sábado, 31 de mayo de 2014

Los arroyos de Barranquilla


Me fui para Barranquilla y no vi al caimán. Aunque estuve a punto cuando descubrí los arroyos. Me lo habían dicho varias veces, de Barranquilla lo más espectacular son los arroyos. Y no hice mucho caso pensando que me hablarían de alguna canalización, tal vez una ingeniosa manera de llevar el agua, seguro que una relativa curiosidad para guiris. Y no preste mayor atención. En la puerta del Bellavisa me recogió la buceta a las seis en punto de la mañana y a las ocho estaba presto para participar en la reunión de Investigadores de la Comunicación que se celebraba en la Universidad del Norte, en Barranquilla.
Un sistema de transporte cómodo y personalizado: una furgoneta con aire acondicionado te recoge a la puerta de tu hotel de Cartagena y te deja donde la digas de Barranquilla. 21.000 el pasaje. Solo que el conductor de la mia debió olvidarse de mi indicación y me dejó a tres cuadras de la universidad. De modo que tuve que caminar un rato por delante del cementerio, que está al lado.
No obstante llegue a tiempo. La cosa, el evento, se extendió hasta las doce, que la gente de la comunicación se explica mucho y tiene la capacidad de encontrar ciencia donde aparentemente no hay más que verdades de Perogrullo, pero ellos lo exponen mejor. El caso es que estaba sin desayunar. Jesús, uno de los profesores, me invitó a tomar algo y ese café de mediodía con una barra de queso fue reparador. Como no iba a tener mucho tiempo hasta la hora volver en la buceta,  la última a las ocho de la tarde, el colega me hizo un plan modesto de turisteo. La Cueva, un museo, visita al periódico local, el Heraldo y poco más. Tal un breve paseo por el centro.
Jesús volvió a decirme algo de los arroyos y me ayudó a ajustar el precio de un taxi. Conviene acordarlo antes para evitar circunstancias penosas: Diez mil pesos hasta la Cueva, en 43 con la 49. Es decir, carrera 43, calle 49. El taxista también quiso ser guía turístico, así que me preguntó de donde era y habló del tiempo, parece que va a llover. Pasamos una calle encharcada, como con un escape,  una rotura de  una cañería. No, es un arroyo, dijo el taxista. Y explicó que ya estaba lloviendo arriba y eso explicaba todo el agua que corría calle abajo, que iba a llover en pocos minutos y que cuidado con los arroyos. Era la cuarta o quinta vez que me hablaban de eso, así que el taxista preguntó cómo es que no sabía que era. Busque en Google y lo vera. Efectivamente, si en el buscador se escribe arroyos de Barranquilla  se ve lo que son.
Justo llegamos al destino cuando empezó a caer agua como sólo debe pasar en Barranquilla. Las calles se inundaron. No llegaron a los metros que se ven en las imágenes de Google pero hube de quedarme guarecido en el La Cueva, el sitio donde García Márquez se reunía con sus amigos, el Alejandro Obregón, Alvaro Cepeda Zamudio y Orlando ‘Figurita’ Rivera. Y la camarera me dio jugo de coroso y me contó la historia del sitio  que fue granero, luego lugar de reunión de cazadores, más tarde rincón de tertulia literaria y hoy Fundación. “Aquí los amigos le enseñaron al premio Nobel el periodismo”, dice la camarera sabia, leída y guapa. Hoy es un lugar de peregrinaje, con un recortable de Gabo a tamaño natural con el que hacerse fotos.
En la época de los cazadores no podían entrar mujeres en el bar y uno de ellos mandó hacer un retrato de su amada. Colgó el cuadro en lugar principal y fue como traspasar la norma. Una discusión, alguien sacó la pistola y soltó dos tiros que se alojaron en un lado del cuadro. De milagro no acertaron a la mujer pintada. Aun se pueden ver los impactos en el fresco.

La Cueva como Fundación también ha querido contribuir al homenaje de despedida de este mundo de su antiguo cliente. Así que invitó a Barranquilla al traductor de García Márquez al mandarín, Fan Yen. Fuera llovía a cántaros y los arroyos se iban llenando.

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