jueves, 17 de octubre de 2013

Por la Mirinda


El gorrito de tela calado hasta los ojos, una gabardina blanca cruzada hasta el cuello como si lloviera, unas gafas oscuras. De tal guisa, cuidadosamente atildado para pasar desapercibido, entró en el bar llamando poderosamente la atención.
Betty secaba vasos y ni le produjo curiosidad tan estrambótico cliente un día de caluroso veranillo; la pelirroja levanto un segundo la vista de su lectura y sonrió, sin que quede constancia de que fuera por algo recién leído o por la aparición; el taxista, perdido en las profundidades metafísicas del fondo de su vaso vacío no se enteró, como siempre, de quien entraba o salía del bar; los empleados de telefónica si observaron con curiosidad chusca la aparición; el portero, una mano metida en el mono azul, otra sujetando el descafeinado de sobre en vaso de caña, miró de arriba abajo, varias veces, como si fuera a decirle algo, al tipo que se dirigía resuelto a la barra; Honorio, apoyado en el taburete sobre sus chanclas, disertaba sobre el cambio de los tiempos y la deshumanización de la sociedad sin que casi nadie siguiera sus discurso más que a instantes, o porque levantara lavoz o porque aparecieran anuncias en la televisión encendida.
Dos detalles traicionaron el secreto del supuesto espía, mejor dicho, tres. El primero que entre el borde del sombrerito y el cuello de la gabardina aparecían unos engominados rizos inconfundibles. El segundo porque habló y por lo que pidió. Le salió una característica voz entre el pito y lo gangoso y además pidió su Mirinda.
La voz y el pedido, antes que los rizos, dieron la voz de alerta. El taxista levantó la cabeza y abrió los ojos, la pelirroja aparcó un instante la lectura, los de Telefónica añadieron un levantamiento de cejas a su pitorreo inicial, el portero se rasco bajo la gorra visera; Betty se dio la vuelta d la espalda, para que fuera evidente su negativa a servirle pidiera lo que pidiera; y Honorio bajó del atril desde el que predicaba sin ser escuchado, apoyó en el suelo sus chanclas y acercándose a quien pretendía seguir pulsando la España real escondido tras semejante gabardina y gorrito de Woddy Allen, le tocó repetidamente la espalda con su dedo índice.

-Señor mío, mentira que crezcan modernamente. Los sueldos en España están bajando desde que están ustedes. O no se entera y tiene muy mala leche.

viernes, 12 de abril de 2013

El ministro en la competencia




Entró el portero diciéndolo
-¿A que no sabéis quién entraba ahora en el bar de La Otra?
-Como si nos importara.- Reacciona Betty mientras repasa el mostrador con una spontex recién estrenada.
El taxista levanta la vista del fondo de su vaso, gordo ha de ser lo que oye si ha sido capaz de sacarlo de su obsesiva atención a lo profundo de su vacío.
La Otra es la mujer que no se nombra en el bar de Betty, es decir, Loli, que regenta un bar, de parecidas características físicas, por el tamaño, y estéticas, por la ornamentación, justo en el otro lado de la plaza. Nadie sabe a ciencia cierta, cada uno tienes una especulación, una idea, una parte de la historia, lo que pasó exactamente entre Betty y Loli. Se conoce que en algún momento fueron íntimas y se puede constatar que en la actualidad son enemigas irreconciliables.
El hecho de que ambas regenten sendos bares equidistantes y equivalentes, por la distancia, por la estética y por el nivel de negocio, no deja de ser una paradoja algo perversa. Lo único que es imposible compartir son los clientes. No se puede pasar por el bar de la uno y luego por el de la otra, o al contrario. Eso todos los saben. Uno a cada lado de la plaza, parecida disposición, casi idénticos decorado, incluso la mismas especialidades  no en vano tuvieron las dos tantas cosas en común en un pasado no tan lejano.
Honorio mira con atención al portero, sabedor de que si sale el nombre de Loli, aunque sea sin pronunciarlo en lo de Betty debe ser realmente singular.
Y como Honorio, el taxista, los de la Telefónica, la chica de la ORA e incluso la pelirroja, que levantó los ojos de su libro para atender al portero, como si estuviera a punto de soltar una bomba informativa.
-Montoro.

martes, 26 de marzo de 2013

Cerrado por descanso del personal


Redada en el bar de Betty
Desde el 25 de enero está cerrado el bar de Betty. Desde ese día un cartel manuscrito, en un folio, con rotulador y letras mayúsculas, reza: “cerrado por descanso del personal”. Nadie sabe por qué o todos los conocen pero no son más que especulaciones. El portero las recoge, las oculta, las fomenta o las distribuye. Dicen que por la crisis, que Betty ya no pudo pegar a los proveedores y que tuvo que cerrar. También que cerró por el lío en que la metió el novio de su hija. O por la que montó el taxista. Mejor dicho, la mujer del taxita. Y que en realidad fue Montoro.
Esta versión es la que más adeptos tiene.

viernes, 25 de enero de 2013

El refugio del ministro


El ministro llegó al bar de Betty más Golum que nunca. La corbata amarilla y figuras geométricas marrones le colgaba del bolsillo derecho de la americana, los rizos más encrespados que otras veces y la gomina gastada; las orejas más disparadas y afiladas, el cuello de la camisa desacompasados, uno por fuera y otro por dentro.

Aparece y Honorio con sus chanclas se frota las manos: tiene ganas de decirle cuatro cosas

Como si hubiera leído el pensamiento del jubilado y quisiera desactivarlo, se le oye decir a Betty que está agotado, que considera que ha llegado a su refugio y que quiere estar tranquilo tomando una copa, que no quiere ver a nadie, ni de los suyos ni de los otros. Y la primera se la toma de un trago, sin respirar, como si viniera del desierto, la segunda de dos y le hace un gesto a Betty para que le ponga la tercera Mirinda.

-Pero de qué tiene que descansar si no ha hecho nada. Si estuvo tres horas que no aclaró nada

-Ese es el esfuerzo, pasar tres horas sin decir nada, cansa.

-Sí dijo,  que Bárcenas no figura.

-No, que no sabe si figura o no figura.

-Claro que lo sabe. Lo saben todos.

-Lo que yo me pregunto es a qué coño viene este tío aquí

-A qué va a venir, a ponerse hasta el culo de Mirinda. ¿No ves que es el único sitio donde hay?

Montoro se desabrocha un botón más de la camisa sin oír lo que dicen en la barra del bar, como quien oye llover, como quien está fuera del mundo. Saborea su bebida naranja con una rara deleitación.

 Ni oye lo que dicen ni  lo que no le dicen.

No es el mejor día para entender la España real

Como si no le importara