miércoles, 24 de junio de 2015

El enfermo del corazón y la maltratada

Triste, renegrida, delgada, los ojos bajos.. Va dejando en el muslo de cada viajero, o en el hueco del asiento o en la funda del portátil o sobre la cartera, un papelito escrito a mano. No es una poesía. Ahí dice, con letra temblorosa, irregular:

 "Fui una mujer maltratada. Tras 23 años he salido de eso. Ya hace tres meses que vivo sola, con mis cuatro hijos. De salud estoy bastante bien pero no de economía. Vivo de lo que saco en el metro. Muchas gracias".

Y con un humillado, "disculpe", deja el manuscrito. Tras hacer el reparto por todo el vago, desanda el camino y recoge el mismo papel. Sin éxito.
Nadie le ha dado nada. Ni una moneda, ni un céntimo, ni una mirada solidaria.
Unos la miran cuando acerca su mano al muslo donde posa el mensaje, otros lo recogen y se lo entregan como si así le ahorraran trabajo y como si se lo quitaran de encima.
Ella sigue diciendo "disculpe" y se va a otro vagón.

En el mismo trayecto de metro, solo que con unas decenas de minutos de diferencia, el hombre se planta en medio del vagón. Tiene muchos años, la cara gastada, el cuerpo vencido. Dice con voz clara y audible:

"Estoy enfermo del corazón y no puedo trabajar. Vivo en una habitación solo, que pago con lo que saco del metro. No puedo tomar vino ni sal, así que lo que me den es para comer"

Y va viajero a viajero, acercándose, pidiendo para comer. En los veinte metros de largo que tiene el vagón una docena larga de personas ponen monedas en la mano tendida del hombre operado del corazón.

La mujer maltratada no recauda ni una sola moneda. ¿Por la hora? Entre una y otro pasa poco rato y no se perciben cambios significativos en los viajeros ni en su edades ni en su extracción social. ¿Por la manera de decir? ¿Es más grave la operación que el maltrato? ¿Pone en marcha la piedad antes un hombre que una mujer?

Esto no es un estudio sociológico ni una investigación de campo. Es la crónica postátil de un suceso observado y constatado de un viaje en metro. Todos oyen y escuchan el lamento del hombre. Y se conmueven. Nadie quiere ver, menos leer, el mensaje de la mujer. La ignoran.