martes, 23 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

En el bar de Betty están contentos porque ha tocado el reintegro. El zapatero había entrado riendo, dando palmas y con el décimo en la mano.
-Lo que yo dije, el siete.
Se miraron todos asombrados y entre dudas, como si desconocieran algo importante, como si les faltara alguna clave. Betty, la hija, Honorio, el taxista, Paqui, la Pelirroja, el portero y la chica de la ORA.
Cuando comprobaron que la felicidad del zapatero jubilado era medio de broma medio porque su número favorito es el siete, compartieron la alegría. Lo que no falta nunca en ese bar son las ganas de alegrarse.
Y fue como a Honorio se le ocurrió que podían montar una fiesta y hacer creer a las televisiones que eran ricos y felices.
-Como vengan las televisiones, también vienen los bancos. Dijo el portero precavido.
-A esos quería ver yo.
Fue como la chica de la ORA contó entonces lo que le había pasado a un amigo con el banco. El amigo es un novio peruano que se ha echado, pero esa historia romántica no viene a cuento de esta crónica postátil. El peruano pretendía mandar dinero a su familia en Lima y quiso preguntar en la  sucursal cuanto le costaba la operación. Le dijeron que un 0,35 por ciento de lo que enviara, con un mínimo de 35 euros. O sea, que dependía de la cantidad. Y que en todo caso le convenía enviar una suma importante, que...
-Lo que mi amigo iba a mandar son 100 euros y le cobraban 35.
-Cabrones.
Y la expresión de Honorio fue suscrita por los clientes de Betty. Los presentes y los ausentes.
Así fue como la denuncia de la chica dela ORA y la broma del zapatero pusieron en marcha la comedia. Betty sacó cava maluco y medio caducado que hicieron estallar en cuanto apareció la primera reportera de una TDT. Entre paréntesis hay que decir que se apiadaron de ella porque llegó con la cámara a cuestas, y el blog de notas, y el android, y un micrófono. Y pudieron oír cómo le echaba la bronca de su jefe, injusta, insensible, machista y acosadora, sólo  porque no había logrado una imagen con el número premiado.
Los del bar de Betty consiguieron un jolgorio considerable, al que acudieron vecinos, mirones, curiosos y televisiones. Entre el gentío se pudo ver a un tipo sonriente con corbata que Liliana, la chica de la ORA, reconoció como el director de la sucursal bancaria donde su amigo había pedido información para enviar unos euros a Perú.
-Ese es. Dijo a Honorio.
Y el jubilado de las chanclas y los calcetines desparejados se encargó de la gestión.
Nadie sabe qué artes desplegó, si su simpatía, si su arrojo, pero lo cierto es que se presentó como portavoz del grupo agraciado. Al hombre trajeado tomó por banda y le puso una condición para poder negociar en exclusiva. Sí, sólo una. Un día antes un cliente de su banco pretendió enviar a Lima cien euros.
El bancario aseguró que se interesaría por ese caso.
-No me ha entendido. La condición única es que lo resuelva ahora.
Liliana llamó a su amigo, éste se presentó en el bar de Betty y los cien euros cruzaron el Atlántico para llegar a su destino sin dejarse en el camino comisión alguna. El director de la sucursal no dudó en abrir la oficina para hacerlo posible.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Una barra de cafetería donde no se ve el fin de la crisis


Lo de Betty es una cafetería con barra. En ella, en esa barra, o en una como esa, según Rajoy, es donde se empieza a ver el fin de la crisis. Arrimados a ese mostrador de aluminio están Honorio y el zapatero conversando, la chica de la ORA desayunando, el taxista mirando el fondo de su vaso vacío y la pelirroja leyendo sentada en el taburete. Al otro lado, la hija de Betty repasando con una bayeta los alrededores del vaso que mira obsesivamente en taxista. Luego con el mismo paño seca los aledaños del vino de Honorio y de la caña del zapatero.
-Por los cojones, se ve aquí el final de la crisis.
Honorio repasa entonces para el zapatero los síntomas nada verdes. La hija de Betty terminó hace varios años la carrera, bióloga. Ha hecho dos másteres, ha sido becaria en lo suyo y en publicidad y trabajado en el Corte Inglés los sábados y domingos. Ha decidido que con la precariedad y miseria que obtiene en todos esos trabajos, mejor echarle una mano a su madre en el bar.
El novio de la hija de Betty también es biólogo y terminó la carrera cuando ella. Él no hizo master pero tampoco tiene trabajo ni en lo suyo ni en el Corte Ingles. Hace macramé, pulseras, cinturones y collares, que intenta vender en los mercadillos, pero atento a la policía porque no tiene licencia ni piensa sacársela. Los dos viven en la casa de Betty.
-Los tuyos, ya ves. Y los míos ni te cuento.
Los tuyos son los hijos del zapatero: el Chispas, con el que no se habla desde que suegra y nuera discutieron, y la hija. Ésta ha sido cajera y reponedora de supermercado. La despidieron cuando se quedó embarazada de su segundo hijo. Firmó la conformidad porque acordaron volverla a contratar cuanto diera a luz y pudiera dejarlo en la guardería. Pero no cumplieron. El marido tampoco encuentra y eso que tiene fama de ser un pintor cuidadoso. Así que los cuatro, la pareja y las dos niñas, comen muchos días en casa del zapatero.
Lo de Honorio es que se jubiló con una buena pensión dentro de lo que cabe. Era funcionario del cuerpo A y no quedó mal. Dice muchas veces que él y su mujer serian capitanes generales si no tuvieran que hacerse cargo de los hijos. Estos son tres, dos casados y uno soltero. A los dos primeros los colocó bien, uno aparejador y otro agente de seguros. Se casaron los dos, compraron piso y los pilló el vendaval de la crisis. El primero negoció con el banco, el segundo fue desahuciado. Los dos viven con sus parejas y sendos niños pequeños en casa de Honorio. El soltero, también, solo que nunca se fue y nunca pudo trabajar. Acabó arquitectura, le costó, pero no logró poner en práctica sus conocimientos. Ahora está pensando irse fuera de España, porque aquí no hay futuro, dice, y porque no se cabe en la casa de Honorio
La chica de la ORA es colombiana, vive realquilada en casa de una compatriota. En realidad lo suyo es doble realquiler: su amiga tiene alquilada una habitación a una pareja de colombianos y a ella le alquila la mitad de la cama. Es decir que viven y duermen juntas. El problema es cuando viene el novio de su amiga, también colombiano. Entonces la chica de la ORA busca donde dormir, o no duerme y pasea por la ciudad, que el novio de su amiga nunca se queda mucho. El sueldo tiene que ir a Colombia, donde tiene dos hijos al cargo de la abuela.
La pelirroja se cree que está en el bar de Betty de incognito, leyendo tranquilamente sin que nadie sepa de su vida y sin tener que dar explicaciones. Pero Honorio sabe que es periodista aunque trabaja desde hace tiempo como teleoperadora. Ocho horas con veinte minutos para tomar café, ir al baño, fumar un cigarro o mirar por la ventana. A elegir. No hay hora para comer, porque al no llegar el horario de trabajo a las ocho horas, son 7,45, no hay descanso más que esos veinte minutos. Si se pasa uno, o empieza a atender llamadas uno más tarde, los debe. Si se demora en aclarar algo a un cliente fuera de las 7,45, no cuenta. Así que, dependiendo del turno, hace tiempo para entrar en el taburete del bar, leyendo.
-Y ese, ya ves
Ese es el taxista ensimismado y triste. Que mira el fondo de un vaso de vino vacío con obsesión y se levanta, se va sin despedirse, y hace como que va a dar una vuelta con el taxi. La mayoría de las veces ni lo mueve. Honorio lo ha seguido y ha llegado a ver cómo abre el coche, se sienta al volante y ni enciende la llave de contacto. Está un rato mirando, también ensimismado a través del cristal, se baja de nuevo, vuelve al bar de Betty y allí sigue absorto ante el mismo vaso
-Asi que a ver si viene Montoro y también dice que la crisis está olvidada.
-Pues ahí lo tienes

Dice la hija de Betty cuando ve entrar al ministro por la puerta.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Monólogo de Montoro en lo de Betty


Llegó en vaqueros cuidadosamente gastados, solo, sin escolta, las solapas de la gabardina subidas, camuflado o protegido de la lluvia con un gorro de plástico. Las gafas empañadas y los rizos del cogote empapados. Serían las ocho de la tarde. Tal vez algo más. Honorio dio un codazo al taxista que no levantó la vista del fondo de su vaso vacío ni por el empellón ni por la aparición del ministro
-Este, o tiene mucha moral o no sabe dónde ir o es masoca.
Al principio entendieron los parroquianos el plan de Montoro de palpar el sentir de la España real. Pero después lo que pensaba la gente de donde Betty quedó claro, y más después de pasar por el bar tantas veces.
-O es el único sitio que tiene Mirinda.
Dijo Betty con visión comercial, poniendo el vaso y la botella frente al recien llegado antes de que este pidiera nada.
-Buenas tardes, señores.
El saludo protocolario no obtuvo respuesta. Como casi siempre en los últimos tiempos.
Pero el ministro ya había demostrado que tales reacciones no le arredraban. Iba al bar de Betty como si tuviera una misión. Así que dijo, sin preocuparse de quien lo oía:
"Que no nos confundan con las noticias, que estamos sacando a España de la crisis económica más profunda". Redundó en que lo de la corrupción era "circunstancia menor".  Lo que les digo señores, se oyó, es que este gobierno "no va a fallar a España".
Y una voz pronunció el nombre de Rato y de Ana Mato. Y el hombre de los rizos en el cogote se puso a explicar que el PP no  es "una persona o unas personas", que "es otra cosa" 
Quedó solo Montoro aislado en el centro del bar, pegado a la barra, junto a su segunda Mirinda. Se fueron apartando todos de él, haciendo un vacío a su alrededor. Como si la ola lo hubiera dejado solo en mitad de la arena. El que permaneció  más cerca fue el taxista porque no se movió y siguió a lo suyo, sin apartar los ojos del fondo del vaso vacío. Hubo quien observó una tensión mayor en la cara y en las manos del taxista. Como si apretara los músculos, y en su ensimismamiento fuera esa la máxima expresividad permitida. Un momento hubo en que también quedó cerca Paqui, por el intento que hizo durante un instante de no dejar solo al taxista, pero se arrepintió enseguida. O no se lo permitió así misma. De modo que se creó un cerco mudo alrededor del ministro, apenas roto por el taburete del taxista.
Un escenario anómalo: el ministro hablando como si diera una rueda de prensa sin preguntas, un monólogo para nadie, explicando lo que no le preguntaban, argumentando sin interlocutor. Y los parroquianos, que oían mientras aparentaban no escuchar, hablaban entre ellos de lo que decía Montoro pero despreciando su presencia
“Estos se creen que somos gilipollas”; “Se les está acabando el chollo”; “pero qué cara más dura”; ”¿a que llamamos a Podemos?”; “Otro que tampoco ve el Jaguar en el  garaje”…. Cosas así.  
Como ni tuvo eco ni se sintió entendido, terminó su segunda Mirinda, se tocó el gorrito para la lluvia y salió.
-Buenas noches, señores.
Fue salir el ministro y el círculo se volvió a cerrar como si fuera un fenómeno meteorológico. Llegó él y se abrió y se fue y se cerró abarcando al taxista ensimismado.
Honorio igual que dio un codazo al taxista cuando apareció Montoro, le tocó el hombro cuando se fue.
No solo Honorio, también Betty, todos, tenían deferencias con el taxista. Ya no le hablaban, ni le preguntaban, respetaban su abstracción, pero si lo tocaban: una palmada suave, un roce solidario, un toque en el hombro.
Y en voz baja, o mientras se iba de pronto, supuestamente a dar una vuelta con el taxi, aunque estaba comprobado que no lo movía, decían que necesitaba ayuda, que iba a acabar mal.
Y todos miraban a Paqui que se encogía de hombros y a veces se echaba a llorar. Porque era su ayuda y su perdición. Procuraba estar cerca, como vigilándolo, pero ella no se atrevía a tocarlo, ni por calor ni por piedad.
Si se especula con que el taxista quizá duerma en la pensión donde vive Paqui es por lo que ella mismo dijo un día. Que la noche en que la mujer lo echó de casa al final fue a la pensión. Y todos entendieron sin que lo explicara que fue a la casa de huéspedes donde tiene el alojamiento, no donde ejerce. 

Y todos, aunque no pregunten, tienen ganas de saber qué paso exactamente aquella noche y cómo acabó. 

martes, 25 de noviembre de 2014

Como Las Grecas


Al Chispas no le gusta que lo llamen Chispas. Suele repetir que él es técnico superior en electrónica y electricidad, y que como mucho responde si lo llaman electricista. En confianza dice que lo otro es poco profesional y que se pone de mala hostia cada vez que le dicen Chispas.
Es el hijo del portero y aparece por el bar de Betty solo de vez en cuando y si no está su padre. Antes iba mucho. Luego desapareció, estuvo un tiempo sin volver, parece que se casó y ahora va de vez en cuando. Honorio le dice a Betty que para buscar alguna chapuza, que él mismo lo llama cuando tiene alguna avería eléctrica.
-Ha cambiado mucho. Ahora está más centrado
Betty asiente. Ni confirma ni desmiente. Sabe todo, lo mira todo, pero nunca dice.
Honorio también sabe porque es el más viejo del lugar, pero teoriza más. A veces habla para que Betty le confirme. Y la dueña del bar confirma o no. Es propietaria de sus silencios y sabe que un bar funciona si se entera de todo lo que pasa pero siendo leal con cada cliente. Y ella al portero le tiene ley. Lo que no quita para que el jubilado siga especulando.
-Lo que peor lleva el portero es que no le deje ver a las nietas.- Dice mirando a Betty. Y como quiera que ella ni ratifica ni desmiente, el viejo se contesta a sí mismo
-Pero parece que la culpa es de la mujer del Chispas, que no quiere que su suegra vea a las nietas. La tuvieron gorda y no han vuelto a hablarse.
Honorio ha bajado pronto con sus calcetines de colores, cada uno distinto, en sus chanclas como si el bar el Betty fuera la playa. Pidió el colacao y los churros y se puso a hablar del Chispas. Desde que se jubiló afirma que pasó a otra dimensión en la que dice lo que le parece, va a donde le da la gana, viste como quiere y habla con quien sea, venga o no a cuento. Dicharachero, sobrado, deslenguado.
-Hay que joderse. No le gusta nada que lo llamen así. Ayer estaba hablador. Lo que no entendí fue lo de las Grecas que dijo.
A media mañana de este martes la pelirroja sigue enfrascada en su libro, el culo acomodado en lo alto del taburete de la esquina, el taxista continua mirando de manera obsesiva el fondo de su vaso vacío, los de la telefónica ya han pagado lo suyo y salido, de Montoro no se tienen noticias, ni de él ni de sus rizos en el cogote, ni de sus escoltas ni de su Mirinda, y Betty repasa con su bayeta la barra de aluminio del bar.
-Creo que llegó a jugar en el Atletico de Madrid, ¿no?
-Lo probaron para los juveniles. Pero no lo cogieron.
Ahí sí aclara Betty. Si Honorio habla tanto del hijo del portero es porque está de actualidad en el bar: el día anterior por la tarde apareció, invitó a todo el mundo y contó.
El Chispas dijo estar contento porque al menos tenía trabajo. Como autónomo, pero trabajo. En una de las más importantes compañías de seguros. Tras invitar a todos, pidió otra ronda más, rumboso, y contó que su compañía estaba tirando los precios. Porque la competencia está siendo atroz con la crisis y otras aseguradoras están haciendo lo que sea por pillar mercado. Así lo dijo. Que le han bajado las horas a la mitad y ya no le pagan la gasolina, de modo que puede haber un aviso a varios kilómetros que no le merece la pena.
-Pero hay que hacerlo.- Afirma, profesional.
Así que por un lado pone en todos los partes que es siniestro, o cortocircuito, o subida de tensión, para que cubra los gastos el seguro. Así va él haciendo clientes agradecidos, para que le encarguen chapucillas fuera del trabajo. Añade el Chispas que lo que pasa es que a veces no se cobran esas chapuzas porque la gente no tiene dinero.
-Y te pagan en especias.
Como Honorio quiso saber qué era eso, el técnico superior en electrónica y electricidad explicó que por ejemplo una fisio que tiene una clínica le dijo que ella no le podía pagar, que si quería le miraba las cervicales; o que en algunos restaurantes le daban como vales para que fueran a comer él y las niñas; o que el coche se lo arregla un taller y él le controla la luz. Y ahí se puso a contar una historia que casi ninguno de los parroquianos entendió del todo. Ni Betty.
Parece que la madre de un abogado lo llamó para que le hiciera un presupuesto de la consulta de su hijo. Pero que era una sorpresa que le quería dar, así que el trabajo debería hacerlo en el fin de semana. Siguió diciendo que a él no le importaba trabajar cuando fuera y que la señora, agradecida, lo invitó a cenar al mejor restaurante de Madrid y que él se puso como Las Grecas. No acertó a decir el nombre del sitio, solo vagamente que tenía no sabía cuántas estrellas Michelin.

A los del bar de Betty no les quedó muy claro lo que significaba eso de las estrellas, pero entendieron menos qué quiso decir el Chispas con eso de que se puso como las Grecas. 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Sin antena parabólica


-No te jode. Que no tiene antena parabólica. Yo nunca la he tenido.
Y se hizo el silencio en el bar de Betty. No es que hubiera pasado un ángel, ni que ocurriera de pronto un apagón, ni que  tocara el gordo de la lotería con el décimo reservado por el camarero, ni que volviera a entrar Montoro, con las ganas que le tenían, no solo el zapatero.
Es que quien habló fue el taxista. Y todos se quedaron pasmados, Betty, su hija, Honorio, el zapatero, el portero, la chica de la ORA, los de la telefónica, incluso la pelirroja  levantó los ojos del libro que estaba leyendo. A Paqui se le soltaron las lágrimas. No dijo nada, pero sus mejillas se inundaron y al intentar secarlas con el dorso de la mano el rimel las convirtió en un barrizal.
El taxista llevaba tres meses sin decir palabra, mirando obsesivamente su vaso vacío. Llegaba al bar en cuanto abría Betty, a las siete de la mañana. Tomaba de un trago el chato de vino tinto que le servían, ya sin pedirlo, y se concentraba en aquel fondo de cristal, como si allí estuviera la explicación de sus desgracias. A veces se iba a comer, nadie sabía dónde, o aparentaba tomar el taxi. Y volvía al mismo taburete como un náufrago. A mirar el fondo del vaso.
Aquella mañana de noviembre todos miraban la tele, más o menos atentos a las explicaciones de Morago. “Vaya morro”, decía Honorio tocándose con insistencia su propio rostro con la mano abierta, como si el presidente de Extremadura pudiera entenderle que lo acusaba de tener mucha cara. El mismo gesto en cada justificación de los viajes a Canarias desde Mérida, en todo el repaso a su curriculum, a su papel de víctima perjudicada.
Pero cuando dijo que no tenía antena parabólica en su domicilio fue cuando el taxista saltó. Lo que no habían conseguido ni Betty ni los demás, unas veces compadeciéndolo, otras animándolo, incluso en ocasiones provocándolo, lo consiguió la queja de Monago. Y repitió:
-No te jode.
Noventa días sin decir una palabra, sin escuchar las de quienes le hablaban, concentrado en el fondo de un vaso vacío.
Antes no era así. Betty cuenta que el taxista era un hombre campechano y hablador, pero se ensimismó cuando lo de Paqui.
Lo de Paqui es una historia que se sabe a medias, porque el taxista, al no hablar, no la ha contado. Paqui ha explicado algo pero de manera queda e incoherente, el portero afirma que conoce bien al taxista y a su mujer, y también ha aportado. La propia especulación de la barra del bar ha contribuido, de manera que lo que se sabe de cierto es poco. Comprobado está que Paqui tuvo un problema gordo con un cliente y que, desesperada y asustada, llamó al taxista. También que este acudió, recogió a la mujer maltratada, semidesnuda y aterrorizada, la montó en su taxi y la llevó a su casa. La casa del taxista. Las diferentes versiones coinciden en estos extremos y salvo matices y redondeos así ocurrió. A partir de aquí es cuando no queda claro casi nada. Parece que a la mujer del taxista le pareció mal que su marido llevara a Paqui a su casa, o que vio lo que parecía pero no era, o que no creyó, o ni escuchó, la historia del héroe salvador desinteresado.
El caso es que puso de patitas en la calle, primero a Paqui y luego a su marido. Betty dice que el orgullo del taxista le impidió explicarse bien y que entró en un bucle raro que lo llevó a mirar obsesivamente el fondo del vaso. Y que, claro, cuanto menos decía peor se ponían las cosas. Su esposa tampoco ha consentido que Paqui se lo explique, parece que llegó a decir que no quería ver a la rubia de bote ni en pintura. Aunque esto último tampoco está comprobado. Lo que sí está visto es que el hombre no ha aceptado nunca los acercamientos y consuelos de la rubia, por más que esta lo ha intentado con toda la paciencia del mundo.
Nadie sabe exactamente, por ejemplo, donde duerme el taxista. Algunos aseguran que en el taxi, que en casa de una hermana que no vive lejos. Se ha llegado a decir que, en realidad, de extranjis en la pensión donde vive Paqui.

Tres meses sin abrir la boca, sin dejar de mirar el vaso vacío. Y quien sacó por un momento al taxista de su bucle fue una queja de Jose Antonio Morago.

lunes, 27 de octubre de 2014

¿Este bebe?

Fue Paqui la que preguntó pero nadie hizo caso. El taxista porque miraba como siempre el fondo del vaso vacío, como si allí estuviera la explicación de sus desdichas. Betty ni la oyó, había entrado a la trastienda con al idea de reponer cervezas. La pelirroja, enfrascada en su lectura, no pareció ni oírla y en caso de haberlo hecho desde luego no se habría enterado de a quién se refería. Honorio, con sus chanclas amarillas sobre los calcetines de cuadros, podía haberla escuchado, pero justo le entró la pregunta por el lado por el que no oye nada, ni gritos. El portero todavía no había llegado al bar, como la nueva chica de la ORA.
Así que la mujer rubia de bote se impacientó
-Ni puto caso. Betty,  joder, ponme otra.
Como no puso nada, por estar fuera, Paqui empezó a aporrear la barra del bar con su copa de anís vacía. La hizo añicos y se cortó la mano.
Honorio no oye de un oído nada pero vio enseguida la sangre en la mano de la mujer. Sacó su pañuelo arrugado, de color ya algo indefinido, y con él y unas servilletas intentó contener la sangría.
-Quita, que no es nada.
Así entró Betty y vio el revuelo. El taxista, no, que seguía mirando el fondo de su vaso. La pelirroja, tampoco, sentada en el taburete, leyendo.
Volvió a la trastienda a por una gasa limpia.
-Honorio, por dios, echa ese pañuelo a lavar.
La mano de Paquí quedó vendada, Honorio guardó el pañuelo ahora también con sangre en su bolsillo y en la televisión seguían hablando Pepa Bueno y el ministro de Hacienda.
-Te decía si tu amigo bebe. Dijo Paqui por el lado que sí oye Honorio.
-Oye, guapa, que ese no es mi amigo. Porque le de conversación cuando viene por aquí no soy su amigo. Ni ganas. No es de mi ambiente.
Paqui explicó entonces que a ella la manera de hablar del ministro le parecencia el de una persona que bebe. -Eso se ve.
Lo dijo cuando Montoro, dubitativo, con al lengua algo atrapada y el entendimiento buscando salidas dialécticas intentaba contestar a la periodista Pepa  Bueno que le decía en la tele que tras una semana en la que se imputaba al secretario general de su partido, en la que se decía que podía haberse pagado con dinero de una contrata las elecciones del PP, lo de Rodrigo Rato, que un juez sospeche que su sede se ha arreglado con dinero negro, que nos diga usted aquí que se trata de casos aislados...
-Mira, ¿no ves que se le traba la lengua?
-Pues ya veis que aquí sólo toma Mirinda, aclaró Betty.
-Apaga eso, ¿no nos vamos a librar de ese o que?.
El que habló fue el zapatero que cada vez que entra Montoro en el bar de  Betty él se sale en un acto de rebeldía que no entiende nadie. El ministro va al bar por ver de cerca la  España real, el zapatero se va, los parroquianos no hacen caso ni a una acción ni a otra. Uno se va, incomprendido, y el otro vuelve a entrar. 
Ahí fue cuando Montoro, la lengua estropajosa, dijo unos nombres de colegas, no vocalizó, dudó, trastabilló y afirmó que había ido al programa a otra cosa.
Paquí hizo un gesto entre los hombros y la mirada, más para sí que para los otros:  lo que yo decía.

sábado, 18 de octubre de 2014

Crónica postátil del día de la asamblea de Podemos


El sitio no es palacio ni queda claro que su vista sea alegre. Tampoco ya es plaza de toros aunque tenga forma de coso y el escenario de la asamblea de Podemos esté ubicado en un triángulo entre los tendidos 7 y 10. El caso es que la cita era a las diez de la mañana en el madrileño barrio de Carabanchel, en el Palacio Vistalegre, y la convocatoria señalaba el día como histórico.
Lo primero que sorprende es la inmensa cola que rodea el palacio multiusos, caótica y tranquila. En realidad hay dos, una para la grada y otra para la pista, que se juntan, que se mezclan, que se confunden, que se respetan, calmadas. Algún colaborador con chaleco fluorescente aquí y allá, desbordado, y un par de policías municipales desinteresados.
El aforo del sitio marca una capacidad para 14.000 personas y hora y media después un cálculo desapasionado indica la ocupación de la mitad de los asientos.
Camisetas moradas, leyendas alrededor de la utopía, algunas pancartas, buen humor, paciencia, más adultos entrados en años que jóvenes –dicho esto como apreciación más que como medición- preparativos de una megafonía atroz, unas cuantas cámaras junto al escenario, es el paisaje desde la grada. La espera se entretiene haciendo de vez en cuando la ola y con espontáneos “si se puede”. Y conversaciones: “Nosotros venimos de Barcelona”, “el alquiler de palacio son 80.000 euros los dos días, ya con todo, “, “el que está es Echenique, ¿no ves allí la silla, junto al escenario?”, “los otros no han llegado”. Hay dos periodistas mediáticos, Elisa Beni y Alonso Merlos, micrófono en mano, que parecen coleccionar declaraciones, como al tuntún.

A las 11,45, con la gente en sus asientos, hacen su aparición ‘los otros’: Pablo Iglesias, camisa blanca, al frente, revuelo de focos y cámaras, las gradas y sillas de pista en pie, aplausos, gritos entre “sí se puede” y “a por ellos”. El viajero tiene una sensación rara, imprecisa, de puesta en escena mediática, de medición de los tiempos, de espectáculo. En algunas zonas del recinto el sonido es horroroso, ni se oye ni se entiende lo que dice el líder, a pesar de sus esfuerzos, pero se le aclama igual, “sí se puede”.
“Empezaron a alucinar cuando los jóvenes de todo el país empezaron a organizar círculos”, “queremos hacer un país para que vuelvan los jóvenes”, “me dijeron sois de izquierdas o de derechas, miradme, ¿hay alguna duda de qué soy yo?”. Iglesias domina el escenario y logra hacerse oír a pesar de la megafonía: habla de una “mayoría social” e insiste en que CiU, el PP y el PSOE no tienen más patria que la cuenta bancaria: “la patria es la gente”.


Luego cuenta una historia de baloncesto: relata que le dijo Romay que en 1984, cuando la selección española se enfrentó a la de EEUU, fue un sueño jugar, pero no había ninguna posibilidad de ganar. Pero en 2012 casi se pudo. Y ahí la metáfora: “hay que ganar”, “ahora podemos hacerlo”, “nos podemos perder en tiempos muertos inútiles”, “no hacer personales”, “no fallar triples”. Mensajes para las otras sensibilidades, las otras posturas.
Los días históricos como este se fijan por las anécdotas y las categorías, las coincidencias y los hechos. Unas y otras son el baloncesto, la megafonía, las declaraciones de unidad, las apuestas de futuro y el paisaje. Este junta gente entregada, con ganas de celebrar, necesitada, ilusionada. Hay foto de familia pero en ninguna están Echenique e Iglesias juntos. Hay tierra de por medio. En los discursos, en las intervenciones de los círculos, en las preguntas y en las respuestas, los líderes escuchaban atentamente, separados, alejados. Desde el escenario salen mensajes de unidad, condena a la casta, “nos tienen miedo”, propuestas muy aplaudidas, sobre todo las relacionadas con la ética, pero las dos posturas no se acercan ni para la foto. No hay puesta en escena por tanto, ni disimulo, ni hipocresías.

Los detalles a veces marcan. Aunque no sean significativos producen relatos. A Echenique se le ve solo. Pablo Iglesias es muy aplaudido. Juan Carlos Monedero agita y provoca algunos silbidos. Cada grupo hace su propuesta y la intervención de Monedero es caliente, habla de “tumbar las puertas giratorias, abrir todas puertas”.  Sale detrás de ordenadas exposiciones, de serias y tranquilos ideas,  la suya suena a mitin y en el calor de la euforia se alarga. Entre los aplausos se oyen pitos y se observa el rulo de un mar de brazos, tal vez unos centenares. Le están  diciendo que se extiende, que cambie de tema, que se acabó su tiempo, como en las asambleas.
Quizá es un mensaje. Los siete mil que medio llenan la antigua plaza de toros tienen ganas, ilusión, entrega, están hartos, empujan... Pero saben y avisan.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Ciudad Oenegeizada

Un martes del pasado junio se juntaron en Cartagena de Indias Bill Clinton, el ex primer ministro británico Tony Blair, Felipe González, Fernando Henrique Cardoso (Brasil) y Ricardo Lagos (Chile). No fue casualidad el escenario ni coincidencia el encuentro. Los había juntado allí el  presidente colombiano Juan Manuel Santos con la idea de relanzar la llamada Tercera Vía como alternativa al neoliberalismo y el conservadurismo. Pero no han sido los únicos líderes carismáticos que han llegado a la ciudad amurallada porque Cartagena es urbe escaparate, sitio ideal para acoger cumbres, congresos, seminarios, bodas, rodajes de películas y proyectos de desarrollo.
Todos los sábados del año, cientos de parejas de toda América acuden allí para casarse. Es un referente para todas las clases sociales. Las iglesias tienen cubierta las horas de la tarde. La de San Pedro Claver, la de Santo Toribio, la de Santo Domingo, la del Convento de la Popa, la Catedral de Santa Catalina de Alejandría, la de las Mercedes, la de la Trinidad en Getsemaní… ninguna tiene hueco entre las cuatro de la tarde y las diez de la noche. Hay ceremonias humildes, exclusivas, rocambolescas, hippies, sencillas, musicales, barrocas. Cartagena es un lugar de casamiento, un sueño de novias y de novios, el reclamo turístico.
El rutilante Palacio de Convenciones, al lado del centro histórico, sobre la Bahía de las Ánimas, ha acogido desde su apertura en 1982, la XXII Asamblea General del BID, la Cumbre del G8, la XVII Asamblea General de la Organización Mundial de Turismo OMT o la VI Cumbre de las Américas. También tiene overbooking.
La inmensa trama de barrios de la ciudad, que suponen más del 90 % de la superficie igualmente recibe visitantes ilustres. En ellos cada día desembarca una ONG. La mayoría pertenece al estrato 1. Eso significa desplazamiento, marginación, umbral de miseria, violencia, carencia de servicios y posibilidades cero de una vida digna. Son Nariño, Loma Fresca, Pablo VI, Nelson Mandela, Boston, Amberes, Las Lomas, Juan XXIII, Tesca, Líbano, Palestina o La Maria, por nombrar solo a un puñado.

La ciudad de Cartagena de Indias es una región muy vasta y está dividida en numerosos barrios clasificados según indicio de calidad de vida de 1 a 6, como en toda Colombia. Así, un estrato 1 es un lugar con las condiciones de vida muy difíciles, de supervivencia. Barrios bajos aunque estén algunos en las laderas y las alturas, sitios muy desaconsejado para los visitantes, lo avisan tanto las guías de turismo como buena parte de los cartageneros. “Podría vivir ciertas situaciones problemáticas”, oye decir el viajero.
Boca Grande
Centro histórico, dentro de la muralla


En Cartagena de Indias hay muchas Cartagenas

Fotografía realizada por Eyder, niño de Boston, uno de los barrios cartageneros.

Así que es ideal caldo de cultivo de Fundaciones internacionales, locales, nacionales, religiosas, sin ánimo de lucro, con ánimo, auspiciadas por estudiantes, por señoras ricas, por esposas desocupadas de altos cargos, por músicos, por artistas. A poco que uno se fije podría comprobar todo el mundo tiene un proyecto que mover en un barrio de Cartagena, toda ONG tiene allí un sitio. Unos lavan la cara, otros se hacen una fotografía con los niños desamparados y se van, otros se quedan, otros no quieren ir ni quedarse. Los hay con buenas intenciones y mucho desconocimiento, los hay que se aprovechan.
Al aeropuerto Internacional Rafael Núñez de Cartagena llegan cada día gente con cientos de buenos propósitos, falsos o verdaderos. Antes de aterrizar pueden ver desde la ventanilla del avión la miseria y carencias de todos esos barrios marginados, llenos de desplazados por la violencia, abandonados de la mano de Dios y de las autoridades.
Los visitantes se van pronto, asombrados, sensibilizados o tranquilos, como los mandatarios de la tercera vía, como los recién casados, como los turistas. No está comprobado que regresen, tampoco que hagan examen si su visita sirvió de algo. Cartagena tiene eso, que embruja, que es ciudad presumida, de paso; que son muchas Cartagenas.
Muchas de las organizaciones van con un mapa, un sueño y un power point en su maletín. Con más o menos creatividad se puede leer un encabezamiento que reza ‘Mapa de procesos estratégicos fundación X’. Luego: ‘Planeación, gestión de recursos, alianzas interinstitucionales’. Debajo: ‘Salud, educación, infraestructura, generación de ingresos’. Más abajo: ‘Gestión del proyecto’. Después: ‘Gestión contable, apropiación de Tics y comunicaciones’. Al lado:  ‘Gestión administrativa, márquetin y comunicación, compras e inventarios’. Al margen, en otro color y señalados por flechas, los sujetos sobres los que actuar: ‘Niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos y personas mayores’. Es común que haya otras flechas que indiquen: ‘Objetivo social, misión y visión, valores y ubicación’.
Tal organigrama se calca, apenas cambiando el diseño, en multitud de ONG’s, fundaciones y proyectos. También se repite la ceremonia: quien aterriza con un proyecto de desarrollo para uno de los barrios o uno de los sectores marginados de la población se aloja, salvo honrosas excepciones, en la ciudad amurallada, o como mucho en Getsemaní. Luego visitan el escenario temprano y se entrevistan con los líderes, pasean por las calles polvorientas, se hacen la foto y regresan antes de que oscurezca, a las seis de la tarde.
Se puede contar un proyecto de desarrollo en cada barrio, en cada calle. Los niños músicos, la cartografía de la violencia, fotografiar mi barrio, los tambores de la Boquilla, niñas y madres, víctimas y victimarios…son algunas de las propuesta en marcha. Unas buenas, otras dudosas. En todas hay un presupuesto insuficiente que hay que administrar, que se puede quedar por el camino.
Hay dos barrios que están en guerra, Palestina y Pablo Sexto, y son sus mujeres quienes han pedido un proceso de paz. Hay peleas de pandillas, de líderes, por el espacio, por las chicas, por los límites de la calle que los separa, por los negocios. Una ONG ha iniciado un plan global, pero solo apoya. Son las mujeres quienes toman las decisiones. Es el barrio quien maneja el proyecto. Han empezado organizando competiciones deportivas. Y parece que el deporte une, ocupa el tiempo, desgasta energías, da la oportunidad de celebrar, de mezclar. Pero como dice la socióloga Alejandra Coy, cualquier proyecto debe partir de ellos, desde ellos. Así lo quieren las mujeres de Palestina y Pablo Sexto.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La reforma de Montoro

Este es el dibujo de lo que dijo el ministro Montoro el 18 de septiembre en el Congreso de los Diputados para explicar su reforma fiscal.
Como si fuera un cuadro, en este caso de palabras, se puede contar lo que expresó, lo que ocultó, lo que repitió, lo que olvidó o lo que pasó por alto.
 Las nubes de palabras indican cual de ellas se usa más y cual menos, donde llueve sobre mojado y qué se ignora.
Prometo contar la interpretación que se le da a esta tormenta en el bar de Betty. Lo están analizando con cuidado.




domingo, 14 de septiembre de 2014

La cena tormentosa de José Bono

El texto de Bono en el País  del 14.09.2014 tiene la siguiente forma:


























Así se ve de lo que habla el político socialista y ex presidente de Castilla La Mancha. Y estas son las palabras, los nombres y los conceptos que más repite en su artículo.





sábado, 6 de septiembre de 2014

Ruta 20


Esa línea no existe pero es la que daba servicio cada dia a los habitantes de la Boquilla. Como no está, el viajero ni la ha hecho ni la ha comprobado, se trata de una historia que le contaron. Así que no puede ser una crónica. Ni postátil ni portátil. Se acerca al cuento real porque la fuente es fiable, el relato es interesante;  tiene información relevante, su interpretación tiene sentido y además es bienintencionada. Pero le faltan elementos claves para llegar a ser crónica: ni está reporteada por el autor ni el autor estuvo allí. Tampoco se hace un relato de un  tiempo determinado. Apenas se tiene noticia de que pasó. De modo que no llega a crónica, aunque en alguno de los afamados cronistas de América Latina, ciertos gallitos con nombre, presumidos de los suyo, crean que en una crónica con que haya estilo ya es suficiente. No, ¿y el compromiso? ¿Y la búsqueda obsesiva de la verdad? Kapuscinski habría corrido a gorrazos a los que sólo miran el estilo.
El caso es que la inexiste ruta 20 realizaba el trayecto entre Cartagena y la Boquilla. Es decir, sin ser legal, sin estar reconocida oficialmente, entraba en el poblado de desplazados, junto a la playa, y los llevaba a Cartagena de Indias al mercado, al trabajo, de paseo, de visita o para que en la ciudad turística se buscasen la vida.
Fue cosa de la sensibilidad, el avispamiento o sentido común del conductor de la destartalada buceta. Los viajeros pagaban aproximadamente su recorrido. Es decir, el que no tenía o no podía, se ve claramente quien no puede, viajaba igual. Y el renqueante vehículo recorría los barrios miserables del asentamiento. Hasta que el ayuntamiento puso una línea oficial y lo complicó todo. El billete era mas caro, el torno instalado no discriminaba pobres de ricos y el que no tenia plata, no subía. Tampoco el nuevo autobús recorría todo el asentamiento, sino una línea paralela a la carretera. Y claro, quedó prohibida la llegada de la buceta ilegal.
Los vecinos se quejaron del mal servicio oficial y del despido inmisericorde del generoso conductor que hacia bien su trabajo. Amenazaron con dos medidas: no dejar pasar el autobús oficial o simplemente quemarlo. No hicieron ni una cosa ni otra, pero lo dejaron dañado e inservible.

 Ahora no hay ruta 20. Antes tampoco, pero tenían el servicio.

sábado, 30 de agosto de 2014

Comediantes


Noche de teatro, el mejor remate para las fiestas. Desde Bogajo a Peralejos, poco más de veinte kilómetros, una propuesta irrechazable. Lo dijo Tere, esta noche vamos a Peralejos, hay teatro, ¿te vienes?
A cualquier cosa que hubiera propuesto Tere el viajero hubiera dicho que si. De modo que a las nueve salieron para llegar a Peralejos con tiempo, que la función daba comienzo a las diez. El local, amplio y en pleno griterío, estaba atestado pero por alguna razón había unas sillas reservadas en las primeras filas. No fue misterio, una de las que actuaba era prima de Tere. Ambiente festivo de cierta resaca dichosa. Acababan las fiestas del lugar pero habían tenido como estrellas a las Azúcar Moreno. Palabras mayores, dijo un señor mayor con la boina en la coronilla cuando contaba la novedad. Un cartel que se tardará en olvidar.
El alcalde también forma parte del grupo de teatro, es el impulsor, el sostenedor, el animador y uno de los miembros más entusiastas. Tomó la palabra en el escenario, para presentar a sus compañeros presentes; los de la compañía a un lado y los de la alcaldía al otro. Es decir, los actores aficionados y los concejales. Pidió un aplauso para los comediantes y dio las gracias al pueblo por el apoyo a cuanta iniciativa festiva se había producido. Y por las Azucar Moreno, dijo otro señor con la boina también en la coronilla, un poco más ladeada que la del anterior.
Hizo también uso de la palabra antes de empezar la función el miembro más veterano del grupo. Un hombre de edad avanzada, de voz potente que recordaba al Fernando Fernán Gómez cuando declamaba aquello de “Señoriítooo” en El viaje a ninguna parte. La misma postura, parecida entonación: Idéntico entusiasmo por las tablas. El veterano actor de Peralejos, que luego resultó ser guardia civil retirado y familia de alfareros, improvisó un discurso que posiblemente llevaba bien preparado. En él cantó al arte de Talía para aplaudir la comedia como el mas noble arte del teatro. Se dio un paseo por los griegos, pasó por el minotauro de Creta y llegó a los infiernos de Dante. Todo para demostrar la importancia, trascendencia y antigüedad de la comedia. Perdió un poco el hilo de su discurso, seguramente porque quiso acortarlo, pero nadie se enteró. Fue muy aplaudido, sobre todo porque el salón de actos atestado, achicharrado por el calor humano y el del ambiente de agosto, quería que empezara la función.
La función comenzó y los seis miembros que forman la compañía se defendieron con dignidad. Todos recordaban a Fernán Gómez porque han aprendido a impostar la voz  para elevarla y que se oiga en las últimas filas. A todos se les oyó, se les entendió y se les aplaudió. Todos arrancaron carcajadas entre un público entregado, dispuesto a que alguien les hiciera reír. La compañía estrenaba obra, como hace cada año en las fiestas desde hace catorce años. Durante el curso, en teoría el invierno, aunque las ocupaciones de unos y de otros retrasan ensayos y decisiones, van preparando la función del día de las fiestas. Luego, tras el estreno, hacen una cierta tourneé por los pueblos de alrededor, no muchos, que no es fácil disponer de fechas libres y cada uno de los comediantes tiene otras obligaciones.
Suelen elegir una obra fácil, digerible, de no demasiada duración y sobre todo cómica. Tienen comprobado que su público lo que más agradece es la comedia. De modo que la acción se desarrollaba en la sala de espera de un médico dentista: la enfermera que va mandando pasar, el señor que acude sin cita previa, el parlanchín que a todos cuenta su vida y dos consuegros que se detestan y coinciden en lugar tan disparatado. Situaciones reconocibles, juegos de palabras, chistes un poco gruesos, el temor al sacamuelas...Parecían la ecuación ideal. Golpes de efecto bien medidos y si no bien impostados por los actores aficionados que ya demuestran tablas en el escenario. Niños, jóvenes, adultos y viejos disfrutaron. El descanso apenas dura cinco minutos para improvisar otra pieza distinta que, como transcurre en la consulta de un médico, papel representado por el alcalde, parece la continuación de la anterior.
No lo es pero tiene perecidos efectos: risas, situaciones de malentendidos y contento de los espectadores. Una de las actrices, la prima de Tere, explicaría que en realidad su papel no debería ser de vieja, pero bueno, que se empeñó el alcalde.
Lo que hacen en Peralejos lo hacían en muchos pueblos de Castilla hace años: comedias. El ocio y la diversión pasando por el teatro. Las largas noches de invierno dedicadas a preparar la función del verano. Entusiasmo y mérito y afición por parte de un grupo de escogidos: tres amas de casas, un alcalde, un jubilado y un agricultor que fueron pioneros y ahora son  reserva cultural.
Una reserva también presente en muchos barrios de las ciudades, donde quedan grupos de aficionados que se empeñan en hacer teatro. Se trata de un circuito de ocio que merece la pena descubrir y apoyar

miércoles, 27 de agosto de 2014

Premio García Márquez, un atracón


Como colofón a su periplo colombiano, el viajero recibe un inesperado recado-propuesta-encargo: ser jurado de segunda ronda del premio García Márquez de periodismo. Tras moverse por Cartagena de Indias y algo por el país, luego de observar, de mirar, de escuchar, de intentar entender, de hacer amigos, le llega semejante honor. Es como el cierre perfecto, inesperado, a tres meses de aventura vital.
No puede decir que no porque en la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) lo han tratado muy bien. Ahí ha aprendido, ahí ha entendido. Así que no duda en decir que sí. Al mismo tiempo piensa que esa operación de evaluar los trabajos que se han presentado a tan alto premio le a va dar la oportunidad de leer lo que se escribe en el mundo de habla hispana, conocer lo que importa, ver qué se publica, qué interesa. En suma, comprobar en qué se ocupan los periodistas y escritores.
La FNPI es lo que se inventó García Márquez para fomentar el periodismo de calidad, un proyecto educativo internacional enfocado a la reflexión, los debates, la experimentación y la investigación. Tuvo el Nobel colombiano una preocupación y un sueño. La inquietud tenía que ver con la deriva que iba tomando el periodismo, alejado del rigor, de la comprobación, de la buena escritura, preocupados los medios solo por las prisas, por llegar primero, por la tecnología. Le dolía que el mejor oficio del mundo se estuviera desmoronando. Y la visión fue elegir a los mejores periodistas, los más vocacionales, los más prometedores, y prepararlos con la ayuda de maestros de prestigio. Es decir, soñó: ¿y si seleccionamos a un grupo pequeño de buenos periodistas jóvenes, los reunimos en un taller y los juntamos con un maestro reputado que les enseña lo que sabe? Esa fantasía se puso en marcha en 1995, hace casi veinte años, y por la Fundación han pasado ya cientos de periodistas y decenas de maestros. Los primeros son hoy la vanguardia del periodismo, hay incluso pulitzers, los segundos siguen siendo los más grandes. Los nombres de los que estamos hablando, mezclados, son el propio García Márquez,  Tomas Eloy Martinez, Ryszard Kapuscinski, Jean Francois Fogel, Jon Lee Anderson, Alberto Salcedo, Cristian Alarcón, Carol Pires, Laia Guerriero, Juanita León, Patricia Nieto, Álvaro Sierra, Miguel Ángel Bastenier, Martin Caparrón, Alejandra Xanic von BertrabJuan Villoro, Marcela Turati, Silvana Paternostro.. por no hacer la lista más larga.
La fantasía de Gabo lleva dos décadas enseñando calidad, revelando nombres de impacto e impulsando redes entre los periodistas. Hoy la FNPI es un referente mundial en los estudios y la investigación sobre periodismo. Sus talleres, basados en la investigación, en la tertulia creativa, en la ética y en la buena narración, son deseados y buscados. Es el mejor master para un periodista iberoamericano, un excelente escaparate, la más grande experiencia. Pero el sueño se hizo realidad y creció. Hoy, además de los talleres, la FNPI organiza seminarios y encuentros, y tiene publicaciones, y convoca el premio García Márquez para elegir los mejores trabajos de cada año. El más importante galardón para incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, la coherencia y la ética por parte de periodistas y medios que publiquen en las lenguas española y portuguesa en América y la península Ibérica
De manera que no es que no pueda negarse, es que es un honor contribuir a seleccionar los mejores trabajos, ayudar a decidir quien se lleva los treinta millones de pesos colombianos, como 15.000 dólares, y el prestigio que supone el galardón que lleva el nombre de Gabriel García Márquez. El viajero ha tenido la suerte de pasar tres meses completos en la sede de la FNPI, en la calle San Juan de Dios, en el centro de Cartagena de Indias. Le han prestado un despachito, han puesto a su disposición los archivos, su magnífica biblioteca de más de dos mil títulos de periodismo; han dejado que sea su sombra, que husmee lo que hacen, que acuda a algunas de sus reuniones, que asista a sus talleres. Le han abierto las puertas de par en par y lo han acogido.
Lo recibió con los brazos abiertos Jaime Abello Banfi, el director general, el alma de la FNPI, el jefe de la orquesta, el hombre que eligió Gabo para hacer posible su sueño. Jaime Abello tiene la Fundación, los talleres, los alumnos, los maestros y los aliados en la cabeza. Es parte de la historia. Vive entre Barranquilla, Cartagena y la sala de espera de los aeropuertos del mundo. Practica lo que dijo Gabo: "no basta con ser el mejor, sino que se sepa". Así que se encarga de que se sepa en todos los sitios del mundo, igual en la ONU que en Medellín, en Cartagena que en Paris, en México que en Madrid. Puede negociar un patrocinio para uno de los talleres o el premio, pensar en un nuevo maestro, atender una propuesta de colaboración con el Banco Mundial y al  mismo tiempo interesarse por si el viajero esta cómodo. Y la 'cheveridad' de Jaime Abello se contagia a su segundo, Ricardo Corredor, que también viaja por el mundo, organiza, y se ocupa del invitado,  y a todos los demás. Carlos, Cesar, Jesica, Paola, Natalia, Estefany, Teresita, Ana Teresa, Melisa, Delsy, el hermano del Nobel, Jaime, el otro Jaime,  Yameli, Nilson, Alex:  El equipo amable y eficaz.  (Alguno de ellos en la foto)

Lo acogieron, se dejaron estudiar, soportaron que alguien fuera su sombra durante tres meses, contestaron a las preguntas, siempre cordiales... Cómo no iba a aceptar ser jurado del Premio García Márquez. No obstante el viajero tuvo un momento de vértigo, cuando supo que tendría que leer, no unos cien trabajos, como le dijeron en un principio, sino casi 140. Exactamente 139.
Y sí, se ha enterado de lo que se publica hoy, de las historias que se repiten, de los asuntos que importan. Ha leído trabajos sobresalientes, impresionantes. Los hay de gran nivel. Y los hay que son buenos como temática, o como investigación, o como literatura, u originales de enfoque,  pero les falta alguna cualidad para llegar a la excelencia. Pero todos muestran lo que interesa, de lo que se habla: violencia, sobre todo violencia, en todas sus versiones: la de la calle, de las pandillas, de los narcotraficantes; la de la ciudad o la de las zonas rurales: pobreza, marginación, desplazados, emigración; violencia contra la mujer, o contra los niños, la prostitución. También se escribe sobre el cambio climático, explotaciones mineras, el mal reparto de la tierra; sobre personajes de la cultura, de la noche, de la ciencia. Entre todos los trabajos hay crónicas, reportajes, perfiles, entrevistas.
Todo se lo leyó el viajero. Primero a ratos, luego a tragos, después a toda prisa, ya que se cumplía el plazo. Hubo momentos de verdadero deleite, otros de sufrimiento y los hubo de mareo. Sobre todo las postulaciones de peor calidad, o las menos reporteadas, o en las que había excesiva literatura, es decir más preocupado el autor por el estilo que por el contenido, o las que resultaban innecesariamente largas.
Leyó en el Bellavista, en el despachito de FNPI, incluso durante algún taller. Continuó en Madrid y terminó en el Cuadrón, en el valle de Lozoya. Descubrió estilos, miradas originales, percepciones inesperadas, voces potentes, ecos sugerentes. Pero antes de terminar, el verdadero empujón lector lo dio en el ayuntamiento de Bogajo. No viene a cuento encontrar la razón por la que solo hay cobertura de red en la casa consistorial, pero lo cierto es que alguno de los mejores textos fueron leídos, casualidades, en el salón de plenos de un pequeño pueblo de Salamanca.
El periodismo y la literatura asociaron así a Bogajo con Cartagena de Indias. Una circunstancia accidental e imprevista, pero no la única. Existe un territorio mágico, Valjondo, en una novela inédita titulada Memoria de febrero, con indisimulables ecos de Macondo. Esa es otra historia, pero si al viajero alguien le hubieran dicho hace tiempo que estaría evaluando trabajos del premio García Márquez de periodismo en la sala de juntas donde ocurrieron algunos hechos que se describen en ese libro, justo encima de la cárcel donde se cuenta que vivió el protagonista, habría creído que era impensable. Pero el realismo mágico tiene esas providencias.

domingo, 17 de agosto de 2014

Insomnio


D. tiene los ojos verdes, acuosos, el pelo cano enredado. Es una copia caribeña, desmejorada, de Chico Buarque. Se le traban las palabras y gesticula con las manos para ordenarlas, para que fluyan, pero no siempre lo consigue.
Por su aspecto, anda entre príncipe y mendigo, aunque parezca más lo último. Parece deambular por el Bellavista y es que vive ahí. Se le ve por el comedor, por los patios, por los pasillos, sonriente y saludando. También se le encuentra por la avenida Santander, pero no en la acera del mar, la de la playa, sino en la otra, la de los estancos, los bares y los colmados enrejados.
Al viajero se lo han presentado varias veces, diferentes huéspedes, y D. empieza a pararse y conversar a pesar de su timidez. Antes saludaba con sus aparatosos gestos de manos y brazos, como aspas de molino, siguiendo su camino. Porque es muy flaco y los movimientos de las extremidades parece que lo van a llevar volando.
Los huéspedes del Bellavista cambian mucho, van y vienen. Responden a un canon heterogéneo, que ni es turista ni gente de negocios exactamente, que pasan por Cartagena por alguna otra razón que tiene que ver más con lo artístico, o lo laboral. Aunque hay una categoría de fijos, de gente que tiene el Bellavista como domicilio más o menos habitual. Gente que lleva años viviendo allí. En esa esta D. Pero unos y otros, fijos y ambulantes, se miran, se saludan, se conocen, hacen tertulia, y a veces coinciden en fiestas que surgen, organizadas o espontáneas. Silvia mueve mucho, es una de esas relaciones públicas innatas, capaces de poner en contacto a personalidades imposibles. Invitó al viajero a una barbacoa que resultó que no era suya, sino del profesor francés. El viajero fue a comprar unas cosas que hacían falta para las ensaladas y aportó lo que tenía a mano. Allí fue donde habló más con D., mientras el francés no se entendía con la socióloga a la hora de mantener el fuego, ni de colocar los pescados en el mismo, ni alentar las brasas, la diseñadora de interiores fumaba, el marido de Silvia miraba y un escritor tímido, amigo de D. callaba, sonreía y abría la botella de aguardiente de Antioquía sin azúcar.
D. había bebido antes, de manera que llevaba ventaja a todos,  y seguía agitando los brazos, cada vez más, para explicarse. Resultó ser profesor de latín y hermenéutica. Habló mucho de su mamá y de su ex pareja. Las dos lo habían dejado unos cuantos meses atrás. La primera se fue de este mundo, la segunda de su lado. Así que D. liquidó lo que tenía en su apartamento, muebles y enseres, y se trasladó al Bellavista. Entre los vapores del alcohol el viajero le oyó decir que tenía pena por su mamá y por su pareja. A aquella la cuidó todos los últimos años de vida, impedida. Al final se dejó morir, no tomó las medicinas, dice D. que porque no quería ser carga. De su ex no tenia sino palabras de agradecimiento, es mucho mérito lo que hizo, podía estar por ahí de rumba con gente de su edad, “y prefirió quedarse conmigo y atender a mi mamá”. Agradecido se le veía, antes de terminarse la botella de aguardiente.

Se le ve a menudo en su deambular con una botella en la mano, accionando con los brazos para decir algo. Otro día estaba el viajero en el patio, con su ordenador, escribiendo una historia del Bellavista. Pasó D. y saludó con sus largos brazos. Se paró a conversar, confiado. Volvió a hablar de su mamá, que decidió irse de la vida. De su ex también volvió a decir, pero ya no con más dolor. Encogiendo los hombros, accionado con sus brazos.
 Acertó a decir que no dormía bien, que había probado todos los métodos sin resultados. En realidad padecía insomnio desde que se fue su mamá y lo dejó su ex pareja. Que se ayudaba con el alcohol para dormir pero que no lograba dormir más que unas tres horas. Tras ese corto tiempo de descanso, de nuevo debía buscar el alcohol. Eso es un círculo vicioso. 
Comprende D. que tiene un problema de adicción. Dice que está con el propósito de hacer algo para desintoxicarse. Incluso pedir ayuda a un especialista.

sábado, 16 de agosto de 2014

Copago


En urgencias del hospital de Bocagrande. Una ventanilla estrecha sirve igual para administración, admisión, asociación, cobro y consulta. Tres mujeres jóvenes al otro lado, enterradas en papeles, aturdidas por los teléfonos que no dejan de sonar y los pacientes y visitantes, que no cesan de llegar. Una hace cobros, otra, fotocopias, otra, atiende al público. Las tres desbordadas, asfixiadas, ineficientes de tantos frentes al mismo tiempo. Porque además el teléfono no para de sonar y se lo pasan unas a otras.
La sala de espera, llena. Enfermos, familiares, reclamantes y acompañantes. Es un nuevo hospital privado-público. El viajero ya estaba avisado, vaya por urgencias, si no nunca lo van atender, le había dicho la dueña del Bellavista. Hay dos hombres de piel oscura, junto a una de las tres chicas aturdidas. Quieren saber de su familiar pero también desean ver la posibilidad de llevárselo. No obtienen respuesta satisfactoria. Por un lado, aún no hay diagnóstico, ya que deben hacerle más pruebas. Pero antes deben reunir 200.000 pesos. Ellos no tienen ese dinero, entonces no se pueden hacer las pruebas. Y los hombres dicen que prefieren llevárselo porque cada día que pasa sube la deuda. Sin embargo quien decide cuando se va el enfermo es el médico. Y mientras no se hagan esas pruebas que faltan no dejará que se vaya. Círculo vicioso. Perverso. Los hombres se miran desesperados.
Hay una mujer joven. Está con sus padres enfadados. Cada uno de los dos hace una reclamación, contradictoria, y no avanzan, así que se pelean entre ellos y reprochan al otro que no se entera. La señorita de la ventanilla agradece la bronca conyugal, se evita la suya. Lo que dice el hospital, sus normas, es que deben pagar el 10 por 100 de los servicios prestados. La chica cuyos progenitores no se entienden y parece que tienen instaladas las disputas en sus personalidades, es decir que no se aguantan, se defiende diciendo que tiene la categoría plus en su seguro y que no le toca pagar nada. El padre afirma al respecto una cosa y su madre la contraria. En la discusión a banda múltiple se une otra mujer, tiene a su marido mareado, febril, con los ojos perdidos, lleva más de una hora esperando y nadie los atiende. La auxiliar recepcionista para todo explica que tienen demora, y al tiempo mueve papeles que se le caen. Al tiempo dice a la pareja que se tranquilicen, y a la hija que han entrado por urgencias, y que esa es la razón de tener que pagar el 10 por ciento y a los dos hombres que lo primero es reunir los 200.000. Y al viajero le pide el pasaporte.
La chica de los padres que no se aguantan habla por teléfono con su compañía. De la conversación se colige que le dicen que es mejor que pague y luego reclamar. Así que decide pagar, para que termine esta pesadilla, dice. El padre está de acuerdo con la decisión. La madre, no. Se abre la puerta de urgencias de pronto y entra el tipo de seguridad que ha preguntado antes al viajero donde iba. Tras él, una camilla, encima de ella una señora visiblemente enferma, diferentes cables la tienen conectada a otros tantos elementos que la mantienen penosamente en la vida. Paso, paso. Y los enfermeros conducen a la señora con los goteros la dirigen a un ascensor. Pasado el instante del revuelo se acercan a la ventanilla la mujer del marido mareado, los hombres del familiar de las pruebas, la pareja que no se soporta, una madre que espera con el hijo en brazos, alguien que necesita un justificante de pago, una anciana que necesita atención…
La ventanilla de nuevo se colapsa y las tres chicas que la sirven se aturden. En su intento de echarse una mano se atropellan y no resuelven. Es como si lo complicaran más. Las instalaciones son nuevas. Una madre llega asustada, en un taxi, con su hijo. Se ha caído. Espere, por favor. Se abre la puerta tras el tipo de seguridad, otra camilla con gotero, que pase. Las tres empleadas cambian papeles de sitio, triplican tareas, contestan al teléfono. Parecen desbordadas, la cola no disminuye, la sala de espera no se vacía, el teléfono no deja de sonar. Los hombres tristes, la familia mal avenida, la mujer con el marido mareado, el viajero, la madre del hijo roto.

Cuando pasa hora y media, una médica joven recibe al viajero. Tiene apuntado que se llama Miguel Bravo. Su madre lo agradecería.

lunes, 11 de agosto de 2014

Club Europa

Un taxi hasta la India Catalina, 5.300 pesos, lo que se supone que marca al tarifa mínima aunque eso depende siempre de la voluntad y picardía del taxista. El viaje entre Marbella y esa plaza donde pasa buena parte del caos de los autobuses urbanos de Cartagena de Indias dura dos minutos. Tras pagar, sólo cruzar la calle, sortear el tráfico, ignorar los olores agrios mitad a mierda de caballo mitad a aguas estancadas, entrar en la Avenida Daniel Lemaitre y llegar a la altura de las luces rojas de algo que se llama Club Europa. Discretamente se anuncia como club de billar y también disco bar. El tipo de la puerta da la mano, que estrecha, y luego cachea. Permíteme revisar. Pasa sus manos por los costados, los baja por el exterior, muslos, rodillas y tobillos y regresa por el interior hasta la entrepierna. Adelante.
Fue en el patio del Bellavista donde el francés preguntó al viajero si jugaba al billar. Dijo que sí sin dudar y el primero informó que conocía un sitio. Así se pusieron a buscar un día para quedar y echar unas partidas. El francés es profesor de su lengua materna en una universidad de Cartagena y también vive en el hotel de Marbella. Es agradable, educado, tímido y, por lo que se pudo observar en la barbacoa de pescado que organizó, meticuloso.  Lo único, avisó, que se trata de un burdel. Bueno, estaban hablando de billar, no importaba donde se encontrara la mesa. Además, todo son oportunidades de conocer el país real.
Así que un largo pasillo introduce a los recién cacheados hasta el fondo incierto del local. Una barra oscura con espejos, cortinajes pesados que probablemente comunican con rincones aún más oscuros.
Junto a la barra unos taburetes están ocupados por los culos apretaros de una media docena de señoritas que miran sin mucho interés a los recién llegados, atareadas con las pantallas de sus celulares inteligentes. Cruzan francés y viajero el salón oscuro y por la rendija de otras cortinas pesadas, puede que aterciopeladas, acceden a un salón más amplio y apenas un poco más iluminado. Seis mesas de billar americano bien alineadas, una de ellas ocupada por dos jugadores, y un mesero que se acerca con la mano extendida, que choca y que explica las condiciones. Pueden invitar a las chicas a beber, o se pueden ir con ellas a un reservado. Las partidas de billar son gratis. Las cervezas, colombiana, nacional, 7.000 pesos. De momento dos cervezas nacionales. Las paredes en sus cuatro lados tienen colgadas pantallas de plasma como cuadros, en todas salen imágenes de las películas porno que están emitiendo. Explícitas y mudas.
Choca de nuevo la mano el camarero, o lo que sea, y se va. Y sólo tras desaparecer viene otro que también da la mano con mucho protocolo y pregunta qué han pedido. Y repite lo de las chicas. El francés pregunta al viajero que si quiere invitar a alguna chica. El viajero responde que no, que al billar. Pregunta a su vez al francés pero no entiende bien su respuesta: entre que de momento no o no todavía. Y aun llega otro tipo que parece mandar más, que da la mano con más protocolo y pregunta si todo bien.
El francés es seguro en el juego, no arriesga nada, se concentra en ir acercando las bolas a los agujeros. El viajero intenta carambolas poco posibles y tiene algún acierto sonoro, pero se dan más rebotes errados que mandan las bolas lejos. La táctica conservadora, a pasitos, del francés,  gana.
Durante la segunda partida entran en el salón siete tipos con cierto estruendo. Tocan las mesas, rien, se agarran la entrepierna, señalan las imágenes de las paredes. Y preguntan al francés, rodeándolo. Son marines americanos, han llegado a Cartagena y andan conociendo la ciudad. Tras ellos las mujeres de la barra trasladan sus culos apretados a otros taburetes situados junto a las mesas de billar. El francés pide una segunda cerveza y el viajero otra.
El tipo que parece mandar más vuelve a dar la mano, a preguntar si todo está bien y a hacer una advertencia: el precio de la cerveza ha subido, cuando vayan a pagar digan que acordaron con William, que les atendió William, que soy yo. Y choca la mano de nuevo.

El francés sigue pasito a pasito acercando sus bolas, no perdona una penalización, y no se corta para cobrársela colocando con la mano la bola blanca enfrente de la que le toca colar, a dos centímetros del agujero. Gana.
Las sirenas olvidan por unos instantes las pantallas táctiles y se interesan por los marines. El francés sigue ganado.