jueves, 12 de febrero de 2015

Filtrador profesional


Entra agitado, con prisa, con la corbata naranja, el abrigo sobre los hombros del traje azul, las orejas disparadas -más si cabe- las gafas de pasta cuadradas, un rizo rebelde sobre el cuello, un gorrito para el agua cuando no va a llover, quizá para pasar desapercibido, y lo que parece ser una sed infinita. Antes de contar los tres pasos que separan la puerta de la barra, Betty ya ha dispuesto un vaso con un hielo y una Mirinda.
Él toma la botella y la vacía casi de un trago, mientras con un gesto de la mano pide otra a la mujer tras la barra. Esa segunda Mirinda es la que escancia en el vaso con un hielo dispuesto en la superficie de aluminio.
Los dos guardaespaldas con su pinganillo se quedan a la puerta, custodiándola. De hecho la franquean para que el zapatero salga de estampida, como hace cada vez que aparece el ministro por el bar. En el televisor sale la imagen de Montoro, de modo que resulta una cierta perversión que la misma figura, la misma corbata y el mismo personaje se encuentre en la pantalla y al mismo tiempo apoyado la barra del bar de Betty. Como un truco de un prestigiador caprichoso.
-Hay que joderse.
Honorio da un codazo al aire, porque el zapatero, su par, hace treinta segundos escasos que ha salido a escape, como cada vez que entra el Gollum del gobierno. Acaso no se da cuenta de que se ha marchado o no quiere dársela, por despiste o por interés, el caso es que se pone a hablar en voz alta. Muy alta. También puede ser que tenga apagado el sonotone, o puesto el volumen la mínimo, cosa que hace con ostentación cuando algo no le interesa. La cuestión es que el jubilado de las chanclas y los calcetines de colores intercambiados habla como si diera un mitin, declamando en una suerte de imitación de Fernando Fernán Gómez en el Viaje a ninguna parte. Señoritoooo.
-Menuda semana que lleva este.
Hace aspavientos y podría parecer que no se sabe a quién se refiere si a la imagen de la tele o al hombre de la barra que toma su refresco. Pero acaso se trate de una ambigüedad calculada por parte del viejo, puesto que habla de éste y no de ése. El negocio es  hablar de Montoro pero sin dirigirse a él, castigándolo con el látigo de la indiferencia.
-Los del cine, que baje el IVA y él contesta que no ha ido contra el IVA de la cultura. Con el Monedero, ese no veas, filtrando que si tiene que si no. Con los inspectores de Hacienda, cabreados. Si es que no para de hacer amigos
-Cumplo con mi deber señor mío- Dice el ministro sin mirar a Honorio, como si fuera una reflexión en voz alta, como si le devolviera el feo..
-Sera el deber de su partido. No te jode. El deber del IVA, los de la lista esa del banco suizo. Aqui solo pagan los de siempre. Los amigos de estos, ni uno.
Lo de Honorio es provocador. Acciona con los brazos, engola la voz, la eleva como si anduviera irritado. Se dirige a la imagen de plasma con alarde, ignorando ex profeso al de la barra, como si fueran cosa distinta.
Montero quiere explicarse e intenta organizar su discurso. Debe pensar que el bar de Betty es el parlamento y que le han dado el turno de palabra
-Escúcheme usted.
-Cuidadito que aquí no manda ¿eh? No oigo nada, ¿alguien oye algo?
Betty sospecha que Honorio está un poco sobre actuado y le avisa
-No te pases
-Escúcheme usted. Si me va a entender.
Pero Honorio, como un sordo loco, agita los brazos y exagera, dando a entender que ni oye ni piensa escuchar. Quien escucha atentamente es la chica de la ORA, que quiere decir al ministro a ver qué demonios tiene con Podemos. Que los deje en paz, que mire a los verdaderos defraudadores.
Ya se ha dicho que a ella no le cae especialmente bien Monedero, o sea que ella es de Pablo, pero no puede consentir la inquina de un ministro de Hacienda que filtra el nombre de un ciudadano y le amenaza con tomar represalias. Piensa decírselo y sabe que si no lo hace se arrepentirá, que lo tiene delante. Pero no lo dice porque no tiene regularizada su situación personal, ni la nacionalidad ni la residencia. La propia hija de Betty le hace un gesto, al llevarse el dedo a los labios. Así que no dice nada y no se lo va perdonar.
Tampoco dice el portero que, al contrario que el zapatero, él en realidad no tiene nada contra ese señor de los rizos en el cogote que aparece por el par de Betty a conocer la España real, como dijo un día. Así que oye a Honorio, por el siente simpatía, aunque cree que es un exagerado, pero ni corrobora nada ni dice nada al ministro. Tampoco lo mira, no vaya a dirigirle a él el discurso.
La pelirroja no dice nada porque sigue enfrascada en su lectura, así que ni sigue la perorata de Honorio ni las explicaciones del ministro.
El taxista por su parte mira el vaso vacío, puede que busque en su fondo el sentido de la vida. Paqui está en silencio, sentada en un taburete, las uñas un poco descascarilladas, el pelo rubio con falta de una visita a la peluquera, el bolso colgado de su codo, el rímel bien perfilado. A prudente distancia del taxista.
Betty los mira. Esta mañana no le interesa el discurso de Honorio, mucho menos el del ministro. Solo está atenta a que el jubilado no se pase porque ha de velar por la filosofía del bar. Un bar debe estar abierto, acoger a quien pase para beber o para decir o para hacer tiempo. Un bar no tiene que ser un sitio acogedor, que todo el que entra esté a gusto. Eso lo sabe porque es una profesional. A todo cliente, un respeto, tanto los de confianza como los que no. Así que está pendiente de que Honorio no se pase. Pero lo que ella mira es el espacio que hay y no hay entre el taxista y Paqui. No va a preguntar, pero sabe que cuando la cadena se rompió en la Marcha del Cambio, la rubia y el taxista siguieron juntos. Ese eslabón no se soltó, aunque ahora, mientras el ministro y su imagen televisiva parlotean, parezca que hay una distancia insalvable.
-Permítame usted- Intenta decir el ministro.
-Qué coño voy a permitir yo. Dice Honorio
Y como un resorte, como si hubieran sido llamados, aparecen los dos guardaespaldas que se colocan en posición de combate –defensa o ataque- al lado del ministro.
-Tranquilos, señores.
En la pantalla del televisor un diputado a la salida del Parlamento dice a un micrófono que el ministro es un filtrador profesional. Que filtra a conveniencia de sus intereses. 

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