jueves, 15 de marzo de 2012

Lo último, llamar a la policía

Pipas, cáscaras de gambas, huesos de aceituna y servilletas de papel pringadas de grasa llenan el suelo del bar. Se ve  a través de los cristales,  y las luces encendidas muestran el desastre. Ni el cierre está echado, ni se ve nada roto, pero la puerta está candada. Betty nunca dejaría así su local.
-Habrán robado
-Pero no se ve nada forzado
-Habrá que llamar a Betty
-Habrá.
-O a la policía.
-A esa no.
A la puerta del bar de Betty habían llegado, como cada mañana a la hora del aperitivo, el de las chanclas, el taxista a mirar el fondo de su vaso, la chica de la ORA y los de la Telefónica de la fibra ópticva. Se encontraron con que estaba cerrado, pero sin la persiana de aluminio echada y con las luces encendidas.
-A ver si le ha pasado algo a Betty
-¿Quien tiene su teléfono?
Nadie lo tenía, ni el taxista. LLevaban años pasando las horas muertas, bebiendo o comiendo lo que les servia Betty y no sabían de ella más que el nombre y algo de su fuerte personalidad.
-A lo mejor el portero.
-Ese, seguro.
Tampoco.Tenía las llaves de todos los pisos, pero no la del bar de Betty. Tenía los teléfonos de los vecinos, pero no el de Betty. Claro que tampoco Betty era vecina de la finca que él regentaba.
El portero se hizo cargo de la situación. Preguntó al taxista si cuando él se fue seguía Betty en el bar, y este afirmó con la cabeza. Hizo una rápida encuesta para comprobar si alguien tenía un teléfono de Betty o sabía aproximadamente donde vivía, al menos el barrio. Nadie sabía.
LLegó Montoro con su cartera colgando de su mano en pleno revuelo. El hombre, en su empeño en reconocer la España real se propuso echar una mano. Se ofreció para llamar a la policía. Pero el portero no sabía qué hacer, pero sí lo que no debía hacer. Más, conociendo un poco a Betty.
-Lo último, llamar a la policía.
Montoro no supo si era que no entendía a la España real o que ésta estaba metida en algún lío. 

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