viernes, 18 de diciembre de 2015

Del "Es usted un Ruiz" al puñetazo


En el bar de Betty ha habido un verdadero debate y una auténtica tertulia. Al menos tan reales, tan argumentados y tan apasionados como los que se han producido en radios, televisiones, periódicos, redes y medios afines al Gobierno.
El verdadero debate del bar de Betty se celebró el martes por la mañana, es decir, al día siguiente del de la tele y no había ni cámaras ni fotógrafos ni paraguas, ni tertulianos explicándolo. Por no estar no estaba ni Betty.
En el remozado bar estaban a las diez de la mañana Honorio y su amigo íntimo salvo para el mus. Los dos solos, mano a mano. Betty puso ante ellos sendos cafés con porras, bajó el volumen de la tele y salió a sacar la basura.
Así que quedó el televisor mudo con imágenes de la Sexta, el bar vacío y los dos jubilados apoyados en la barra dando cuenta de las porras
Y la tertulia fue el viernes, pero más tarde, a la hora de los aperitivos, con cañas y vinos y los pinchos de bacalao que sigue haciendo Betty aunque haya remozado el bar, y con los que todos se chupan los dedos. Se hizo  no porque fuera la víspera del día de la reflexión, sino porque en el bar de Betty se habla sin parar, se dicen cosas al tuntún, se interrumpe, casi no se escucha, se eleva la voz, se insulta a veces también a los presentes, pero se reflexiona mucho. En ambos casos, debate y tertulia, llevó la voz cantante, como casi siempre Honorio.
El debate se centró en el presunto insulto de Sánchez a Rajoy, eso de la decencia. Y la tertulia giró en torno al puñetazo que el sobrino de la mujer de Rajoy propinó con su mano izquierda. El zapatero es ocurrente y dijo que quizá por eso dicen algunos medios que fue un izquierdista. Pero el comentario no tuvo mucho recorrido. Todos en el bar estuvieron de acuerdo en que eso no se hace, sea quien sea el presidente del gobierno. Y dicho eso, se habló mucho de la torticera utilización mediática y política del asunto.
El debate lo inició Mariano. Hablamos del debate del lunes, en el que el que Pedro Sánchez dijo a Rajoy: “el presidente del gobierno tiene que ser una persona decente y usted, señor Rajoy, no lo es”. Decimos que empezó Mariano porque así se llama el amigo íntimo, salvo en el mus, de Honorio. Dijo que se equivocó gravemente, que el socialista tenía razón en todo lo que iba diciendo, que llevaba ganado el debate y que ahí se pasó. Que no se puede insultar a la gente, que se pierde la razón si se hace.  Que ahí embarró el debate porque el otro le dijo lo de “hasta aquí hemos llegado” y luego lo de “Ruiz,  mezquino y miserable”.
Honorio utilizó la táctica que suele. A saber, mira fijamente a su interlocutor como si quisiera convencerlo de que escucha con atención e incluso que lo que está diciendo tiene interés. Para decir, cono dijo a Mariano, su amigo, que no sabía lo que estaba diciendo. Y enumeró, también como suele hacer: primero, no dijo más que una verdad, lo que ha venido haciendo Rajoy, con la Gurtel, que le paga las vacaciones, con Bárcenas, que le dice aguanta Luis, con el Partido, que rompe a martillazos lo ordenadores…. Eso no es decente. Y hay que decirlo así. Su amigo intentó colocar en ese punto, algo así como pero es que insultar…pero Honorio no dejó terminar la frase, y la tapó con un rápido pero es que los debates están para decir las cosas, más insultó luego Rajoy. Y ya no hay un segundo punto, ni un tercero, aunque cambie de objeto. Y tras defender de nuevo el buen uso del concepto de decencia, pasó Honorio a exponer que lo que más le llamó la atención del debate de la tele fue comprobar cómo los emergentes Iglesias y Rivera habían hecho pinza para atacar el viejo bipartidismo, como si quisieran a cambiarlo por un nuevo bipartidismo, que para ese viaje no hacían falta alforjas. Y que le había hecho más gracia todavía esa especie de troika de la limpieza verbal que habían emprendido Ciudadanos, Podemos y el PP, como si ellos no se hubieran pasado la campaña insultando. De modo que en un inesperado salto, y sin dejar meter baza a su amigo, Honorio aseguró que al que merece la pena votar es al olvidado de la campaña, al que no han hecho ni puto caso ni en radios, televisiones, periódicos, redes ni, lógicamente, en medios afines al Gobierno: Alberto Garzón.
En la tertulia del viernes volvió a decirlo, si bien, aunque suele salirse con la suya desde que se jubiló y se convenció a sí mismo que no tenía edad para gilipolleces, sus palabras no fueron escuchadas como lo hace Mariano: en silencio y sin encontrar nunca una pausa para interrumpirlo. Dijo lo de votar a Garzón después de que todos coincidieran, él el primero, en que no se puede dar un puñetazo así a nadie, ni al presidente del Gobierno ni a un guardia ni a un jefe ni a nadie. Qué precisamente ahí estuvo sensato Rajoy cuando pidió, con el pómulo hinchado, que nadie sacara conclusiones políticas. Ahí ya la tertulia perdió todo concierto y fue imposible seguir un cierto turno ni orden. Por lo que lo de Garzón ni se escuchó. Pero no porque no hubiera moderador, sino porque las tertulias del bar de Betty son así cuando hay un tema potente y no están ni el taxista que mira el fondo del vaso ensimismado ni Paqui cuando lo acompaña ni la pelirroja que leía en la esquina de la barra y no ha vuelto desde antes de la remodelación.

Pero cuando están Honorio y su amigo, y el cartero, y el zapatero, el portero, y la propia Betty y su hija y la chica de la ORA, incluso la de la farmacia, es otra cosa. Y si hay un hecho violento, curioso, candente, televisivo, como el baile de Soraya en el Hormiguero, o la colleja de Rajoy a su hijo en la radio, o cómo Bertin Osborne no sabe encender la cocina o el puñetazo… Entonces las palabras arden y todos tienen algo que decir, aunque no se escuchen unos a otros. Pero mientras en los otros casos hubo chanza y risas, en lo del guantazo hubo unanimidad: que eso no se hace y que no tiene nombre que se utilice. Ahí se le vio el plumero sociata al zapatero cuando se preguntó a ver si iban a querer sacar votos haciendo víctima a Rajoy. Y fue cuando añadió sin mucha fortuna lo de la teoría izquierdista. 


martes, 1 de diciembre de 2015

Empate a tres


-Anda, traidor, que eres un traidor.- Espeta Betty a Honorio medio en broma medio en serio nada más entrar por la puerta del remozado bar.
-Pero qué lujo es este.-Dice el jubilado sin hacer caso del reproche.
Es el primer día de los de Betty, tras la profunda trasformación que ha experimentado el local. La mujer dijo que necesitaba una manita de pintura. Se puso a ello y el arreglo ha durado más de tres meses. Desde mediados de septiembre. Es verdad que ya en faena, el lavado de cara se transformó en una reforma de arriba abajo. Un chaperón en el que la mujer se embarcó y ha transformado radicalmente el sitio, pero que casi le ha costado la vida. A disgustos.
Se encargaron unos conocidos de los de la fibra óptica de telefónica. En principio eran de fiar, habían hecho trabajos con los operarios e incluso habían estado con ellos en el bar de Betty. Ahí se los presentaron. Un presupuesto aceptable y sí, un proyecto fácil que iba a modernizar el bar. Y ya de puestos, pues meter máquinas nuevas, que todas, los frigoríficos, plancha, tenían lo suyo. Vaciaron el local, la trastienda, la cocina, el trastero, dejaron los papeles de las paredes colgando, amontonaron en el centro del lugar aperos de albañilería, cobraron lo acordado, y desaparecieron.
Ni rastro de ellos.  Así que Betty se quedó sin operarios y sin dinero. Anda en juicios y por eso se ha retrasado tanto lo que parecía un paréntesis de unas semanas. También dejaron una hormigonera como prueba de su paso hampón.
Durante ese tiempo los parroquianos se quedaron sin lugar de referencia, sin sitio donde verse, sin destino al salir o volver de casa. El bar más cercano es el de Juani, la enemiga mortal de Betty, justo enfrente, al otro lado de la plaza, como ya se ha dicho en estas crónicas postátiles. Era el lugar ideal como sustituto, para esperar, desde su ventana podrían contemplar la marcha de la reforma. Pero todos temían ofender a Betty. Casi todos sabían parte de la historia: una vez fueron como hermanas Juani y Betty, uña y carne. Pero de eso hace mucho tiempo, ahora no se pueden ni ver. Pocos conocen la razón de la ruptura inmisericorde, pero todos temen la ofensa y la ira de Betty si tuvieran tratos con “esa”. Así se refiere a su antigua alma gemela.
A ninguno de los parroquianos se le ocurrió ser infiel, así que fueron a otros bares del barrio, pero ni coincidían. Se acercaban todos, como si hicieran turno de guardia, a ver cómo iban las obras, se quedaban un rato mirando desde el centro de la plaza y luego se iban. Y el café o la cerveza, más rápidos, como de prestado, los tomaban en otros sitios. Nunca enfrente.
Solo Honorio pasó por ese bar enemigo. Quizá para controlar quien iba de los de Betty. Ninguno. Quizá por eso lo llama traidor Betty. Pero en el tono hay más simpatía que reproche.
No hay fiesta de inauguración, que Betty dice que con lo que tiene encima, con la estafa de los conocidos de los de la fibra óptica y lo que le debe al banco no está para fiestas. Aunque su hija dice que claro que habrá fiesta.
-Eso el sábado.
Así que abre Betty el bar, totalmente cambiado, transformado como si fuera otro sitio, y los habituales entran y se quedan como si no hubiera pasado nada. No está la chica pelirroja, de modo que falta la imagen de la lectora en la esquina de la barra. Pero está Paqui, cerca del taxista sin estar con él, y éste mira el fondo del vaso vacío casi antes de vaciarlo. Honorio y su amigo. El zapatero. La chica de la ORA hablando con la hija de Betty, íntimas. El portero no se ha ido a su casa y ha entrado con dos vecinos y con su hijo. La señora que probaba suerte en la máquina tragaperras ha entrado con una moneda en la mano, ha mirado, ha pensado que estaba en otro sitio y se ha dado la vuelta sin decir nada.
Todos miran el debate como si se hubieran juntado para eso. Lo ven en la 13.
-Manda cojones venir aquí a ver la tele de los obispos.-Dice Honorio
-En el fondo te va la marcha.- Se ríe la hija de Betty.
Se concentran en ver el debate a tres. Antes de que empiece, el zapatero, y Betty, y Honorio, y la chica de la ORA, hablan mucho de Rajoy.
-Ha dicho que llega donde llega. Nos ha jodido. Y que este tipo sea presidente de este país.
-Dice que no puede debatir con todos.
-Fijate, yo creo que no es que le de miedo, que también, es que es un vago.
Luego se concentran en mirar, en reír, en olvidarse del debate, en hablar de lo bien que ha quedado el bar de Betty, en señalar lo nervioso que esta Rivera, en cómo atacan Rivera e Iglesias a Sánchez, en que Iglesias se pone en plan moderador, en que Sánchez está flojo, en que Iglesias le pasa la mano por el lomo a Sánchez y luego de da un zasca, en que Sánchez es bastante más alto.
Para Honorio está claro que ha ganado Iglesias. Al zapatero se le ve el plumero sociata y dice que quien mejor ha estado es Sánchez. Y entonces Paqui, tras mirar al taxista ensimismado, dice que a ella le parece que el es Rivera.

-Lo que nos faltaba Paqui con Ciudadanos.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Tras la huella de Inés Luna en Niza


El viajero lleva tiempo investigando, imaginando, siguiendo, soñando, explicándose, interpretando la existencia de Inés Luna. Su nombre y la historia de esta misteriosa, contradictoria, apasionada, rara, elegante, controvertida y manipulada mujer se le metió en el alma y se convirtió en proyecto literario hace años. Se prendó de ella y cuantas más trabas se le han puesto para enterarse de quien fue realmente, más creció su empeño.
Inés Luna fue niña rica en la España de la Regencia. Aprendió idiomas y ortografía en caros colegios madrileños de finales del XIX; repartió el tiempo de joven casadera ejerciendo la caridad o paseando en carruaje por la Casa de Campo; su estampa se ve en las fotografías de ABC, del brazo de las jóvenes marquesas, condesas y duquesas de aquella la corte.
Pero la señorita educada en colegios de monjas relacionada con la más rancia aristocracia madrileña consiguió romper el corsé que gobernaba su vida, no se casó y se dedicó a vivir, a administrar su hacienda, a viajar por Europa y el norte de África, a tener amantes, acudir a fiestas, a jugar en el casino, a leer y a hacer cosas impensables para una mujer de su condición. A su alrededor se fue fraguando una leyenda hecha de jirones de realidad y pinceladas de fabulación popular. Novia de quien sería jefe de prensa de Franco en la guerra civil, amante del dictador Primo de Rivera, habitual del hotel Palace, derrochadora, absorbida por las mesas de juego.




En la dehesa salmantina se construyó un paraíso lleno de libros y discos y cisnes y jardines babilónicos para descansar de sus escapadas. Su mito no hizo más que crecer. Cuentan de ella que enamoró a mozos y mozas de los capataces de sus fincas, que cabalgaba desnuda para escándalo de los moralistas de la rancia sociedad de Salamanca, que fumaba, también tabaco, que vestía pantalones, que hablaba en siete lenguas o que portaba armas.
Según quien hable de ella era una caprichosa, una extravagante, una excéntrica, una adelantada a su tiempo, una mujer leída amiga de Unamuno, siempre una rara avis en la España que le tocó vivir, entre 1885 y 1953. Basilio Martín Patino incorporó su sombra en su película Octavia.
Murió sin descendencia y el Estado y sus representantes, las fuerzas vivas de la ciudad y de la época, repartieron su hacienda, sus dineros y su patrimonio. En vida fue incomprendida, envidiada, admirada, deseada y temida. De muerta fue pisoteada su fama, convertida su figura en la dama piadosa que seguramente nunca quiso ser y repartidos a la rebatiña sus recuerdos, sus joyas y sus peligrosos diarios. El viajero viene pensando titular su historia Las muertes de Inés Luna.
Los gestores de la fundación que lleva su nombre, las autoridades que debieron tramitar su legado en lugar de expoliarlo, los funcionarios archiveros que se creyeron guardianes antes que empleados de la cultura, los estudiosos que saquearon sus legajos, algunos de sus antiguos empleados, todos la mataron. Se han ido confabulando, por torpeza, por cortedad de miras, por censores, para borrar sus pistas, para embrollarlas, para tacharlas a brochazos, y así impedir su conocimiento, confundir su memoria.
Pero el viajero sigue buscando, juntando, desbrozando. Inés Luna tuvo una vida de novela con mucho más vuelo del que le otorgan quienes guardan entre polillas su fama. Y así llegó a Niza, buscando el hotel Atlantis, donde sabe que se alojó en marzo y abril de 1926. La Costa Azul, la Riviera francesa, el glamour, la aristocracia europea, una villa en Cannes, la dehesa salmantina, la arcaica y comprimida sociedad madrileña, las obras de caridad con las hijas de la nobleza… una mezcla imposible en una mujer libre y apasionante.


Y sí, hasta hace ocho años estaba en pie el Atlantis, en el número 12 del Boulevar Victor Hugo. Un monumental edificio construido en 1913 por el arquitecto Charles Dalmas. Le puso fachada típica de la Belle Epoque y lo llenó de lujo bajo espectaculares lámparas de cristal de bohemia. Hoy se llama Exedra y se conservan las paredes, la estructura, el espacio, el lujo y las lámparas. A cuatro calles del Promenade des Aglais, junto al mar, donde el viajero creyó ver por un instante a Inés Luna, paseando bajo su sombrilla blanca en compañía de su amiga inglesa.

miércoles, 24 de junio de 2015

El enfermo del corazón y la maltratada

Triste, renegrida, delgada, los ojos bajos.. Va dejando en el muslo de cada viajero, o en el hueco del asiento o en la funda del portátil o sobre la cartera, un papelito escrito a mano. No es una poesía. Ahí dice, con letra temblorosa, irregular:

 "Fui una mujer maltratada. Tras 23 años he salido de eso. Ya hace tres meses que vivo sola, con mis cuatro hijos. De salud estoy bastante bien pero no de economía. Vivo de lo que saco en el metro. Muchas gracias".

Y con un humillado, "disculpe", deja el manuscrito. Tras hacer el reparto por todo el vago, desanda el camino y recoge el mismo papel. Sin éxito.
Nadie le ha dado nada. Ni una moneda, ni un céntimo, ni una mirada solidaria.
Unos la miran cuando acerca su mano al muslo donde posa el mensaje, otros lo recogen y se lo entregan como si así le ahorraran trabajo y como si se lo quitaran de encima.
Ella sigue diciendo "disculpe" y se va a otro vagón.

En el mismo trayecto de metro, solo que con unas decenas de minutos de diferencia, el hombre se planta en medio del vagón. Tiene muchos años, la cara gastada, el cuerpo vencido. Dice con voz clara y audible:

"Estoy enfermo del corazón y no puedo trabajar. Vivo en una habitación solo, que pago con lo que saco del metro. No puedo tomar vino ni sal, así que lo que me den es para comer"

Y va viajero a viajero, acercándose, pidiendo para comer. En los veinte metros de largo que tiene el vagón una docena larga de personas ponen monedas en la mano tendida del hombre operado del corazón.

La mujer maltratada no recauda ni una sola moneda. ¿Por la hora? Entre una y otro pasa poco rato y no se perciben cambios significativos en los viajeros ni en su edades ni en su extracción social. ¿Por la manera de decir? ¿Es más grave la operación que el maltrato? ¿Pone en marcha la piedad antes un hombre que una mujer?

Esto no es un estudio sociológico ni una investigación de campo. Es la crónica postátil de un suceso observado y constatado de un viaje en metro. Todos oyen y escuchan el lamento del hombre. Y se conmueven. Nadie quiere ver, menos leer, el mensaje de la mujer. La ignoran.

sábado, 30 de mayo de 2015

A Montoro le llega el efecto Carmena


La segunda Mirinda la toma en vaso largo como si fuera la penúltima en un club nocturno. Agarra el paso con los cinco dedos por el borde, dejando que cuelgue, los codos apoyados en la barra, con corbata pero en mangas de camisa, arremangado. Tras la barra, la hija de Betty seca los vasos, Betty repasa la encimera.
Frente al ministro, Honorio, su amigo y enemigo del mus, el portero, el zapatero que por una vez no se ha ido y se ha quedado como en un duelo a primer disparo, Paqui, la chica de la ORA y un no habitual que va por la quinta copa de coñac. Magno.
-Otra de Magno. Dijo. Y a los señores lo que tomen.
Betty está ducha en tratar con habituales y no habituales de mucho beber, así que sabe cuándo tiene que tomarse su tiempo y no responder inmediatamente al servicio.
Estaban comentando los resultados electorales elucubrando los pactos posibles y los imposibles, como si fueran ellos los que hubieran de firmarlos. En la tertulia había bastantes coincidencias, han ganado todos, un par de ideas encontradas y mucho quórum para pintar las últimas derivas de la ex condesa de Murillo y actual condesa de Bornos.
Que es mala persona, que se le ha ido la olla, que no puede aguantar que no mangonee ella, que ha quedado como el culo, que está rabiando por las esquinas, que quiere montar otro tamayazo, que está salpicada de mierda… eran las premisas que los presentes iban dejando posarse en el suelo fregado del bar de Betty, sin aderezar demasiado ni matizar, con lo que sin desarrollo alguno pasaban a ser conclusiones.
A veces la nota discordante era la del no habitual, el del Magno, que ni conocía los tiempos de exposición y de discusión del bar ni tenía muy elaborado su discurso, ya que pasaba de considerar que la susodicha era muy lista a asegurar, casi al mismo tiempo, que era lo peor: tonta e hija de puta.
No era tenido en cuenta en un ambiente tan festivo y optimista. La hija de Betty y su ya íntima amiga la chica de la ORA llevaban cuatro días de celebración. El zapatero insistía que no había ganado Podemos, sino Manuel Carmena. Y todos le veían su conformismo socialista. A Honorio le dolía lo de Izquierda Unida, y a su amigo no estando el mus por medio, lo que dijera Honorio. El portero, dado su trabajo, tenía claro que su aspiración era la equidistancia, así que ni siquiera en el bar se pronunciaba. Y cuando el sentir general  disparaba sus salvas contra la lideresa que se desquició en sus últimas elecciones, se limitó a asegurar: a saber. Paqui no se quería meter en líos pero dejó muy claro desde el principio que a ella la señora Carmena le parecía una señora.
A todos les extrañó, y no dejaron de manifestarlo entre tanto comentario político, de pactos y de ofensas, que el taxista no hubiera aparecido. Miraron a Paqui sin decir nada, pero ella no aclaró: se encogió de hombros.
En esas estaban cuando llegó Montoro. En mangas de camisa como si fuera verano, solo, los rizos pegados al cogote y sonriente.
-Pues no sé de qué se ríe, con la que le ha caído. Lo dijo el zapatero sin dirigirse al él, pero con ganas de ser contestado.
La primera Mirinda la tomó a morro, como si llegara sediento, sin respirar. La segunda ya la vació sobre los hielos del vaso de tubo. Fue cuando se acodó en la barra, satisfecho y displicente.
Fue la chica de la ORA, exultante por la amistad de la hija de Betty o por el resultado electoral, la que se dirigió a él para decirle que le parecía haber oído que ahora estaba a favor del cine.
-En efecto, señorita. Pero es que yo siempre he estado a favor del cine español. Nadie duda de que el cine ayuda a impulsar la Marca España.
-¿Pero qué dice este hombre ahora?
-Lo que oye. La industria cinematográfica española es un sector que tiene un gran relieve a nivel internacional.
-Por eso la han perseguido ustedes.
-¿Como que perseguido?. Aquí nadie ha perseguido a nadie. Al contrario.
Fue cuando la hija de Batty dijo que eso era el efecto Carmena, que ya se empezaba a notar. Todos, en su ánimo optimista, rieron la ocurrencia. Su amiga corroboró: afirmó que el ministro teme a Manuela y por eso se pone la piel de cordero y empieza a hablar bien del cine.

Montoso no oye la reflexión.  Apoyado en la barra sobre los dos codos y en una pierna doblada, guarda equilibrio de flamenco, balancea su trago largo de Mirinta y mira a lo lejos, a través de la puerta abierta del bar, como vislumbrando un tiempo nuevo.

miércoles, 13 de mayo de 2015

PROHIBIDO HACER CAMPAÑA

Betty decidió declarar a su bar ZONA LIBRE DE CAMPAÑA. Es decir, que nadie fuera allí ni a repartir papelitos, ni prospectos, ni programas, ni banderitas ni chapas.
-¿Ni a debatir? -Preguntó Honorio
-Ni a debatir. Después de lo visto, ni a debatir ¿O te crees tú que debaten?
Y explicó que iba a poner un letrero grande: en lugar de decir, como se decía antes, Prohibido blasfemar, pondrá Prohibido hacer campaña. Ni para elecciones municipales y autonómicas ni para las generales cuando vengan. 
Y lo puso. En la pizarra que está junto a la máquina tragaperras escribió en letras mayúsculas: PROHIBIDO HACER CAMPAÑA
Lo decidió tras asistir, pasmada desde detrás de la barra, a la pelea, física, del de Podemos y el de Ciudadanos, tras los insultos entre el del PSOE y el del PP y de la bronca entre dos de Izquierda Unida que llegaron juntos y se fueron separados. Todo la misma mañana.
A las 9 de la mañana del lunes entraba por la puerta del bar un chico joven cargado con un taco grande de folletos y una mochila que lo derrengaba. Sobre la barra, los churros dispuestos, algunos cafés humeantes; junto a ella, los parroquianos, los habituales y otro no habituales. De los primeros, Honorio, su amigo del mus, el zapatero, la chica de la ORA, el taxista mirando su vaso ya vacío, Paqui jugando en La tragaperras, los dos de la Telefónica que aunque ya hacía tiempo que terminaron con el cableado del barrio se habían querenciado con lo de Betty y el de la cocacola. De los segundos, además de un barrendero, el del banco, dos tipos trajeados, se supone que representantes o comerciales de algo, un hombre con gafas leyendo un periódico, dos peluqueras y una señora con carrito esperando que Paqui dejara la máquina libre
El chico de la mochila llevaba coleta y las mangas de la camisa blanca cuidadosamente dobladas hasta el codo. Entró deseando un buen día a cada uno de los presentes y les ofreció un folleto con la imagen de Manuel Carmena.
En eso estaba cuando llegó el de Ciudadanos. También joven, éste bien peinado y lavado, el pelo corto, cuidadosamente descamisado. Es decir, chaqueta entallada, camisa blanca y con la corbata en el bolsillo. También llevaba carga de folletos y de tarjetas postales,  en este caso en un maletín, y la intención de repartirlos entre los presentes. La foto de las tarjetas era de Albert Rivera
-¿Puedes esperar por favor?
-¿Por qué voy a esperar?
 Y se lio. No se sabe muy bien qué paso exactamente, el caso es que en segundos estaban enzarzados. Uno le decía al otro que les dictaban los tweets desde Venezuela, el otro que era un yogurin pepero y relamido. Lo que no entendió nadie es que se liaran a hostias y el maletín y la mochila quedaron rasgados y por los suelos. Ellos salieron del bar y éste quedé sembrado, y sucio, de medidas impresas de regeneración democrática.
A las 10 el que entró, con traje y corbata, engominado hasta el cogote, fue el del PP. No iba solo. Una azafata como de líneas aéreas del Este lo acompañaba. El daba la mano y ella daba el folleto, sonriendo. Con la cara impresa de Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy, que también sonreían. Y llegó el del PSOE, también con traje pero sin corbata. Y se puso a saludar a los parroquianos habituales y no habituales, o por conocerlos a todos o por no saber quienes eran unos y otros. Lo que éste repartía eran chapas con la imagen de Carmona. Cosa que no gustó nada al primero porque dijo:
-¿También aquí vas a venir a tocar los cojones?
Contaba luego Honorio que no quedó claro si lo que molestó al del PP fue la chapa, la invasión de un lugar donde estaba él o la animadversión personal. Porque por los términos que emplearon uno y otro no era la primera vez que tenían diferencias. Uno a otro se llamaron corruptos y miserables.
A última hora fueron dos de Izquierda Unida, conocidos de Honorio, que los llamó pensando que si los otros habían pasado por el bar de Betty por qué no sus amigos. Uno quería hablar con todos los presentes y el otro dijo que era preferible comunicarse de uno en uno. El caso es que llegaron juntos y se fueron separados.
-Se acabó, aquí no entra ni uno que venga de campaña
Fue la sentencia de Betty.
Al zapatero no le gustó la medida de Betty porque considera que no son todos iguales, por lo que no fue justa, pero no dijo nada. Explicaría luego a Honorio que el del PSOE tenía toda la razón en decir lo que dijo. Quiso explicar que su argumento no tenía que ver con que se tratara de su partido y  fuera su sobrino el interpelado por el engominado que se hacía acompañar por la azafata de falda corta.
-Han robado, se han repartido sueldos y empresas. Han desmantelado la Sanidad, han distribuido empresas entre sus amigos. Entienden lo público como un pastel suyo. Y encima le dan la vuelta a la tortilla y dice que es mi sobrino el corrupto. No me jodas, Honorio, que tu sabes que mi sobrino es legar, que no ha hecho otra cosa que trabajar por el barrio.
Honorio apena oía al zapatero y no estaba dispuesto a desautorizar a Betty. Fueron los trabajadores de Telefónica los que hicieron de servicio de orden y sacaron del bar, sin empujones pero de manera firme, a los de los insultos, el del PP y el del PSOE y a los que llegaron a las manos, el de Ciudadanos y el de Podemos. Los de IU se irían solos. No faltó luego debate, que además del zapatero con el PSOE, también la chica de la ORA y la hija de Betty defendieron la causa del representante de Podemos.
-Los únicos que lo tienen claro.
-Sí, como en Andalucía.
-Pero si Podemos no se presenta, que no os enteráis
-Que lo sé de sobra, pero yo me entiendo.
-Me dan ganas de no votar a ninguno.
-Otro apolítico. Así seguirá ganando la corrupción. Hay que echarlos
-Pues yo voy a votar a Izquierda Unida, no puede desaparecer.
-Pues esos sí que están peleados.

Betty se quedó pensando, ante la discusión y la tertulia entabladas, si no debería quitar el Prohibido.



viernes, 17 de abril de 2015

Un año con García Márquez

Hacía algún tiempo que estaba fuera del mundo, que no recordaba, que no conocía, pero el 17 de abril del año pasado, Jueves Santo, se fue definitivamente entre un chaparrón de mariposas amarillas. Y desde esa partida se desbocó la Gabomanía. Si en vida era mediático, pasó a ser mito. Posters, posavasos, imanes de nevera, marcapáginas, tazas, pegatinas, fotos y autógrafos llenaron los mercadillos colombianos y del mundo casi al instante. Lectores ya tenía, y se multiplicaron. No debe existir persona en el mundo que no lo tratara, que no coincidiera con él, que no tenga una historia que contar.
Quien suscribe, también: Lo conocí y seguí sus pasos. El encuentro se produjo en 1989 de la manera más casual y periodística. Era un tiempo en el que el periodismo era posible: un reportero, éste, propone a su director en la revista Tiempo, Pepe Oneto, un sueño: le gustaría hacer una entrevista a García Márquez. El director da su visto bueno, “inténtalo”, el periodista llama por teléfono a México y el premio Nobel dice que sí. La historia de la entrevista y cómo Gabo llamó tímido al periodista está contada hace justo un año. Me temo que hoy no sería tan fácil: ni un medio está dispuesto a esos gastos ni un director contempla semejante oportunidad ni a un joven periodista se le ocurre plantearlo porque sabe que le dirán que no.
Luego seguí sus huellas en la fundación que él mismo pensó y creó para defender y hacer mejor al periodismo, la FNPI. Llegué a su sede, en la calle San Juan de Dios de Cartagena de Indias, apenas diez días después. Encontré a su gente en pleno duelo creativo: habían transformado la página web en un homenaje de continuo agradecimiento, se habían puesto a reunir todos los periódicos del mundo que hablaban de él y con ellos hicieron un libro gordo amarillo.
Para preparar el libro en tiempo récord empapelaron el amplio rellano del segundo piso del edificio colonial. Un periódico mural en el suelo, en todos los idiomas del mundo, con todas las fotografías posibles y todos los cumplidos imposibles del autor de ‘Cien años de soledad’. La imagen del suelo empapelado resultó una metáfora reveladora: el oficio que tanto amó, el mejor del mundo según proclamó, es posible.
En los tres meses que pasé con su gente aprendí muchas cosas pero sobre todo comprobé su mejor legado: el del periodismo. Toda su vida lo practicó, con él aprendió a escribir, pronto se dio cuenta de que se ponía en peligro y entonces se puso a inventar una escuela para protegerlo, para mejorarlo, justo hace ahora veinte años. Así que pude observar que por su escuela pasan los mejores periodistas del mundo que se juntan con los periodistas jóvenes más prometedores. Sigue siendo la fórmula. De esa interacción salen historias brillantes que buscan una mirada diferente, no evidente, no trillada, bien investigadas y excelentemente escritas.
Las enseñanzas, los deseos, los sueños periodísticos de García Márquez están presentes en el piso de la calle San Juan de Dios. En forma de talleres, de carteles con sus frases, de libros. Confesó que “el periodismo me ha proporcionado un contacto con la realidad, una capacidad de interpretación que no hubiera tenido si no me hubiera dedicado al periodismo”. Y dijo cosas tan necesarias como esta: “uno de los fallos más grandes que encuentro en el periodismo actual es que le falta una base cultural; los periodistas no tiene tiempo para leer, ni siquiera de leer el periódico. Tampoco tienen tiempo para hacer su trabajo; hay trabajos que necesitan tres días y no se les da más que uno, como mucho”.
Su colaborador principal y director general de la FNPI, Jaime Abello, me entregó nada más llegar, junto con su abrazo, un libro: ‘Gabo periodista’, que se convirtió en libro cartagenero de cabecera. Ahí están sus peripecias pero también sus lecciones.  Enseñanzas y exigencias imprescindibles para una profesión que necesita un tratamiento de choque para recuperarla, para demostrar que es posible, para denunciar que demasiadas prácticas que vemos en medios escritos y audiovisuales no son periodismo.
De modo que fui a Cartagena de Indias a seguir los pasos de García Márquez y esos pasos llevaban al periodismo. Lo que ocurre es que la ciudad amurallada está llena de huellas del escritor. Si la recorres del brazo de su hermano, Jaime García Márquez, te lleva por los escenarios de ‘El amor en los tiempos del cólera’, al Portal de los Dulces, al banco del parque Bolívar donde se encontraron y desencontraron Florentino Ariza y Fermina Daza, al de la plaza Fernández de Madrid, donde Florentino hacía que leía.
Cada rastro lleva a un hecho reporteable, periodístico. Los cocheros de Cartagena no tienen bien cuidados a sus caballos, muchos se caen, enfermos, mal alimentados. Todos pasan cada día cientos de veces por la puerta de la casa del escritor, en la calle del Curato, junto a la muralla; y van a Bocagrande, donde Gabo escuchaba vallenatos; o al hotel las Américas, donde jugaba a tenis. Todos aseguran haberlo llevado. Si fuera cierto lo que dicen el escritor no habría hecho otra cosa. Habría que preguntar a los caballos. Igual que los meseros de Cartagena, todos lo atendieron.
Pero ya dijo Gabo que la vida  no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo recuerda para contarla. Pocas personas habrá en el mundo sin una vivencia, aunque sea lectora, con él. En Cartagena y el Caribe, ninguna.

Esta crónica postátil se habría titulado ‘Un año sin García Márquez’ si pretendiera recordar una pérdida. Como es aniversario de hallazgo, de descubrimiento, de muestra de un legado, parece más apropiado hablar de un año con él.

miércoles, 15 de abril de 2015

232

No es un capicúa, es lo que le pasó al hijo del amigo de Honorio que lo contó, entre la indignación y el choteo, en el bar de Betty.
El jubilado de la banca no acudió al bar por buscar a su amigo y a la vez enemigo del mus, ni había partida prevista ni era hora, fue para contar lo de su hijo y por avisar de que no cayeran en la trampa de una cosa que se llama Canalcar.
-¿Eso qué es?
Contestó Honorio a la pregunta:
-Una empresa que compra coches.
Su colega no estuvo de acuerdo:
-No compra. Quiere quedárselo sin pagar.
-A ver, que no me entero.
Fue Honorio quien de nuevo habló, en un intento de ilustrar al zapatero.
-Sí, hombre. La  has oído en la radio, machacan con un soniquete que dice algo así: compramos tu coche, compramos tu coche, compramos tu coche.
-Lo cuentas tú o lo cuento yo.
El amigo se rebeló contra Honorio como si jugaran al mus, pero no era el caso, es que había ido justo para contarlo y no lo estaba dejando.
-Tu, tu.
Y empezó: Pues mi hijo oyó el dicho anuncio ese. Parece que hay una página de esas en Internet, eso no sé cómo funciona, pero entró ahí y se lo tasaron según el modelo y la marca y los años del coche…
-Eso hacen todos los talleres
-Esto fue por Internet. Y luego le dieron cita para que un técnico viera el coche.
-¿Cuanto se lo tasaron?
-Pues le dijeron que 1800 euros, aparte los extras que tuviera el coche.
-Y se quedó en la mitad.
-No lo interrumpas, coño
Honorio quiso dejar el campo libre a su amigo y paró las preguntas del portero. Con ello logró que todo el bar, incluso Betty y el taxista prestaran atención al relato. Este último al menos levantó un segundo la mirada y la posó en el jubilado que relataba:
-El caso es que le dieron cita y allí estaba a las nueve de la mañana. Una parafernalia. Un tipo le pidió las llaves y se montó en el coche. Mi hijo al lado, el tipo probando los frenos, las luces, el aire acondicionado, los cambios, los parabrisas. Apuntaba las cosas en una máquina de esas como que son como ordenadores pero más pequeñas. Mi hijo dice que dieron varias vueltas por las calles y que el mecánico aceleraba, y ponía el coche como a prueba. Vamos un examen en profundidad. Según iban conduciendo le decía, uy este embrague ya está un poco flojo. ¿No va a estar, si tiene 13 años y más de trescientos mil kilómetros?
-Lo iba preparando.
-Después de dar las vueltas aparcó, miró el aire acondicionado, el aceite, las ruedas, con una maquinita comprobó la pintura metalizada. Todo lo apuntó en la maquinita. Y le dijo, ahora vamos a la oficina y desde Alemania nos dicen lo que le podemos pagar. Si está de acuerdo, hacemos la operación en el momento, deja el coche aquí y le ingresamos el dinero. ¿A que no sabéis que le ofreció?.
-Como mucho la mitad de lo que le dijeron al principio.
-Le vendieron otro coche
El amigo de Honorio no quiso estirar más ni la expectación ni las adivinanzas.
-232 euros.
-¿Cuanto?
-Doscientos treinta y dos euros.
-No me jodas.
-Sin joder.
-Pero si eso le dan en cualquier chatarra.
-Eso dice mi hijo que le dijo.
-¿Y no los mandó a tomar por culo?
-Es que no acaba ahí la cosa. Como la cita se la habían dado por el correo electrónico, mi hijo entró, dice que para quedarse a gusto y decirles que si no les daba vergüenza hacerle perder el tiempo de esa manera. ¿Pues qué se encontró? Le decían que la oferta era sólo por ese día. Y encima le hacían una encuesta, donde preguntaban: ¿está satisfecho con la tasación de su coche? ¿recomendará nuestra empresa?
-¿Y dices que la empresa es alemana?

-Eso le dijeron. Canalcar. Que no os engañen.
Y todos los del bar de Betty tomaron nota: Canalcar, caca.

sábado, 21 de marzo de 2015

Viene por la Mirinda

Cada vez entienden menos los parroquianos las visitas de Montoro al bar de Betty. Comprendieron al principio que quisiera acercarse así, departiendo, a la España real. Pero coinciden en que ya se habrá percatado de que no son de su cuerda, que hay quien se va cuando él aparece, que alguno ya no se corta en afear su presencia tanto como sus hechos.  A veces pensaron que aparecía por escaparse de sus protocolos, que en el fondo de su apariencia arratonada, mezcla de Gollum y chulapo de zarzuela, había un aventurero que al no poder ir a Africa por sus múltiples trabajos se perdía en el microcosmos del bar de Betty, como el fin del mundo a donde no iría a buscarlo ni un presidente ni un subsecretario ni una prima asesora. Pero cuando llegaba, como había llegado, con sus guardaespaldas esa teoría se venía abajo.
A veces Honorio y el zapatero, ociosos, se enzarzaban en esas especulaciones. El segundo, aparte de salir escopetado del bar en cuando aparecía el ministro, no como huida sino como re reafirmación de que no estaría en el mismo ambiente de semejante tipo, solía juntar y mezclar argumentos: porque no le admiten en otros sitio, porque no tiene amigos, porque es un rata y sabe que aquí todo es barato, porque es el único lugar donde no hay prensa, porque no aguanta a su mujer. El portero, acostumbrado a lidiar con diferentes sensibilidades, suele mediar para dar la razón a los dos, en realidad para afirmar que todo es posible.
Zanja Honorio con seguridad, aportando que por la Mirinda
Y entra Montoro. Solo. Los guardaespaldas se han quedado a la puerta, como si fueran a revisar si el próximo que llegue al bar de Betty lleva zapatillas de deporte o calcetines blancos. Serios, encorbatados, con caras de malos.
Vacía la Mirinda que ya había puesto Betty sobre la barra en cuanto lo vio entrar y pide otra con un gesto.
Honorio mira al portero, el zapatero ya ha salido al entrar Montoro, como diciendo, qué te dije. Junto a ellos está otro jubilado de la banca. Y levantando la voz, sin dirigirse al ministro pero asegurándose que lo oye bien, pregunta si el Equipo Económico podría asesorarle a él para pagar menos a hacienda.
Montoro suelta la segunda Mirinda y empieza a explicarse como si fuera una rueda de prensa. Cada vez que Honorio logra que el ministro entre al trapo sin haberse dirigido directamente a él, lo considera un triunfo de los de su clase.
-Ya sé por dónde va usted. Pero le tengo que decir lo que ya he dicho, y no es la primera vez. Lo dije en el mismo parlamento ya hace dos años, en 2013: ¿como quiere que explique algo de una empresa donde no estoy?. Esa empresa no es mía.
Honorio habla para el tendido, el ministro para el jubilado. Como en dos mundos aparte, en un diálogo imposible pero que incluye réplica.
-Claro, no es suya, es de su hermano. Y los que buscan asesoría en esa empresa, como los de la Comunidad de Madrid, lo hacen por enemigos. Los contratos que firma esa empresa son por casualidad.
El hombre de las gafas de pasta cuadradas, los rizos en el cogote y la corbata amarilla levanta los brazos hacia su interlocutor esquivo. No se sabe muy bien si para persuadirlo o para reconvenirlo. A última hora opta, sin cambiar el gesto, por imitarlo y explicarse sin dirigirse a él.
-Muchos hablan por hablar. Ahora resulta que fundar una empresa es pecado. Sí yo firmé una empresa y luego la dejé para ser diputado.
-Claro, claro. Y aquí nos chupamos el dedo. Y los amigos a los que asesora pasaban por allí. Estos deben pensar que somos gilipollas. Honorio habl sin dirigirse al ministro pero asegurándose de ser oído, por él y por todos los clientes del bar en ese momento.
-No te pases. Interviene conciliadora Betty.
Honorio se enfada con Betty porque siempre lo está censurando, porque parece que defiende a estos estos tíos, porque es demasiado buena y no se da cuenta de que a estos tipos hay que decirles las cosas, que se creen que la gente es tonta y se lo llevan crudo. Y mirando al ministro:
-Más vale que no amenace tanto y se mire lo suyo.
El amigo también jubilado de la banca asiente con la cabeza. Se llama Matías y aparece por el bar en ocasiones, para ver a Honorio, para buscarlo. Están de acuerdo en todo, en la política, en lo de las jubilaciones, en los hijos con dificultados a los que hay que ayudar, en el aprecio que tienen por Montoro.. En todo salvo en el mus. Ahí son enemigos aunque jueguen siempre como pareja
El interpelado, Montoro, al comprobar que no es el día de la persuasión, que la opinión de Honorio parece unánime, opta por una salida cínica:
-Le ruedo que me deje tomar mi consumición.
Y Honorio ve confirmada su teoría, le dice al colega del banco.
-Te lo dije, viene por la Mirinda
Pero Matias no lo escucha. Está diciendo al ministro que le parece un poco demasiado que comparen al PP con Cáritas o con la Cruz Roja.
-Se lo explico

-Mejor no que no te explique nada. Honorio se lleva a su pareja de mus al otro lado de la barra. Y agranda el espacio entre el ministro del refresco y la realidad social.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Algo de Cervantes


Todos los del bar vieron en la tele al hijo del zapatero y lo avisaron. Que fuera corriendo. Se encontraba fumando en la calle, en compañía de los que colocan la fibra óptica en el barrio, los empleados de Telefónica. Claro, cuando el hombre llegó ya había pasado la imagen y aunque todos esperaron por si la repetían, no ocurrió.
-Era él. Dijo Paqui ante la cara de decepción del zapatero, imposible decidir si por no haber llegado a tiempo o por no haberse ahorrado el cigarro de esa hora. Por un instante pareció que le taxista ensimismado asentía con un movimiento apenas perceptible de la cabeza. Pero esto último no lo puede atestiguar ni la propia Paqui. Menos el resto.
-Coño, claro que era-  Corroboró Betty.
-Es que lleva ya tiempo en eso. Cerca de un año- Informó el hombre que acudió en cuanto lo llamaron aunque no llegara tiempo de ver nada.
No pudo ver nada porque todo ocurrió en un instante. Aunque la noticia abrió el telediario, la imagen de los operarios embutidos en buzos y guantes blancos solo se vio unos momentos, y aunque todos reconocieron claramente la cara del hijo del zapatero, la visión no duró en la pantalla más que un suspiro. Habría que congelar fotograma a fotograma para ubicarlo. Salía en un grupo de gente. El tercer hijo del hombre que dejó de remendar sandalias porque no le llegaba para pagar a autónomos formaba parte de la brigada de trabajadores temporales que han estado hurgando en el suelo del convento de la Iglesia de las Trinitarias buscando los restos de Miguel de Cervantes.



-Han dicho que han encontrado los huesos del escritor y los de su mujer. Perece que se conservan enteritos y perfectamente reconocibles.
-Pero que dices, si lo que se ha visto es un revoltijo de trocitos de hueso, que pueden ser de cualquiera.
-De cualquiera no, del más grande de los escritores españoles.
-Pero si esa iglesia la han removido un montón de veces, han trasladado el cementerio de un lado a otro.. Que se va a conservar
-Si ha salido hasta una tabla con la inscripción, MC
-¿Eso qué es?
-Coño. MC, está bien claro, pues Miguel Cervantes
-Me suena a tongo: escarban y lo primero que encuentran es la etiqueta. Amovenga.
-Hombre es importante si se encuentran de verdad
-¿Y cuando cuesta remover esos  huesos. No seria mejor usar esos dineros en otra cosa?
-¿Y qué dice tu hijo de todo eso?
-Él no dice nada. El hace lo que le mandan.
Es cuando el zapatero se puso a contar lo poco que sabía de las andanzas de su hijo. Acabó la carrera, hizo un master y como no encontró nada de lo suyo, se puso a trabajar, poco, en lo que iba saliendo. Dio clases de inglés a niños del barrio, montó escenarios para conciertos...
Sin embargo los parroquianos del bar de Betty ese día no querían conocer, que ya se tenían hecha una idea, el curriculum del hijo del zapatero, Querían saber de primera mano lo de los huesos de Cervantes. Y el zapatero dijo que su hijo era muy discreto, que no contaba nada, solo que su trabajo consistía más o menos en limpiar el polvo, quitar las baldosas, arrimar las piedras.
-Lo que le mandan.
Lo único que ha contado, dijo su padre, así en plan curioso, que es que a las monjas, como son de clausura, no se las puede ver. De manera que los obreros no podían entrar en la iglesia hasta que las monjas se hubieran guardado.
El telediario habla de fecha histórica y afirma que las televisiones del mundo se han ocupado del caso. Lo cierto es que lo que se ha encontrado son esquirlas de huesos mezcladas con los sedimentos, pertenecientes a 17 personas; que la investigación ha costado 114.000 euros financiados por el Ayuntamiento de Madrid; que su alcaldesa, Ana Botella, se ha felicitado por el hallazgo y ha asegurado que era "un día muy importante para España y para nuestra cultura"; que una treintena de investigadores han entrado a la cripta, de unos setenta metros cuadrados, que está ubicada a cinco metros bajo el nivel del suelo; que no se pueden realizar pruebas de ADN; que el director del proyecto, el antropólogo forense Francisco Etxeberría, ha dicho: "Nosotros estamos convencidos de que tenemos en estos fragmentos algo de Cervantes, pero no puedo ofrecer una certeza absoluta".

-Los periódicos dicen que es un hallazgo, que se ha encontrado el cuerpo de Cervantes
-¿Que periódico?
-El ABC,
-Acabáramos
En el bar de Betty, a la espera de que llegue Montoro para preguntarle por su oficina y los trabajos que ésta realizó de asesoría para la Gürtel, se comentó mucho lo de los huesos de Cervantes. Quizá fuera porque el hijo de uno de ellos había salido en la tele, acaso porque daba juego para la tertulia. Honorio suele ser el más crítico, aseguró que se trataba de una investigación electoralista,  que si Cervantes levantara la cabeza los mandaba todos a tomar por culo.
-No te digo que no, pero también es bueno para el turismo. ¿No?

lunes, 9 de marzo de 2015

El chip


A las nueve de la mañana el viajero sale de su casa, toma el ascensor y piensa tirarse a la calle por comprobar qué va a deparar el nuevo día. El descenso del artefacto se ve interrumpido en el piso diez y entra una señora que desea buenos días. Sin tiempo a ser contestada se extraña de lo que ve:
-Es raro ver a alguien con un libro en la mano.
Empieza a hablar y el viajero ignora que no va a callar en la próxima media hora. Al principio sobre cultura en general, su importancia, y la conveniencia de leer como actividad saludable. Es bajita, morena, de una edad incalculable, entre los cuarenta y los cincuenta y muchos cualquier número es posible. Habla mucho, sin comas y sin mirar a su interlocutor. Podría parecer que no lo necesita, solo saber que alguien tiene al lado. Así que sigue diciendo, sin inflexiones en el tono de  voz, sin introitos, sin encadenamientos, que pronto ya nadie va a necesitar leer. Te ponen un chip en el antebrazo y ahí está todo. Ya lo están haciendo. En el hospital de Alcorcón lo hacen. El problema es encontrar al médico que se niegue porque lo despiden.
Se señala su propio antebrazo, en el interior, para señalar donde dice que colocan el chip. Tu te puedes negar a ponértelo,  pero entonces estás fuera. Vas al hospital, si no tienes el chip no te atienden. Vas al banco, si no tienes el chip no te dejan sacar el dinero. Vas a comprar al hiper, si no tienes el chip no puede llenar el carro. Pero eso es sabido, no es que yo lo diga, puedes mirar las noticias, está en Internet. Hay que estar informado, mucha gente no tiene idea de lo que pasa. Pero claro, si te lo pones entonces saben lo que comprar, lo que te gusta, a donde vas, con quien. Estás controlado. Que es lo que quieren.
Segura en su parlamento, enhebra casuísticas, convicciones, descripciones y temores. No es un discurso, no busca confirmaciones y tampoco parece admitir debate. Lo que dice parece un tutorial de cómo están las cosas y cómo es el mundo. Esas coincidencias inexplicables hacen que viajero y mujer caminen hacia la misma boca de metro, tomen la misma dirección, se vean obligados a realizar el mismo cambio de línea en la misma estación, y, para más inri, tomen la misma dirección.  Casualidad que no parece extrañar a la mujer que habla, al contrario, es como si formara parte de su plan del día. Sin alterar el tono, sin extrañarse, sigue explicando donde, cómo y para qué se pone el chip. Pero sobre todo insiste en que es perverso porque sirve para tenernos controlados pero si no quieres ser controlado no puedes vivir. Y que afecta igual a mujeres que hombres, ricos que pobres, gobernados y gobernantes. Porque son los grandes bancos quienes controlan todo, los que mandan poner el chip y los que dicen qué hay que hacer y qué no. El mismo Obama tuvo que claudicar. Está en las noticias. El uno de julio de 2012, si no entraba el país en bancarrota. No queda claro, a pesar del  arrojo y su seguridad en el decir si lo del presidente americano es el chip que se tuvo que poner o la reforma sanitaria a la que tuvo que renunciar. Porque el discurso es rotundo aunque confuso.
El viajero, en su tendencia a escuchar, a cambiar de postura, a aceptar compañeros de viaje variopintos, a dejarse asombrar, no acierta a interpretar ni intenciones ni equilibrio emocional o sentimental de su compañera de ruta. Atiende como puede el granizo de palabrería que le va cayendo e intenta ponerlo en un contexto de queja, reivindicación o muestra sociológica. Entonces explica la mujer que el chip no es que contenga toda la información sobre nosotros, que se imponga como imprescindible y sea inútil que un médico bien intencionado y comprometido se niegue a implantarlo. Es que lo tendremos puesto todos antes o después. ¿Pero qué pasa si se te estropea el teléfono móvil?
La pregunta no es retórica, de modo que quizá debería tener una respuesta, pero la aporta ella misma: por ejemplo si el móvil te cuesta 30 euros y la reparación son 29 pues no lo arreglas. Lo tiras y compras otro. Eso va a pasar en los hospitales. El chip dice la enfermedad que tienes y cuánto cuesta repararte. Si no eres rentable, fuera. Y lanza otra pregunta que a esas alturas del viaje en metro ya no se sabe bien si es retórica o tipo test: ¿Cual es el eslabón más débil de la sociedad? No espera contestación: los niños y los ancianos, o sea, la salud y la educación. Ahí tienes la prueba.
Y en medio de prevenciones, entre lo inevitable  y lo predestinado, siempre con el chip implantado en el antebrazo como idea fuerza de su discurso circular, va introduciendo datos e imágenes, como pinceladas abstractas a su biografía: no quiere que sus dos hijos  se eduquen ante el ordenador ni el televisor; la señora marroquí que trabajó en su casa no es de fiar;  hay mucha incultura entre los vecinos, la gente no se da cuenta de lo que pasa en el mundo, el chip está más implantado de lo que parece, hay que fijarse…
-Adiós, ya seguiremos hablando.

Se despide con el mismo tono que ha hablado. Solo se apura y sale a escape del tren porque se cierran las puertas del vagón y a punto están de atraparla. Pero ni mira ni se despide con la mano. El viajero la ve andar de prisa por el andén, como si llegara tarde a una cita o a una hora de entrada. Hablar, hablar solo lo ha hecho ella, sin parar, casi sin respirar, por lo que extraña esa primera persona del plural. La media hora transcurrida desde el ascensor hasta su parada, le ha servido para pintar un paisaje apocalíptico, donde todos los seres humanos tienen incrustado el chip bajo su piel, en el antebrazo. Pero como ha ido mezclando datos con informaciones, con realidades, con fechas, con noticias verdaderas, al viajero le queda la duda de si está a favor o en contra del chip. Si lo detesta, lo comprende o lo teme.