericano, que llegaba con su cita previa, que no obstante pasara a sacar número. Ahí se liaron un poco el hombre de la máquina y la mujer sentada a su lado, pero si ya viene con el número.
El  hombre sudamericano, tranquilo, colaborador y algo sumiso, se acercó a la máquina. El funcionario se encogió de hombros y su compañera, sentada en la mesa, las piernas cruzadas, se erigió en intérprete: miró a su compañero de los hombros encogidos y a su compañera del mostrador.  y le dijo por su cuenta al hombre paciente que ya tenía número de la cita previa, que sí pero que se lo han dado para otra cosa.
-Y que tenía que pedirlo de nuevo.
Y el  sudamericano paciente se atreva musitar lentamente, pero si lo saqué hace una semana, ¿debo esperar otra?
-Y los tres funcionarios se encogieron de hombros.
La sala amplia estaba atiborrada de gente mirando a la pantalla, P1, 19, mesa 1, C43, mesa 2.
Y llegó la chica de seguridad,  con sus cartucheras y su porra y sus esposas colgando, que los que tengan número para la planta 2 suban a la planta dos, aquí solo los de la planta 1.
La señora sentada junto a Honorio le volvió a sonreír, le intentó contar que a ella, otro día le pasó lo mismo, que estaba esperando en la planta uno y era en la dos.

Y de pronto la pantalla se quedó parada
Así que ni C2 ni N2, ni P4. Desde los mostradores iban cantando los números, pero sin que nadie se aclarase, por el griterío, por la cantidad de gente, porque unos eran de cita previa y otros del hombre que custodiaba la máquina expendedora de números.
Una  funcionaria salió del mostrador a encararse con la sala, a decir que si no guardaban silencio nadie se iba a enterar, y como viera el murmullos de hartazgo se defendió asegurando que a ella no le hacía ninguna gracia salir a decir los nombres, que ella no tenía la culpa de que se hubiera caído el sistema.
-La tenderemos nosotros-, parece que dijo Honorio,  que  recibió inmediatamente el apoyo de la señora que intentaba entablar conversación.

Al otro lado de la señora había tres miembros de una misma familia: la madre y la pareja, a
Honorio no le quedó claro de quien era la madre si de la una o si del otro, solo oyó lo que decía:
“A esta te juro que la voy a tirar de los pelos. Me ha hecho venir tres veces la hija puta. Mira que cara de mal follá tienes. Ya el otro día me quedé con ganas de mandarla a tomar por culo. Hoy como no me acepte el papel le meto”. Los hijos la intentaban tranquilizar.
A Honorio no le sorprendió ni el lenguaje ni las intenciones violentas de la  mujer ni los valoró, porque iba cargando su propia  indignación y gastando su despensa de paciencia; tanto por la espera exagerada como por la señora que insistía en conversar.

Desde la 9,15 que llegó hasta las 10. 30 que salió de la oficina, acumuló todo el cabreo que llevó puesto al bar de Betty. Eso para entregar en registro un papel.
Bueno pues tenía el número 25, en el 20 volvió a funcionar la megafonía y la pantalla que mantenía atentos a todos los usuarios cargados de paciencia y perdiendo su tiempo. Así que puesta en marcha, se puso a llamar al 14, al 15…hasta que se reconpuso.
Cuando  se fue el 24 y Honorio pensaba que llegaba por fin, se puso a hablar la funcionaria con quien parecía ser su jefe. Le planteó un problema interno de organización, de horario, de otra compañera que se puso mala. El jefecillo no tenía prisa y la auxiliar, su peloteo fue como lo definió Honorio, tampoco. Y esos cinco minutos fueron los que hicieron estallar a Honorio. Pero como se contuvo y esperó,  apretada la mandíbula sin mover un músculo, a que pusieran el sello a su papel, lo pagó con la puerta del bar de Betty.
Cuando acabó de contarlo, el café se la había quedado frio. Pero parecía calmado, aunque se volvió a indignar con lo de Aznar, y lo del ministro Soria,  y lo de Bertín Osborne.

-A esos no le da número el de la maquinita de la oficina, ni sacan cita previa-. Se solidarizó el zapatero
-El día que vuelva Montoro le preguntas, por qué- apuntó Betty.

-A ver si tiene cojones de volver por aquí.