viernes, 25 de enero de 2013

El refugio del ministro


El ministro llegó al bar de Betty más Golum que nunca. La corbata amarilla y figuras geométricas marrones le colgaba del bolsillo derecho de la americana, los rizos más encrespados que otras veces y la gomina gastada; las orejas más disparadas y afiladas, el cuello de la camisa desacompasados, uno por fuera y otro por dentro.

Aparece y Honorio con sus chanclas se frota las manos: tiene ganas de decirle cuatro cosas

Como si hubiera leído el pensamiento del jubilado y quisiera desactivarlo, se le oye decir a Betty que está agotado, que considera que ha llegado a su refugio y que quiere estar tranquilo tomando una copa, que no quiere ver a nadie, ni de los suyos ni de los otros. Y la primera se la toma de un trago, sin respirar, como si viniera del desierto, la segunda de dos y le hace un gesto a Betty para que le ponga la tercera Mirinda.

-Pero de qué tiene que descansar si no ha hecho nada. Si estuvo tres horas que no aclaró nada

-Ese es el esfuerzo, pasar tres horas sin decir nada, cansa.

-Sí dijo,  que Bárcenas no figura.

-No, que no sabe si figura o no figura.

-Claro que lo sabe. Lo saben todos.

-Lo que yo me pregunto es a qué coño viene este tío aquí

-A qué va a venir, a ponerse hasta el culo de Mirinda. ¿No ves que es el único sitio donde hay?

Montoro se desabrocha un botón más de la camisa sin oír lo que dicen en la barra del bar, como quien oye llover, como quien está fuera del mundo. Saborea su bebida naranja con una rara deleitación.

 Ni oye lo que dicen ni  lo que no le dicen.

No es el mejor día para entender la España real

Como si no le importara