domingo, 30 de septiembre de 2012

Pero, ¿por qué no habla claro este hombre?


Entró en el bar de Betty contento, se puede decir que sonriente, como satisfecho de algún deber cumplido. Dejó la cartera en el suelo, se repeinó los rizos del cogote con las dos manos y se acodó en la barra. No pidió nada porque enseguida le pusieron delante su consabida Mirinda. Miró a los presentes como si paseara su mirada por el tendido.

No le hicieron apenas caso. Betty ya se había hecho cargo del bar, tras regresar del pueblo, pero comparte espacio tras la barra con su hija, que duda si irse o quedarse. El taxista ni lo miró, pendiente de los mensajes que pudieran aparecer en el fondo de su vaso vacío. Honorio hablaba con la chica de la ORA y le faltaba prestancia al recién llegado como para interrumpirle. Los de la telefónica realmente no se fijaban en nada ni en nadie. Llegaban juntos intercambiando pareceres, tomaban sin mirar lo que les servían y se iban sin despedirse, como si su conversación no tuviera ni fin ni pausa ni admitiera elementos que la interrumpieran. El zapatero llegó cuando ya Montoro hizo un gesto para demandar que le pusieran otra Mirinda.

Y fue precisamente el recién llegado el que, tras desear buenas tardes a todos, reparó en el ministro sonriente.

-¿Cómo ha ido la tarea?, preguntó un poco por compromiso.

Pero Montoro tomó la pregunta como si realmente se interesara y se puso a explicar. Y habló de la clara voluntad social de estos presupuestos; dijo algo así como que auguraba haber acertado en poner las puertas que nos lleven a un crecimiento en 2013; afirmó que uno de los principales objetivos era detener el avance lamentable y excesivo de la deuda pública….

Hablaba para todos, gustándose, convencido, sonriente. No reparaba en que en el caso de que alguien escuchara sus palabras nadie le miraba.

Entonces Honorio, sin dejar de mirar a la chica de la ORA dijo:

-A ver, dígame, yo soy pensionista, voy a cobrar más o no,

El ministro se esponjó por que vio una luz, como si hubiera sentido que por fin lo escuchaban. Respiró hondo, mostró su mejor perfil y

-Entiéndame, este gobierno lo que ha hecho, de acuerdo con su clara vocación social es pensar en el crecimiento y en los cinco millones de parados que hemos heredado

-Este hombre cada vez parece más gangoso. Le dijo Honorio a la cica de la ORA, como si con la apreciación continuara la conversación previa que tenía con ella y demostrando que, evidentemente, le daba igual  lo que dijera Montoro.

Y el zapatero se unió a Honorio y a la chica controladora de los vehículos aparcados y con ellos hizo tertulia, y les preguntó sin que esperara obtener respuesta; ¿pero por qué no habla claro este hombre?

Montoro se sintió una vez más ignorado. Dudó si seguir explicándose o pedir otra Mirinda.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Ni idea, señora

-Y qué le va a decir Rajoy a Merkel?
La pregunta la hizo la mujer de Honorio, el de las chanclas. Estaba cansada de que su marido se pasara el día en el bar de Betty. A veces hasta se llegaba la hora de comer y ni se acordaba de subir. Y por las tardes, igual. Se daban las nueve, estaba la cena y el señorito, en el bar. Así que para no tener más peloteras había decidido acodarse ella también en la barra del bar. Si él se pasaba ahí las horas, ella también. Si no había comida hecha, pues se abría una lata de sardinas. Así llevaba desde que volvieron del pueblo, es decir, toda la semana. Le dijo a Honorio que no estaba dispuesta a pasarse las horas muertas y sola. Betty no había vuelto todavía y a su hija no le estrañó la presencia de la señora. Es más, pensaba que era habitual.
Montoro se encogió de hombros y dio un trago a su vaso largo de Mirinda. Al ser por la mañana, se le veía repeinado, los caracoles sobre el cogote frescos, y un poco adormilado. Como si hubiera pasado por el bar recien levantado y antes de decidir qué hacer con su vida en el día.
-Pues como no lo sepa él...
El que contestó a su mujer fue el propio Honorio, como si interpretara el sentimiento del resto de los presentes en el bar. El portero, la chica de la ORA, el taxista mirando el fondo de su vaso y los dos operarios de la telefónica que seguían con lo de la fibra óptica.
-Este qué va a saber, el que sabe es Guitos. Dijo la mujer, que poco a poco había ido asumiendo, incluso superando, la insolencia y despreocupación de Honorio.
No gustó nada el comentario al ministro, pero no lo dejó traslucir. Su educación y sus maneras le habían dado entrenamiento suficiente para no desvelar sentimientos o incomodidades, y menos las relacionadas con el orgullo. Asi que como si oyera llover dio un mordisco a la porra que tenía entre los dedos, tocó el borde del vaso y continuo leyendo el ABC.
Honorio y su mujer se miraron, no con cariño, no con animadversiòn, con complicidad, como diciendo, se está haciendo el tonto.
Justo la actitud que más podía encenderlos. El impertinente no se conforma con que no le hagan caso, si no obtiene respuesta inmediata a sus comentarios abstractos, entonces apunta con el dedo, muerde y no suelta. Y estando su mujer, Honorio  se solía callar.
-Oiga, una pregunta. Dijo la mujer llamando la atención del hombre serio y repeinado que leía con atención el periódico conservador.
-Digame usted. Contestó solícito, cerrando el diario y dispuesto a no perder oportunidad de acercarse a la España real.
-Le va a decir Merkel a Rajoy que nos baje las pensiones?
O porque no tenía respuesta, o porque le incomodaba la pregunta, o porque le entró prisa, apuró la Mirinda, apretó su cartera y enfiló la puerta. Se le oyó decir, pero casi con medio cuerpo fuera del bar:
-Ni idea, señora.