jueves, 31 de julio de 2014

Periodismo con sindéresis


La cita era en un salón del tercer piso del hotel Almirante, en Boca Grande, Cartagena de Indias. Dos docenas de periodistas estaban dispuestos a ver, oír y ser discretos con lo que allí se dijera sobre lo que está pasando en La Habana entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC. Quienes comparecían eran expertos, asesores y negociadores del Alto Comisionado para el proceso de paz. De qué se habla, quién habla, qué se ha avanzado, que se espera que pase o qué consecuencias tendrá lo que pase. Eran las preguntas que flotaban en el ambiente.
Organizaba la Fundación García Márquez para Nuevo Periodismo Iberoamericano en su apuesta por el periodismo de calidad, por la ética y por el compromiso con los procesos democráticos. A su director general,  Jaime Abello, le gusta decir que lo que hace la FNPI es crear espacios, y efectivamente ese seminario taller era un espacio donde se iba a hablar de algo tan periodístico como lo que está pasando en Cuba en una mesa donde se sienta un grupo guerrillero que sigue en armas y el gobierno que lo combate porque se está hablando sin que haya un cese del fuego. De algo tan sabroso como los pormenores de una negociación dura y lenta, la cocina de unos encuentros delicados.
Dado el interés se dispusieron algunas reglas, ya que siendo asunto tan delicado convenía tratarlo con esa misma delicadeza. Lo que en salón se dijera tendría una consideración de off de record. Se adquiría el compromiso de que los nombres, y sobre todos las declaraciones, no serían utilizados. Así que no lo serán en esta crónica posttátil, que mantendrá la discreción, pero contará lo que supo de La Habana y de quien se reúne allí.

Los periodistas aceptaron ser discretos pero se mostraban expectantes. Los expertos y negociadores fueron también discretos pero se revelaron ilusionados por conseguir la paz: querían transmitir que se trataban de un momento muy importante y muy especial. Parecieron gente tranquila acostumbrada a evaluar cada detalle, cada palabra. Han tenido que medir con regla y cartabón desde la ubicación de la mesa de negociación hasta los horarios, los turnos de cada parte, los protocolos, las palabras que se ponen en cada comunicado, los nombres de los observadores, la manera de sentarse, las formas de entrar cada mañana, el número de intervinientes. Ellos participaron desde el inicio en la mesa de negociación, y ahí está el acuerdo del que partieron.
En el curso del seminario quedó descrito el escenario habanero: un salón discreto, una mesa, cinco miembros de cada lado, plenipotenciarios, y los observadores, en silencio, dos cubanos y dos noruegos; quienes son los jefes, quien corre con los gastos y sobre todo el exquisito cuidado que se tiene en cada palabra, en cada gesto. Los jefes de las delegaciones son Humberto de la Calle, por parte del Gobierno colombiano, e Iván Marques, por parte de las FARC. Junto a ellos, el alto comisario Sergio Jaramillo, Frank Peal y los generales Oscar Naranjo y Jorge Mora. Por los guerrilleros, conocidos por sus alias, Ricardo Tellez, Pablo Catatumbo, Marcos Calerca, Andrés Paris y Jesús Santrich. Quienes pagan la estancia, la manutención y la casa del Laguito, son Cuba y Noruega.
Los nombres y algunos hechos son sabidos, pero el relato de esas relaciones diarias, cotidianas, es apetitoso desde el punto de vista periodístico: cómo se tratan, cómo se miran, cómo se aguantan. Lo que transmitieron negociadores, asesores y comunicadores era un cierto aire de normalidad diplomática, si bien el estiramiento de los primeros tiempos había dado pasado a un aire, si no de cordialidad, sí de alguna afabilidad. Aunque insistían en que se trata de un momento histórico, una ocasión única. Y eso había que explicarlo bien.
Es verdad que la nación anda polarizada, habiendo como hay partidarios y detractores acérrimos al dialogo con la guerrilla sin que haya un cese del fuego. Por eso es tan complejo y todos quieren saber qué se cuece exactamente en la Habana. La población recibe mensajes contradictorios, mezclados e intercambiables: guerrilla, narcotráfico, violencia, paramilitares es cóctel explosivo. Y ahí hay derivan de asuntos tan candentes como la reconciliación o las biografías estigmatizadas De manera que unos están ilusionados por construir la paz y otros creen que se les está entregando el país a la guerrilla.
Por eso a los dos lados de la mesa van con pies de plomo avanzando, negociando coma a coma. Primero hubo conversaciones exploratorias y confidenciales, luego ya sesiones de trabajo reservadas. Ambos bandos quieren una paz estable y duradera, ese es el punto de partida. Y los periodistas del taller entendieron que debían hacer más que nunca periodismo para que no quepa la especulación, ni la información sesgada o interesada. Ya hubo muchos otros intentos de paz y todos fracasaron.
Desde el discurso de Oslo, en octubre de 2012, se acordaron seis puntos. Se ha llegado a tres, ahora están con el cuarto, el de las víctimas, uno de los más delicados. El comunicado conjunto número 39, del 17 de julio último, rezaba en su primera línea: “Criterios de elección: Equilibrio, pluralismo y sindéresis”. De lo último dice la RAE: “Discreción, capacidad natural para juzgar rectamente”.
Como se ve, no es que se la cojan con papel de fumar, es que hacen ejercicios malabares con el lenguaje porque ambas partes buscan que no se joda lo hecho hasta hoy, que lleguen a buen puerto todos los intentos, todos los acercamientos. Aún quedan los elenos, los del ELN, con quien también ha empezado el gobierno conversaciones exploratorias. Pero esa es otra historia.

El taller del hotel de Cartagena de Indias enseñó, con toda la confidencialidad, que a los periodistas les incumbía leer entre líneas, comparar los textos, atisbar posturas, observar tendencias y variantes; no suponer, no especular: sólo interpretar a la luz de los hechos y los datos. O sea, periodismo. Con sindéresis, pues también.

viernes, 25 de julio de 2014

Periodismo de base


El maestro anuncia que no quiere contar batallitas pero no puede evitarlo, tiene mucha experiencia y muchas historias. Comunica con palabras gruesas, en ocasiones calificadoras de un pueblo, de una nación, de un género, de una raza. No pretende ofender, pero su castellano viejo le sale como disparos, como pedradas. Los talleristas no se asustan, vienen avisados. Incluso alguno llega a decir que no es tan fiero como se lo habían pintado. Así que sonríen, celebran algún chiste y se miran con gestos de complicidad. Es en las pausas y en el hotel donde comentan los detalles.
El taller de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano se titula ‘Cómo se escribe un periódico impreso o digital’ y se celebra en una cómoda y acondicionada mansión del barrio del Cabrero, en Cartagena de Indias, fuera de la murallas, junto al mar. El que enseña es Miguel Ángel Bastenier, como cada año casi de manera ininterrumpida, y quienes aprenden en esta edición son periodistas de Argentina, México, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Perú, Ecuador y Chile. Se trata de uno de los talleres más esperados, buscados y seguidos de la FNPI, esa fábrica de periodismo de calidad que busca la buena narración y el compromiso ético.
Lo que enseña Bastenier es periodismo de base y los periodistas crecerás a partir de este curso. Habrá cientos de cursos y miles de talleristas, pero si hay uno por el que empezar en la fundación es éste.
En lo que dice el maestro, en sus comentarios de sal gorda, incluso entre sus aseveraciones discutibles, hay mucha sabiduría periodística: concretas maneras de hacer, qué expresiones no usar en un texto, qué rigor, qué no puede aceptar nunca un periodista, qué verbos debe utilizar, qué adjetivos. “En el periodismo no hay sinónimos, hay una palabra para cada cosa”, dice. A veces hay que buscar con lupa, escuchar entre su cháchara, tamizar. El periodista veterano hace sentencias entre lecciones, junta soluciones estilísticas con ironías, trae a cuento amistades propias, da rodeos o se acuerda de chascarrillos. Asevera cosas que dejan sorprendidos a los alumnos. “A veces da miedo el castellano, de la potencia que tiene”, afirma de pronto. Y en expresión tan aparatosa, debajo de ella, lo que quiere reflejar es su gusto por el castellano bien usado. O cuando en un ejercicio práctico alguien escribe, “Las autoridades presumen que le grupo terrorista es el autor…”, salta: “presumen es un verbo agilipollado”. Y aporta otro verbo más apropiado: Temen, sospechan, apuntan.
Corrige cada texto sentado en una silla al extremo de la mesa en forma de U, aguantándose las ganas de fumar. Es rápido en ver fallos, en detectar incorrecciones gramaticales, en descubrir  carencias. Lo da la experiencia, el haber repasado miles de textos en talleres y en redacciones. Así queda dicho que no se cuentan las cosas que se mantienen sino las que cambian, que las siglas no van en los títulos, que una crónica sin protagonista es una naturaleza muerta. O señala el artículo que falta en un título: “Presidente chino busca invertir en Cuba”. No, siempre hay que poner el presidente porque las cosas son de una manera, no de tres. Entonces pregunta Alejandro, mexicano, ¿qué pasa cuando el título empieza con el verbo? Y la respuesta es: “una mexicanada”. Pero añade, suavizando, habrá veces, pero lo habitual es que no. No olvida incorporar la interpretación de viejo periodista de internacional: “que China visite Cuba es decirle a Obama que hace lo que le da la gana, lo que se sale de la punta de los cojones”.
Habla del “chip colonial”, para referirse a errores gramaticales o fórmulas locales. Tras el exabrupto, como un punto y seguido que tanto la gusta, empuja “tenéis que releer, se obtiene la información metiéndose en las cosas y se escribe saliéndose”. Les dice que han de buscar la perspectiva del lector y para lograrlo “tenéis que ser vuestros primeros lectores”. Habla de cultura general, “cómo vas a escribir de Inglaterra sin haber leído a Dickens”, de ideas, de citas, de nombres. Trae a colación a la nobleza bogotana, que según él sí entiende el castellano porque le son familiares expresiones como las cuentas del Gran Capitán o Zamora no se tomó en una hora.
Hace preguntas inesperadas y con un punto de brusquedad, “¿qué paso en 1939? algo muy importante”. La mexicana duda. “Piensa. Hija mía”. No le sale nada porque no tiene referencias. “Lázaro Cárdenas, que dio la nacionalidad a todos los españoles exiliados y eso cambió la faz de México”
Entre requiebros, anécdotas y sentencias van quedando claros los conceptos de lo que el maestro llama nota seca, es decir, la noticia pura y dura, la crónica, el reportaje. Los tres géneros básicos, las tres maneras de contar en el periodismo. Pone ejemplos que lee en la pantalla si Jessica se la ajusta y administra el ratón del ordenador. Encarga ejercicios para casa, como un maestro entre gruñón, salvo con el argentino,  y paternalista, que al día siguiente corrige línea a línea. “Esto es más largo que un día sin pan”. Lo que no anima a la autora, nicaragüense. “Haced lo que os dé la gana, pero en el mundo entero hasta diez se escribe en letras, luego del segundo dígito se escribe en números”.
Felipe De La Hoz

El maestro tiene algo de ogro come periodistas, “No lo hacéis peor que otros años. Lo hacéis igual de mal”. Los talleristas sonríen, unos más divertidos que otros, pero casi todos siguen pensando que no es tan duro como les habían dicho. Bastenier va fijándose, sobre todo en las chicas, le gusta repetir, y les regala comentarios, ideas preconcebidas, o les cambia el nombre. A Julia se empeña en llamarla Bárbara; a Edy, le dice la niña consternada; Martín con ser argentino, lo tiene todo hecho, aunque le dice “¿se entiende lo que digo? ¿Seguro? Me miras tan serio que no sé si lo sabes todo”.
Preguntan poco, dudan poco, y el viejo periodista no lo entiende. Se animan algo cuando discuten entre ellos, cuando aportan soluciones y opciones en lo digital. Bastenier ahí entra poco, pero lo que dice vale para cualquier entorno: “Cada párrafo de una información debería entenderse por sí mismo”. Son periodistas jóvenes, listos y atentos. Toman nota y el ejercicio del segundo día es mejor que el del primero. Aprendieron de las correcciones. De Argentina a México, son simpáticos y bullangueros los venezolanos y barranquilleros, aparentemente serios argentinos y peruanos, tranquilos los mexicanos, tatuada la chilena, cordial la española, avispada la ecuatoriana, enterada la nicaragüense, risueña la mexicana.
¿Se entiende lo que estoy diciendo?, insiste.. Viven todos en Getsemani, en el hotel One Day, de la calle de las Chanclas, compartiendo unas cuantas habitaciones. Si la intención de la FNPI con estos talleres es crear una red de buenos periodistas, este curso va a salir más enredado que ninguno. Encargan comida a 6.000 pesos en un chiringuito de El Cabrero y van y vienen andando desde Getsemani. La convivencia, el buen rollo, la disposición, la oportunidad, parecen asegurados.
Felipe mira y toma fotos y notas, Sheyla apunta lo que enseña el maestro. De lo que oyen en la sala salen seleccionadas frases para llevar a Facebook o a Twitter. Daniel el venezolano y Martín se presentaron al tercer dia uno con la camiseta del Atletico de Madrid y otro con la del Barza. Era una apuesta, un todo o nada a ver qué decía el maestro. Pero ni se fijó. Por la tarde las cambiaron, y tampoco. Querían ganárselo o ponérselo en contra, el argentino ya lo tenía hecho con la camiseta de cualquiera.
Bastenier cada vez se aguanta menos las ganas de fumar, se cansa, y corrige cada texto, verbo a verbo, porque replicar no es lo mismo que refutar, y se para en cada adjetivo. Repite mucho su preferencia por Argentina, su cultura, su manera de escribir en los periódicos, y sigue entre bromas más o menos pesadas, entre provocaciones, sembrando lecciones de viejo editor que mira. “Ya me he cansado de ser bueno. Vuelvo a ser yo mismo”. Pero los alumnos ya están avisados. “Y espérate Martin que ya vendrás tú. No pienses que por ser argentino te vas a librar”. Si fija en los nombres, o los confunde. Casi peor que se fije: “Eel Maria. No le pongo yo ese nombre a una hija mía ni loco. Priscila, bueno, la mujer de Elvis Presley”.
Es presumido, le gusta epatar, tiene fijación con su periódico, Argentina y el uso del castellano. Y va de la anécdota personal a la categoría. Pero tras dar una vuelta por los Cerros de Úbeda vuelve siempre a la lección: “Nadie habla en voz pasiva, eso lo hacen los periódicos de mierda”. Explica que el periodista es un tipo como un caracol, con un motón de conocimientos inútiles en la casa que lleva a cuestas. Conocimientos que no sirven para nada, “hasta el día que sirven”. 

martes, 22 de julio de 2014

Gato negro


Es viejo y nadie lo quiere porque lo temen. O no tan viejo, pero todos lo consideran peligroso. La fauna del Bellavista anda a sus anchas por los patios, los tejados, los pasadizos, los árboles, los rincones y los baños. Gatos, perros, palomas, garzas, lagartijas, arañas, iguanas… son bienvenidos y si no adoptados, que también, vistos con simpatía de buena vecindad. Pero aparece el gato negro y todo se revoluciona, los animales y las personas. Como si llegara una turba, la marabunta, el peligro.
La Negra es la perra del patrón, gorda y  tranquila como él. Tanto que un día le preguntó el viajero si estaba embarazada. “No, es que esta gorda, como yo”, contestó Enrique. Tiene andares lentos y pacíficos, como una vaquita pequeña bien alimentada. Da la impresión de que fuera a estallar de un momento a otro, como un globo. La Negra va donde va su amo, a quien imita incluso en su manera de andar, y nunca se mete en broncas, sabiendo como sabe que es la perra privilegiada, la reina del hotel. Bien, pues cuando la Negra ve o presiente que el gato negro anda cerca, se pone como loca. Encendida y rabiosa. Saca unas energías, una fiereza y una rapidez impensables, y lo persigue, a él o a su sombra, por el patio hasta hacerlo huir. Por amenazar al intruso hasta se ha llegado a subir por una gruesa rama del centenario árbol del caucho que preside el patio del establecimiento, con evidente peligro de descalabrarse.
Las palomas se alteran y erizan las plumas si aparece el bandido. Las lagartijas se esconden, las iguanas se quedan paralizadas en mitad de la pared blanca, haciendo creer que son un trazo verde.

Los demás gatos más que perseguirlo, lo temen, de modo que se quitan de en medio. Pero hacen ruido, muecas, para que todos sus congéneres sepan que anda cerca el gato negro. Pero también los humanos se agitan. Lili vive con sus dos perras, la madre y la hija, Mariana y Maria Eliana. Ésta es todavía joven, juguetona e ignorante de los peligros. Pero la grande no puede ver al gato negro. Ni Lili tampoco. Explica que es malo y está enfermo. Parece que roba la comida a los demás animales. En el caso de sus perras, no solamente les roba la comida, es que también les mea sus juguetes. Así que Lili está harta y lo persigue con lo que tenga a mano en cuanto lo ve. Porque la perra madre, Mariana, vigila bien hasta las diez de la noche. Pero en esa hora y momento cae dormida como un saco y no hay manera de despertarla, hasta las tres de la mañana. Claro, un espacio de tiempo en el que el gato negro campa por sus respetos.
La patrona, doña Mónica, la hermana de Enrique, tiene querencia por todos los animales. No es casual que el Bellavista parezca el Arca de Noé. Pero no por el negro, por malo y por ladrón.
El viajero  no alcanza a ver la diferencia entre la vida, la actitud, los sentimientos y las maneras entre el gato negro y los demás. Se le ha ocurrido que se trata seguramente de un verso suelto, un incomprendido. Irreverente, rebelde, insumiso y probablemente republicano. Posiblemente un día pensó obrar por su cuenta porque no le gustaba el sistema, porque prefería hacer y pensar lo que su naturaleza de gato le dictara en cada momento, sin someterse a los dictados cerrados e interesados de alguna troika.
Y ahí fue donde empezaron los problemas. Por diferente. Primero envidiado en su independencia por los demás bichos del hotel y luego odiado porque ni mear quiere donde se espera que lo haga. Una metáfora social y política.


Aunque la realidad es que el viajero nunca ha visto al gato negro. Como mucho lo ha intuido al notar el rebullir de la colonia. Es como una leyenda que le cuentan, una de las muchas historias del Bellavista. Pero no le queda duda de que el gato negro existe y de que es tan odiado como temido. Y ha podido comprobar la furia que le entra a la pacífica Negra en cuando lo siente. 

sábado, 19 de julio de 2014

Apariencias


Fue en el viaje a Medellin. Los pasajeros ya acomodados en sus asientos, los cinturones abrochados. Y sin previo aviso una azafata se puso a abrir todos los compartimentos de las maletas de mano. Tras ella un policía iba revisando y preguntando de quien era cada maleta, cada mochila, cada bulto sospechoso o no. Parece que alguien entró por la puerta de atrás de avión y salió por la de adelante. De manera que pudo dejar alguna cosa en algún sitio.
El policía suda literalmente la gota gorda por el cuello de su uniforme. Una a una: esta maleta de quien es. Y esta, ¿y esto? ¿El bolso de quién? Suda el funcionario porque mueve cada maleta, la levanta, la saca y la vuelve a poner en su sitio. Claro, no tiene mucho cuidado y de alguna se caen cosas. Una mochila deja una lluvia de pilas
El tipo del asiento de al lado tiene aspecto de sicario o como mínimo de guardaespaldas. El hecho de que el viaje sea a Medellín, la de cártel, y los avisos que ha recibido el viajero, desbordan una cierta paranoia. Zapatilas verdes con listas amarillas, cantosas, vaqueros, camiseta, tripa, brazos musculosos, tatuados y quemados a la altura de los codos. Un accidente o una  tortura o una señal. Corte de pelo a medio camino entre el lolaylo y matón. Peinado hacia atrás, flequillo corto, patilla ajustada a la linea superior de las orejas, largo el resto, hasta el cuello. Nariz aplastada. Tópica imagen, antiguo boxeador, actual gánster.
Traía un balón en la mano que le han requisado. La azafata ha intentado sacar el aire de la pelota, pero como no ha podido lo lleva a la bodega por si acaso. Dice al matón que lo reclame al llegar a Medellín. Él asiente sin decir nada, en apariencia contrariado.
Y el policía se tira al piso, gateando, mira debajo de los asientos. Sigue sudando, ahora a chorros. De pronto empieza a caer agua de arriba. De quien esto. Todo el compartimento empapado. Se ha roto algo y empapa a los pasajeros de debajo. “Algo se ha regado”. El dueño de la mochila empalada dice que es agua, pero la mujer elegante que ha resultado calada no lo cree del todo y se huele con aprensión.
El viajero sigue pensando, y el vecino de asiento le parece ahora que puede ser un sicario o quizás un cantante de rock. Ha observado que  tiene la cara fiera y las uñas esmaltadas. ¿Puede tener esa manicura alguien que mata?
Falsa alarma. El policía lleno de sudor desaparece. El avión recorre la pista, toma impulso y despega.
El vecino que parece matón pregunta al viajero, que tiene asiento de ventanilla, si por favor le importa hacer una foto. “Para que vea mi hijo lo que se ve desde el aire”. Y pasa al viajero su pequeña y ya antigua cámara digital. Éste dispara al aire.

El balón que requisó la azafata también era para su hijo. Y se le enciende al tipo, en una sonrisa apocada, la cara de malo.

lunes, 14 de julio de 2014

A la caza del talento


Al viajero lo llevaron al teatro y fue de buena gana, es una propuesta a la que siempre dice que si. Apenas sabía que era una sala de teatro por el Pie de la Popa. Nada más, ni de la obra ni del autor ni de los actores. Un taxi desde la orilla del mar, en Marbella, hasta ese barrio del interior de la ciudad, al pie del cerro más alto. 
Dice Wikipedia que ese nombre lo tiene porque los españoles vieron desde el mar ese gran promontorio y les pareció una galera inmensa y el lugar más alto la popa de aquel barco fantasma. Así que se llega por el Pie de la Popa a una casa con una verja, un pequeño patio y unos carteles que rezan: Caza teatro. Un chico abre la cancela e invita a tomar asiento. Van llegando más viajeros o más espectadores y se van acomodando en el patio. La función empieza a las 19,30 y desde las 19,00 se llena el patio. Entre veinte y treinta personas. Muchas se saludan, con lo que deben ser habituales del lugar.

Una mujer guapa, elegante, pantalón blanco y camisola morada saluda, acerca sillas de plástico blancas. Y toca el timbre de la casa que suena hacia afuera. Con el mismo sonido de un teatro anunciando que empieza la función. Serán tres timbrazos escalonados y a las siete y media en punto la mujer abre las puerta de la casa y los llegados van entrando, a la izquierda. Es una sala de teatro, seis sillas por fila, seis filas que se van elevando de modo que sea fácil la visión. “Vayan llenando como un vaso”. O sea por abajo hasta arriba. Y ella misma presenta la función. Se titula Los investigadores, un texto de Críspulo Torres, dirección de Alberto Borja, que ponen en escena Sebastián Sierra y Clary Borja, dos jóvenes actores del taller de teatro de la casa.
Cuarenta minutos de magia. Una historia minimalista, en una especie de despacho-recepción de una biblioteca, una joven va a buscar documentación para su tesis. Busca historias de amor sencillas, pero también raras y apasionadas. Una trama que funciona, cotidiana, con humor, de sencillo formato, que Sebastián y Clary hacen creíble y logran levantar risas, complicidades y aplausos.
Al final sube al escenario el director, fundador y alma de la escuela. Agradece los aplausos, explica que están concertados con el Ministerio de Cultura, que la sesión es gratis aunque se puede aportar la voluntad para ayudar y anuncia los proyectos que tienen entre manos: el festival Cuentiarte, el Cineclub, el encuentro Balada del humor contado, el concurso de monólogos Palabreando ando o el Encuentro de narradores orales infantiles. Además invita a que quien quiera suba o diga. A veces parece que hay espontáneos entre el público que cuentan o dicen.
Caza teatro es un proyecto familiar. Alberto Borja y Dora Malo son pareja y actores de largo recorrido, sus hijos Clary Elena y Cristian empiezan y prometen. El primero explica cómo llevan en esto desde 2007. El teatro, el cine y la cuentería son su terreno, la representación, la escena, los talleres de capacitación de jóvenes o no tan jóvenes, su afán, su misión y su negocio. Cuestión de cuentas, el alquiler del teatro Alfonso Mejía para esos menesteres era una cantidad inasumible, así que optaron por tirar tabiques y hacer espacios en su propia casa. Al viajero le quedaba alguna duda con eso de la caza del teatro, con la zeta a cuestas tan sonora y con tanto cante en Colombia. La cosa es más sencilla y tiene que ver con lo que buscan, se trata de cazar, de andar a la caza, del talento.

Eso hacen cada dia en los talleres y cada sábado en las funciones. Una isla en Cartagena bien conocida para los iniciados. Para el resto no tiene pérdida, en la Calle 33, sector el Toril. Por la subida a la Popa, doblando a mano derecha, justo a la mitad de la cuadra frente al CDA de Cartagena de Indias. 
El viajero fue en taxi y volvió en buceta al centro.

domingo, 13 de julio de 2014

Del brazo de García Márquez


Digamos rápidamente para evitar equívocos que el paseo es por las calles del centro de  Cartagena de Indias y quien toma al viajero del brazo, y lo guía, es Jaime García Márquez, ingeniero civil, el hermano del premio Nobel colombiano. Jaime lo llama Gabito. El recorrido empieza en la calle San Juan de Dios, donde está la sede de la FNPI, es decir, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, donde se lleva aprendiendo, o enseñando, periodismo de calidad desde hace casi veinte años. Ahí está lo que fundó Gabriel García Márquez en 1995, un taller de buen periodismo, un lugar de encuentro de jóvenes periodistas con maestros de prestigio reconocido en el mundo. Él mismo, por ejemplo, o Tomás Eloy Martínez, o Ryszard Kapuscinski, o ahora Jon Lee Anderson, son los que han impartido las lecciones y los que han compartido sus saberes y sus experiencias.
A Jaime le gusta hablar de los azares dichosos, “Gabito decía el azar bendito”. Hay otros azares, peores, pero él prefiere referirse a esas casualidades mágicas, sin aparente explicación, pero que llenan de sentido, de magia y de felicidad cuando se producen. Azar es que esté en esa calle la Fundación, justo al lado de la antigua sede del Universal, el periódico de Cartagena donde empezó a trabajar el joven periodista de Aracataca. Exactamente hizo su primera nota el 21 de mayo de 1948.
El hermano del Nobel se le parece: tiene gestos, giros, expresiones, depende qué perfil, qué mirada. Y aporta un aire caribeño que no se despista. Viste de blanco, se emociona al recordarlo, es cálido, tocón, bienhumorado y no deja de hablar. Explica que toda la familia es así, de mucho hablar, como su padre, Gabriel Eligio García. “Gabito no hablaba tanto, era callado, le gustaba observar, salió al abuelo”. Jaime coge la hebra y no la suelta. Es capaz de pasar de los recuerdos personales a los familiares, de la importancia de la Fundación, de la que él es vicepresidente, a los personajes de ‘El amor en los tiempos del cólera’, tan pegados a Cartagena, tan reconocibles en las calles y las casas y los paisajes. Pasa de la política, de las amistades, a la manera de trabajar, tan rigurosa, tan de comprobar cada detalle, del escritor.
Pero no pierde el hilo, de modo que sus cuentos están llenos de referencias. Hay que ser oyente atento para que no se escapen los matices, los nombres, las relaciones que despliega. Puede empezar una anécdota en la plaza donde está el museo naval, la que acoge al festival de cine que tan importante fue en la vida de Gabito, luego trasladarla al París donde llegó por cuenta de la Agencia Latina, después detenerla en Cuba, para estirarla al recordar un azar familiar no tan bendito. Y lo que parece una deriva discursiva que amenaza con perderse por caminos insospechados, vuelve al punto de partida y abrocha la historia.
De su brazo y de su voz cadenciosa y costeña el viajero puede ver la pensión que hoy es el restaurante Montesacro donde llegó Gabito, sin dinero para pagarla de manera que lo echaron a la calle, a dormir en el banco del parque Bolivar, enfrente, y las calles por donde se vieron y se desencontraron Florentino Ariza y Fermina Daza, de ‘El amor en los tiempos del cólera’,  “en realidad la historia de mis papás, que Gabito trasladó de Aracataca a Cartagena”. Resulta que en el extremo del actual Portal de los Dulces, donde García Márquez puso en su novela que estaban las prostitutas, es donde están ahora. Como si la realidad viniera a confirmarle su realismo mágico. Y Jaime explica cómo era la realidad, las cosas vividas, lo que movía a su hermano a contar. Revela detalles de su cocina, su obsesión por la comprobación, por el rigor de la cita o de la descripción del sitio. De hecho el ingeniero civil podía recibir encargos del hermano escritor, que le comprobara un nombre, una dirección, un documento. No dejaba nada a la circunstancia de que alguien pudiera comprobarle un error. De modo que al viajero le da por pensar que ahí, en esa manía por la comprobación ya había mucho de buen periodista. Se echaba en manos del azar bendito, pero no descuidaba ni un dato.
La memoria es caprichosa e ilumina a cada uno de una manera diferente. Lo que importa es la esencia del hecho. Cuenta Jaime que Gabito mandó comprobar si la luna llena que puso en la biografía de Bolívar, en ‘El general en su laberinto’, estuvo aquella noche del 10 de mayo de 1830 o no. Afirma que consultó con astrónomos cubanos. Silvana Paternostro oyó contar al escritor en uno de sus talleres que consultó con la Academia de Ciencias de México. El caso es que se comprobó y había luna llena.
Pasan, el hermano y el viajero, por calles y plazas de Cartagena, sortean los coches de caballos, tan denostados estos días por el maltrato que llevan los animales, y en lo que uno escucha y el otro relata aparecen una ristra de nombres, de momentos, de señales, de confidencias, de descubrimientos, de guiños, de sorpresas, de cuentos ya oídos de otra manera. Todo lo que va enhebrando la memoria de Jaime. Esa mítica primera pensión, la calle de las putas, la casa de las ventanas, las casa de Fermina Daza en la plaza Fernández Madrid, el banco donde Florentino Ariza hacia que leía, el restaurante del amigo catalán donde comía el escritor ya consagrado, el apartado de correos por el que se comunicaban los dos hermanos…
Hace años Jaime hacía un regalo de despedida a los talleristas. Los jóvenes periodistas, privilegiados, pasaban una semana escuchando a los maestros, aprendiendo con ellos y sus experiencias a buscar la calidad en la redacción, la ética periodística, a hacer una buena investigación, concentrados en la oficina de la calle San Juan de Dios. Pues el viernes, al terminar, Jaime les daba un paseo por la ciudad. Los agarraba del brazo, más gustoso con las chicas, “preguntan más”, y les enseñaba donde llegó Gabito en 1948, la pensión donde vivió, y la casa que compró, los amigos que tuvo, y la historia de Fermina Daza y Florentino Ariza, “en realidad la historia de mis papas”.
Eso es ahora un audio guía que no hace Jaime, sino una aplicación y ofrece el recorrido por los lugares cartageneros de Gabriel García Márquez.

Se hizo de noche y Jaime seguía contando, pero tenía una cita y el viajero otra. Así que el paseo tendrá una segunda parte. O tercera. 

martes, 8 de julio de 2014

Mira lo que dice Montoro


Carta urgente de Betty. Dice que de desahogo. Ya supongo que estás bien, que te tratan bien en Colombia. No te escribo para preguntar, solo quería que supieras lo que ha dicho Montoro, aunque igual ya lo sabes, que lo habrás leído por Internet, pero es que nos ha dejado alucinados en el bar. Hace tiempo que no viene por aquí, lo menos tres o cuatro semanas, se ve que no necesita su dosis de Mirinda. O a lo mejor dice eso por no tomarse la Mirinda que sabes que aquí por lo menos la toma siempre doble.
El ministro dice que el mundo mira a España con admiración y sorpresa. Nos ha jodido, sorprendidos de que no lo hayan corrido a gorrazos. Dice Honorio, sabes quién te digo, que como aparezca de nuevo por el bar no se va a contentar con decirle cuatro cosas a la cara, que le va a dar con la zapatilla, por mentiroso y por tramposo. Mi hija se ríe, pero te digo que el jubilado es capaz de hacerlo. El problema es si viene con esos gorilas que ha traído algunas veces. Eso dice mi hija, que mejor que no venga, que se va a armar, que la gente está muy harta. Aquí cada vez se gasta menos porque ni hay dinero ni se le espera, ya nadie se cree que esto lo arreglan, y ya no les vale con el cuento de que la culpa es de los otros.
Pero vamos, que diga que nos miran con admiración y sorpresa. Delira. Yo le digo a mi hija que este hombre o es cínico o no se entiende. Mira que al principio te decía que me gustó que se pasara por el bar para ver de cerca la España la real. No sé si va a tener razón el taxista, te acuerdas, cuando decía que solo venía para reírse.
Por aquí todo igual, solo que peor. La chica del ORA está hecha polvo, porque se le cumple el contrato y no se lo renuevan. El hijo del portero sigue sin encontrar trabajo y ya lleva tres años desde que tuvo el último. Los de la fibra óptica dicen que les queda tarea hasta el 15 de julio, que luego no saben. El de la Coca cola ya sabes que viene por aquí pero no a reponer, que está en su casa hace meses. Últimamente tampoco viene la chica pelirroja. Mira que no hablaba nada ni decía ni se metía, pero se la echa de menos, extraña no verla con su libro en la esquina. Los demás más o menos como siempre.

Así que tras los comentarios de la carta de la dueña del bar donde transcurre desde hace algunos años buena parte de este blog, el viajero se puso a mirar en los periódicos qué sería lo que había indignado a los parroquianos de Betty. Y le dio la razón a la mujer: hay un cinismo consciente o ensayado para hacer comulgar con ruedas de molino a la ciudadanía española. El ministro de Hacienda tiene cierta habilidad para decir que baja lo que en realidad sube. Empezó sus juegos cínicos del lenguaje con aquello de “que caiga España que ya la levantaremos nosotros”. Y desde entonces ha ido rizando el rizo, de chulería o ausencia de transparencia, hasta llegar a lo del “circulo virtuoso” de la economía española. Los políticos tiran de argumentario prefabricado y el partido en el Gobierno es experto en decir una cosa y hacer otra, y sobre todo en anunciar buenas nuevas cuando la ciudadanía no ve más que nubarrones en el horizonte.  Retuercen el lenguaje para seguir apretando a los mismos y no se les mueve un pelo para atajar todos los Gowes que les rodean.

lunes, 7 de julio de 2014

A Bazurto sin sacar el celular


El viajero llegó el día antes de que lo cerraran para limpiarlo, asi que se lo encontró en su ser. Antes de ir había recibido todo tipo de recomendaciones: ni se te ocurra ir allí, no vayas sin compañía, no vas a encontrar más que suciedad, con lo bonito que es Cartagena cómo es que quieres ir ahí. Si te empeñas, dos recomendaciones, ve sin reloj, sin celular, sin dinero. Y desde luego no se te ocurra sacar el celular.
Como en muchos otros casos de este tiempo colombiano el viajero fue, entró, paseó, miró y no encontró ninguna violencia, ningún peligro, ningún rechazo. Sera que anda con suerte. El mercado de Bazurto es inmenso, se asienta en el medio de una gran avenida y al lado de una ciénaga. Antes había ahí un puente elevado y ahora es una inabarcable ciudad verdadera, fuera de la ciudad escaparate de Cartagena de Indias. Es más que un barrio grande, es una concentración comercial con sus leyes internas aunque quien pasee por sus entrañas, por entre su suciedad y sus olores fuertes no las entienda.  Es una concentración comercial que hace 34 años estaba dentro de las murallas, en el barrio de Getsemani y lo alejaron hasta donde está hoy. Y parece que lo alejarán más.
Dice el Heraldo que el traslado de los 2.500 vendedores del antiguo mercado a Bazurto comenzó a las siete de la mañana del 22 de enero de 1978. Que fueron trasladados en camiones de la Base Naval los víveres, los abarrotes, y los muebles de cerca de mil comerciantes. Y a la semana siguiente los enseres del resto. Donde estaba entonces el mercado hoy es el lujosos y espectacular Centro de Convenciones de Cartagena. Hoy los vecinos del barrio donde está el mercado de Bazurto se quejan mucho del impacto negativo en seguridad y salubridad que ha tenido para sus vidas el crecimiento desordenado del mercado.
Así que lo trasladan de nuevo. Las ciudades alejan sus miserias para que no se vean. Usualmente no ponen remedio, ni hacen planes serios de desarrollo. Se limitan a trasladar los problemas más lejos. Otra modalidad es echar a la gente, de sus locales o de sus casas, y eso no es exclusivo de Cartagena. En su lugar florece un centro de convenciones, un hotel o unos apartamentos que a alguien dejan un pingüe beneficio.
El mismo taxista que llevó al  viajero iba opinando en ese sentido, a ver si quitan eso de ahí, atrancan el transito, no se puede pasar, está sucio. Ahí no va nadie. Pero en lugar de abogar por un ordenamiento, una limpieza, lo que propone es eliminar el problema quitándolo de la vista. Y no es cierto que a Bazurto no vaya nadie. Era un continuo ir y venir caótico de gente comprando y vendiendo, sobre todo lo primero.
Todo el mundo vende algo en ese caos con leyes internas que no se conciben desde fuera. Pero si uno se fija, aunque no entienda y no perciba lógica alguna, hay sectores, el del calzado, el del vestido, el de la alimentación, el del pescado, el de la carne, el de las hortalizas, el de las frutas, el de la electricidad, el de la droguería, el de carga y descarga, el del sonido, el de las comidas y restauración. Claro que luego hay líneas de actividad que se cruzan y desdicen toda lógica, cuando está  el taller del sastre entre una mujer que cocina y otra que vende fruta. Taller es mucho decir, en realidad es el espacio que ocupa su máquina de coser. Quien no tiene espacio el alguien que mira lo que otros han comprado y le ofrece una bolsa de plástico. Ese es su paupérrimo negocio. El colmo de ese rastro caluroso y oliente caribeño es un destartalado cuarto con máquinas tragaperras  a pleno rendimiento.
Capítulo aparte, junto al caos y la inmensa superficie ocupada, son las condiciones higiénicas y de salubridad. En el corazón del mercado, al lado de la ciénaga, donde se concentran los comestibles, crudos o cocinados es donde se produce una suerte de carnaval de los sentidos. El que sale más tocado de la prueba es el del olfato. Los otros se administran más o bien. El de la vista se regala con los contrastes, con las figuras inesperadas, con los colores que explotan en la oscuridad de los cuchitriles. El del oído acaba algo atormentado por las músicas estridentes, pero le da tiempo a distinguir las voces de los vendedores, sus ofrecimientos amables, a la orden. El del gusto no se atreve sino con una botella de agua helada que hidrate su cuerpo sudado. El del tacto se limita a barruntar las superficies que ya le traduce la vista.
Imposible identificar los olores tan intensos que florecen en la zona de comestibles, fatalmente coincidente con espacios permanentes de aguas estancadas. La fragancia del pescado expuesto es potente y no parece en las mejores condiciones de conservación. Los cortes que hacen a la carne y los desperdicios que ésta genera, en una ambiente tan húmedo y caluroso, también contribuyen a la ceremonia de la confusión de aromas, de modo que el viajero, en su baño de conocimiento de la otra Cartagena, seguramente de la Cartagena de verdad, sale algo mareado. Sin ser capaz de distinguir si los hedores provienen de los peces en venta, del tasajo machacado, de algunas especias desconocidas, de los quesos demasiados expuestos o de las condiciones de higiene del lugar. El caso es que decidió que tenía bastante y buscó la salida hacia las zonas textiles, menos enemigas de su pituitaria.

Solo que no fue fácil escapar en tal caos. Cada salida lo llevaba, una y otra vez, a pasillos estrechos que parecía los mismos  y sin embargo eran diferentes. O no. El mareo producido por tanta mezcla de esencias no ayudaba a su sentido de la orientación. Por un momento dio la razón a quienes describen  Bazurto como un territorio desorganizado, caótico, sucio, agobiante e inseguro. Pero siempre se sale con sólo mantener la calma. Y él salió chorreando sudor pero no por el peligro sino por el sofoco. Y efectivamente no sacó el celular en todo momento ni tampoco la cámara fotográfica. Evidentemente tampoco supo lo que tardó en salir porque no llevaba reloj.
Todo ese caos a veces fétido, en ocasiones pestilente, siempre ruidoso va a ser cerrado los días 8 y 9 de julio para ser limpiado. El siguiente paso es alejarlo. Pero los vendedores dicen que no piensan moverse: “no nos vamos a mover si no nos resuelven la situación, cuando cada quien sepa para donde va”.

sábado, 5 de julio de 2014

Periodismo entre penaltis


Aunque la primera idea era empezar el viernes a media tarde, la cita se cambió para las ocho de la mañana del sábado. La razón,  muy sencilla, el partido de fútbol entre Brasil y  Colombia iba a marcar el comienzo del ‘Taller de periodismo de investigación para medios locales a partir de herramientas digitales’. Si ganaba Colombia, la pasión desatada no iba a permitir demasiada concentración y si perdía, la tristeza tampoco aportaría muchos ánimos. Y en el salón del hotel de Barranquilla, ante la pantalla gigante, una buena parte de los casi cuarenta talleristas llegados de Cartagena de Indias, Riohacha, Santa Marta y Montería a participar en el taller de la FNPI se mordieron las uñas, aplaudieron a los suyos, soñaron con el juego de su equipo, despotricaron contra el árbitro y salieron cabizbajos. La ciudad luego era la imagen de la desolación.
La mañana del sábado amaneció con un hito en la titulación periodística. El periódico Hoy, Diario del Magdalena tituló a cuatro columnas: “Arbitro español”, dos puntos, abre signo de admiración, “Hijo de la gran puta madre que te parió”, cierra el mismo signo. En letra más pequeña, en el pie de foto, hablaba de un “delincuente vestido de negro con verde”. Se abrió con ello en twitter un interesante debate impulsado por la FNPI sobre el grosor de las expresiones, la opinión, sus límites, lo noticioso… con argumentos de altura e intervenciones importantes. Salvo para el editor del periódico, que aun llegó a afirmar: “registramos el sentir de la gente”. Otro que confunde el culo con las témporas a la hora de hacer periodismo.  La gente estaba indignada con la actuación el árbitro, cierto, y apenada con la eliminación de su equipo, más cierto. Pero no se expresa como su periódico. Y además, en aras del rigor, habría que ver a cuantos preguntó ese editor, qué datos reunió, qué comprobaciones, para hablar en esos términos y escudarse en el sentir de los aficionados.
Él sí que necesitaba el taller que a las ocho del sábado se puso a dictar la periodista y profesora argentina Sandra Crucianelli. Una lección de periodismo desde los datos, desde la búsqueda meticulosa, paciente y sistemática por los documentos oficiales. Ella lo ha hecho y como en todos los talleres de la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo (FNPI) enseña desde la experiencia, desde el magisterio que supone mostrar que ya hizo ese camino y relata las dificultades que superó, los problemas que resolvió sobre la marcha, el proyecto que emprendió y los tesoros en forma de historia exclusiva que se encontró.
La sesión la inició José Luis Novoa, otro maestro y periodista experto en ese tipo de periodismo que encantó a los asistentes con sus maneras de expresarse y los informó sobre la nueva ley de acceso a la información pública que prepara el gobierno colombiano. Otra particularidad de estos talleres que puso en marcha García Márquez hace casi veinte años: se aprende oyendo a quien sabe y este despliega su sabiduría compartiendo además algo de provecho. En realidad la jornada la presentó, y luego se encargaría de animarla, Jaime Abello, el director general de la FNPI, quien aprovechó para indicar que se puede hacer un buen periodismo local y mantener el concepto de servicio público con las herramientas que prestan las nuevas tecnologías.
Los oyentes eran gente mayor, en comparación con la edad media de otros talleres de los que sabe el viajero, periodistas de radio, de televisiones, de periódicos de la Costa del Caribe, algunos no muy duchos con las nuevas herramientas que proponía Sandra Crucianelli. La argentina es capaz de explicar, aplicar y relacionar las matemáticas con el periodismo de una manera llena de lógica, de magia y de posibilidades. Enseñó que un documento encontrado por medio de un rastreo avanzado por las entrañas de Google puede ser mejor fuente que las palabras recogidas de la boca de un político. Hecho que, además, como apuntó Abello, contribuiría a alejarse del periodismo de declaraciones en el que andan enredados tantos medios.
Herramientas, buscadores, bancos de datos, administración de archivos, métodos de buceo, maneras de filtrar. La maestra navegaba por la pantalla y los alumnos intentaban seguirla a veces sin mucho éxito. Demasiado rápida para algunos que se demoraban a apuntar en sus cuadernos los trucos y caminos que proponía Sandra. No les era fácil tomar notas con el bolígrafo, burlar las cortapisas de los guardianes de los secretos en la red y enterarse de cómo iba el partido entre Costa Rica y Holanda.

Así que se dio por terminada la lección,  hasta las ocho de la mañana del día siguiente, justo cuando el portero de la selección holandesa se puso a presionar a los costarricenses que iban a tirar los penaltis. A cada uno le dedicó una mirada retadora, una frase displicente, un gesto de superioridad. Había salido para eso justo un minuto antes y les comió la moral. Logró que dos delanteros tiraran sin confianza. Costa Rica eliminada.

viernes, 4 de julio de 2014

Comuna 13


El viajero había oído decir a una pareja de chilenos que por San Javier existía una escalera mecánica, muy empinada, que permitía ver Medellín desde lo alto. Eso era todo. Así que tomó el metro en Estadio y quiso asegurarse con una información más certera. Vaya hasta allí y allí le informan, le dijo el guardia. A ver, le pregunto a usted para evitar ir hasta allí. Allí le informan. Diálogo de sordos. Así que fue hasta allí. Salió del metro y el guarda de allí le dijo que el metro cable estaba en revisión, o sea fuera de servicio. Así que mejor dar la vuelta, pero como ya había salido del metro y no lo esperaba nadie, pues decidió merodear.
¿Y no había por aquí una escalera mecánica? Se referirá a una escala. Pues eso. Tiene que tomar un bus azul que lo lleva. Así que tomó el bus azul y ahí le entró cierta paranoia, un conato de inquietud, en forma de preguntas para sí mismo. Solo en un extremo de Medellín, la del cártel, en un autobús destartalado que tomaba las curvas como si fuera Fernando Alonso, con dos pelaos que lo miran desconfiados y una señora que intenta arreglarse la chancla con las llaves de la casa. No se preocupe que yo le indico, dijo la mujer sin dejar de manipular la zapatilla. Y tras veinte minutos sorteando motos que bajaban tan descontroladas como ascendía el autobús: suba esa calle y al final está la escala. Al principio  el viajero anda mirando a los lados, sin atreverse a disparar la cámara, sintiéndose mirado.

La escala está cortando de arriba abajo el barrio Independencia 1, en la Comuna 13. Lleva construida cuatro años y ha cambiado la vida al barrio. Antes los viejos no salían de las casas, no había entre estas sino un pasillo por el que solo cabía una moto, los peldaños ni siquiera eran de concreto, se llenaban de barro si llovía. Ahora está todo limpio y es seguro, dice Leidy. Se llama así porque fue el nombre que su madre leyó en una novela que le gustó mucho, así que se lo puso, y trabaja como gestor pedagógico, es decir, auxiliar operativo del sistema Escaleras eléctricas comuna 13, “un referente del urbanismo social, de carácter público y gratuito”, como reza el folleto de la alcaldía de Medellín.
Leidy acompaña un tramo al viajero y le va explicando que tardaron dos años en construir las escaleras y pasaron otros dos años enseñando a la gente a usarlas, haciendo funciones para los niños, con juegos para que se dieran cuenta de que no eran para jugar. Trabaja en las escalas de lunes a viernes y el sábado estudia Recursos Humanos, una tecnología tras terminar el bachillerato. Le muestra el dibujo de un tucán, que ha pintado otro auxiliar que además es grafitero y firma como Chota. O el mural de los enamorados. Porque cada recodo, cada descanso de los seis tramos que conforman la construcción empinada, tiene una actuación artística que casa con los muros de las casas pintadas de colores vivos, construidas unas sobre otras en la ladera del cerro, en un equilibrio imposible.
Asegura Leidy que antes había mucha violencia en el barrio, peleas y balaceras. Entre bandas. Mucha violencia, dice pensativa. Pero ninguna como la que ella misma vivió en octubre de 2002, cuando tenía 15 años, la Operación  Orión. Y le cuenta al viajero que antes de eso el barrio había sido invadido por la guerrilla, ella misma tuvo que cambiar de colegio, se llevaron a un primo del que no han vuelto a saber, que andaban con sus botas y sus correajes mandando en la Comuna 13. Y entonces llegó el ejército con tanquetas y fusiles y cañones, y durante tres días seguidos, dia y noche, bombardearon el barrio, casa a casa. Ella se escondía con su hermano debajo de las camas, cada rato sonando balas y cañonazos. Un primo suyo murió de una bala perdida, a otro lo detuvieron y se lo llevaron y nada tenía que ver con las FARC. No salíamos de casa, todo el rato sonando tiros. Ilustra que hay videos y fotos de eso en youtube.

La Operación Orión acabó con la guerrilla en Comuna 13, se quedó el ejército un tiempo y luego cuando se fue entraron los paramilitares. Esto no lo cuenta Leidy, lo dicen amigos periodistas de Medellín, quienes afirman que no es tan seguro el barrio y que el paseo por él fue una temeridad. Según ellos allí siguen las pandillas, la oscura historia de las mafias, las familias enfrentadas por mantener el poder. Dicen que habría hasta treinta pandillas censadas que viven en una frágil tregua que podría romperse en cualquier momento a pesar de las escaleras y la inversión hecha en zona tan marginal y violenta.

Así que el viajero,  inocentemente, sin saber nada de la dura historia del barrio fue disparando su pequeña cámara de fotos. Tras dejar atrás las escalas pasea por la Comuna 13, caminaba despreocupado, alucinado con cada rincón, con cada encuadre, con cada esquina. Tomando imágenes sin parar de esas construcciones tan expuestas, tan livianas, tan coloristas, tan vulnerables asomadas al aire, sin otra sujeción que otra casa debajo o encima, con idéntica fragilidad y vulnerabilidad. Por lo que supo después, y tras recordar las miradas silenciosas detrás de las puertas, puede que la presencia de la gestora pedagógica fuera una suerte de escudo. Leidy como ángel de la guarda.