sábado, 18 de octubre de 2014

Crónica postátil del día de la asamblea de Podemos


El sitio no es palacio ni queda claro que su vista sea alegre. Tampoco ya es plaza de toros aunque tenga forma de coso y el escenario de la asamblea de Podemos esté ubicado en un triángulo entre los tendidos 7 y 10. El caso es que la cita era a las diez de la mañana en el madrileño barrio de Carabanchel, en el Palacio Vistalegre, y la convocatoria señalaba el día como histórico.
Lo primero que sorprende es la inmensa cola que rodea el palacio multiusos, caótica y tranquila. En realidad hay dos, una para la grada y otra para la pista, que se juntan, que se mezclan, que se confunden, que se respetan, calmadas. Algún colaborador con chaleco fluorescente aquí y allá, desbordado, y un par de policías municipales desinteresados.
El aforo del sitio marca una capacidad para 14.000 personas y hora y media después un cálculo desapasionado indica la ocupación de la mitad de los asientos.
Camisetas moradas, leyendas alrededor de la utopía, algunas pancartas, buen humor, paciencia, más adultos entrados en años que jóvenes –dicho esto como apreciación más que como medición- preparativos de una megafonía atroz, unas cuantas cámaras junto al escenario, es el paisaje desde la grada. La espera se entretiene haciendo de vez en cuando la ola y con espontáneos “si se puede”. Y conversaciones: “Nosotros venimos de Barcelona”, “el alquiler de palacio son 80.000 euros los dos días, ya con todo, “, “el que está es Echenique, ¿no ves allí la silla, junto al escenario?”, “los otros no han llegado”. Hay dos periodistas mediáticos, Elisa Beni y Alonso Merlos, micrófono en mano, que parecen coleccionar declaraciones, como al tuntún.

A las 11,45, con la gente en sus asientos, hacen su aparición ‘los otros’: Pablo Iglesias, camisa blanca, al frente, revuelo de focos y cámaras, las gradas y sillas de pista en pie, aplausos, gritos entre “sí se puede” y “a por ellos”. El viajero tiene una sensación rara, imprecisa, de puesta en escena mediática, de medición de los tiempos, de espectáculo. En algunas zonas del recinto el sonido es horroroso, ni se oye ni se entiende lo que dice el líder, a pesar de sus esfuerzos, pero se le aclama igual, “sí se puede”.
“Empezaron a alucinar cuando los jóvenes de todo el país empezaron a organizar círculos”, “queremos hacer un país para que vuelvan los jóvenes”, “me dijeron sois de izquierdas o de derechas, miradme, ¿hay alguna duda de qué soy yo?”. Iglesias domina el escenario y logra hacerse oír a pesar de la megafonía: habla de una “mayoría social” e insiste en que CiU, el PP y el PSOE no tienen más patria que la cuenta bancaria: “la patria es la gente”.


Luego cuenta una historia de baloncesto: relata que le dijo Romay que en 1984, cuando la selección española se enfrentó a la de EEUU, fue un sueño jugar, pero no había ninguna posibilidad de ganar. Pero en 2012 casi se pudo. Y ahí la metáfora: “hay que ganar”, “ahora podemos hacerlo”, “nos podemos perder en tiempos muertos inútiles”, “no hacer personales”, “no fallar triples”. Mensajes para las otras sensibilidades, las otras posturas.
Los días históricos como este se fijan por las anécdotas y las categorías, las coincidencias y los hechos. Unas y otras son el baloncesto, la megafonía, las declaraciones de unidad, las apuestas de futuro y el paisaje. Este junta gente entregada, con ganas de celebrar, necesitada, ilusionada. Hay foto de familia pero en ninguna están Echenique e Iglesias juntos. Hay tierra de por medio. En los discursos, en las intervenciones de los círculos, en las preguntas y en las respuestas, los líderes escuchaban atentamente, separados, alejados. Desde el escenario salen mensajes de unidad, condena a la casta, “nos tienen miedo”, propuestas muy aplaudidas, sobre todo las relacionadas con la ética, pero las dos posturas no se acercan ni para la foto. No hay puesta en escena por tanto, ni disimulo, ni hipocresías.

Los detalles a veces marcan. Aunque no sean significativos producen relatos. A Echenique se le ve solo. Pablo Iglesias es muy aplaudido. Juan Carlos Monedero agita y provoca algunos silbidos. Cada grupo hace su propuesta y la intervención de Monedero es caliente, habla de “tumbar las puertas giratorias, abrir todas puertas”.  Sale detrás de ordenadas exposiciones, de serias y tranquilos ideas,  la suya suena a mitin y en el calor de la euforia se alarga. Entre los aplausos se oyen pitos y se observa el rulo de un mar de brazos, tal vez unos centenares. Le están  diciendo que se extiende, que cambie de tema, que se acabó su tiempo, como en las asambleas.
Quizá es un mensaje. Los siete mil que medio llenan la antigua plaza de toros tienen ganas, ilusión, entrega, están hartos, empujan... Pero saben y avisan.

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