martes, 28 de febrero de 2012

Malos y buenos

La pelirroja, que seguro que tiene algo que ver con Betty, elegante y lenta, con un vestido blanco como si viniera de la alfombra roja de los Oscar, atravesó el bar como si se deslizara. Se sentó en el taburete de la esquina, sacó del bolso su libro y Betty le puso delante un zumo de melocotón sin que se lo hubiera pedido.
Enfrascada en la lectura, aparentemente se mostraba ajena a las conversaciones que se cruzaban en el bar.
Era la chica de la ORA la que le decía a Montoro que estaba con él, que lo apoyaba y que  le gustaba más, de verdad, su peinado que el de los Guindos.
-Dirás el de De Guindos.
-Como sea, me gusta más el suyo.
El hombre del supuesto peinado, la cartera negra entre los pies, la Mirinda en la mano, no supo que contestar, si agradecer el cumplido o eludirlo. Tenía claro que su objetivo era conocer de cerca la España real y mezclarse con ella, estaba empeñado en ello, pero no le era fácil captar todos los matices.
-Pero si llevan los mismos rizos.
Lo había dicho Honorio, desde el taburete  donde colgaban sus chanclas. La risotada fue general. Se rio Betty, el portero, la chica de la ORA, los de la Telefónica que llevaban dos meses por el barrio por lo de la fibra óptica, el mismo Honorio, el tapicero y su hijo, y la Juani , cuya presencia había tensado la atmósfera del bar. El taxista, no, o porque estuviera la Juani o porque siguiera sin encontrar lo que  hubiera o no hubiera en el fondo de su vaso vacío. Tampoco pareció reír la pelirroja, metida en su libro forrado, aunque miró de reojo y se pudo ver un brillo listo.
-Una pregunta.- Dijo la Juani, animada por el escenario y las risas.
-Dígame usted. -Se apresuró, solícito Montoro, apretando la cartera entre las espinillas.
-Yo es que no distingo a uno de otro.
-Pues esta bien claro. Uno es el malo y otro es el bueno, como los policías. Este es el bueno y el otro es el macho, el que dice lo que hay que cortar. No hay más que ver la pinta de uno y de otro.-Ilustró Honorio.
-Las cosas no son exactamente así. Déjenme que les explique.
No le dejaron. Parece que intentaba exponer algo pero nadie le prestó atención. Lo que nos se sabe muy bien es la razón: si es porque se había vuelto de pronto invisible invisible,  si porque la España real no permite fácilmente los acercamientos o porque en el televisor apareció la imagen de Urdangarín.
-Ese sí que sabe
El portero, experto en diplomacia, se dio cuenta de la situación en que había quedado Montoro. Así que aunque no dejaba de mirar las imágenes consideró que debía intervenir. Sabía hacerse cargo de situaciones difíciles
-Entonces baja el déficit o no baja
-Estamos en ello, pero no es fácil con la herencia que hemos recibido. -Empezó a explicarse con cierto alivio. No estaba todo perdido con la España real, debió pensar.
Entonces el portero se dio la vuelta definitivamente y se interesó por lo de Urdangarín. Debió considerar que ya había hecho bastante por el hombre que tomaba Mirindas.

domingo, 12 de febrero de 2012

No fue lo que parecía

En el bar de Betty todos saben que el taxista se separó por una tontería. En realidad no es que se haya separado, es que su mujer lo echó de casa.Todo porque un día se emborrachó la Juani y el taxista se la llevó a su casa. La mujer pensó que era lo que no era y los echó a los dos.
Como siempre Betty lo ecogió en su bar. A nadie se lo dicen, pero el taxista duerme en el cuarto donde el portero guarda los útiles de limpieza.
Y desde entonces, hace ya casi cuatro meses el taxista mira el fondo de su vaso, No ha vuelto a coger el coche.
Pero nadie le pregunta por qué.
Dice Honorio, el de las chanclas que todo lleva su tiempo

sábado, 11 de febrero de 2012

Discreción

Los del bar de Betty saben que en el edificio vive un futbolista, un escritor, una policía, una diputada del mismo partido que Montoro, una profesora, un gigolo y un vendedor de coches por el portero. Ninguno de ellos ha entrado nunca en el bar, pero los parroquianos lo conocen casi todo de ellos. Donde trabajan, cómo, los avatares de sus vidas sentimentales, sus alegrías y, sobre todo, sus miserias. Vamos, saben la historia de todos, sólo que de esos conocen más detalles.
-A mi no me gusta meterme en la vida de nadie. Y en mi oficio lo que se necesita es mucha discreción.
El portero lo dice totalmente convencido, frontandose las manos, embutido en su mono azul del que cuelga un pedazo de tela rojo, como una señal de alarma.
Lo que ocurre es que cuando el cancerbero de la finca expone lo que exige su profesión lo cree firmemente. Otra cosa es que comente lo que sabe y lo comparta en un lugar cálido donde se siente escuchado y valorado
-No, no vive con la mujer. Esta vive con los hijos en Barcelona. Que tiene dos niños pequeños. la que vive con el es la querindonga, que además le saca por lo menos diez años. Pues calcula, el chaval ese tiene 26 años y la amante tiene más cerca de cuarenta que de treinta. Por lo visto era su representante y está con ella desde que fichó por el Madrid.
-

jueves, 9 de febrero de 2012

Absueltos, condenados e inhabilitados

-Pues miré usted, hoy es uno de esos días en que me gustaría decirle un par de cositas al de la Mirinda.
-Hoy no aparece, ya lo verá usted.
-Pero si eso no es cosa suya, es de Justicia
-Eso es el alcalde, ¿no?
-Es cosa de todos, ¿o cree usted que no están conchabados unos y otros?
-El de la Mirinda no vendrá no por eso, sino porque estará preparando cómo explicar la reforma, que lo hacen mañana.
-Qué va a preparar, de eso no se encarga él, es cosa del Guindo.
-Quérrás decir De Guindos.
-Como se llame.
-La que se encarga es la otra, la de Trabajo, ¿como se llama esa?
-Mato, ¿no?
-Que va. Esa es la que no sabía que coche tenía su marido en el garaje. Esa está de  Sanidad, me parece
-La de Trabajo se llama Baéz, Barez o Báñe. Algo así. Vamos, yo sé que se llama Fátima, me acuerdo bien porque se llama como suegra.
-Se encargue quien se encargue nos van a joder igual.
-Pero una cosa es la crisis y la reforma, y la madre que la parió y otra cosa es que condenen a ese hombre a once años por querer meter mano a los corruptos. O sea, que va él a la cárcel y el Correa ese sale de rositas.
-Que no va a la cárcel, que lo inhabilitan.
-Y qué más da, lo condenan.
-No, que lo quitan de juez.
-Pues eso, lo condenan.
-LLámalo equis, él, condenado y el Gürtel ese absuelto.
-Te estás haciendo un lío, el absuelto es el curita.
-Pero ese fue por otra cosa, porque no pagaba los trajes.
-Que se los pagaban a él, que no es lo mismo.
-Que es una vergüenza, y punto.
-Lo que yo digo es que el Correa ese o el Gürtel, o como se llame, debe estarse escojonando.

Cada uno decía una cosa, sin escucharse, como siempre, pero por una vez en el bar de Betty casi todos estaban de acuerdo.

martes, 7 de febrero de 2012

Interviú con un gato

La orquesta acababa de tocar Wisling Rufus, Soldiers in the park, 'The stars and stripes for ever, Down south' y otras composiciones inglesas y yanquis. ¡ Todo sonaba y olía á anglosajón en el café ! De pronto, en la pizarra donde se inscriben los « trozos selectos » que va pidiendo, fuera de programa, el público, leí :
DEMANDÉ ESPAÑA !...
¿Quién se había atrevido á pedir allí, entre ingleses y yanquis, cuyas marchas musicales suenan á triunfo y parecen hechas para marcar los rapaces pasos del conquistador, la España, mutilada en su ortografía á la francesa, como mutilada fue en su gran Imperio ? Contra mi costumbre de no enterarme de lo que hace el vecino — ya que un vecino es para mí bastante menos que un perro — quise averiguar quién había sido... Para cobrar ánimo, empecé por tomar un cocktail, de brandy, Luego tomé otro cocktail, que tuvo que ser de whisky, puesto que dos de brandy hubiera sido faltar á la reunión.
Y, hecho un brazo de mar, me dirigí al mostrador.
— ¿ Sabe usted — pregunté á la madama elegantona, distinguida y perfumada — sabe usted quién ha pedido España ?
— Aquél — contestó ella casi sin mirarme, porque tenía puestos todo sus sentidos en contar calderilla.
Aquél tenía ojos fosforescentes y bigotes así.
Me acerqué con recelo, y le dije, ensayando una sonrisa :
 — Si no está mal preguntado, ¿es usted, por casualidad, español?
— Español y gato, para servir á usted.
¡ Gato ! ¿ Cuánto tiempo hacía que no oía yo eso de gato, aplicado, no sé por qué, á una villa que se llama del oso.
— ¿Conque gato, eh ?
— De Madrid, sí, señor.
Cambiamos nuestros nombres. Llamábase él — y seguirá llamándose, si no ha muerto desde anoche — Fernández y Fernández. Como notara yo que mi nombre no le decía nada, no pude refrenar un impulso de vanidad herida. Y me tiré una plancha.
— Siendo usted español, y por añadidura de Madrid, me conocerá usted de referencias, tal vez de malas referencias... ¿No ha oído usted nombrar á Bonafoux, de la Prensa de Madrid, Luis Bonafoux, periodista distinguido, casi eximio?...
— Le diré á usted. Yo hace muchos años que falto de España y que nada sé de España.
— ¡Pero de mí por fuerza sabe usted, señor Fernández y Fernández, alguna cosa !
— Ni de usted ni de nadie.
Para pasar á tragos esta horrible decepción, pedí otro cocktail, que, no debiendo ser de
whisky, fue un martini cocktail.
— Yo, señor mío, vivo en Pourville, y en la soledad de esa playita abrupta y arisca he refugiado el dolor que me causan el recuerdo y las cosas de España — me dijo, con campanuda voz, el Sr. Fernández —. Difiero del modo de ser de mis compatriotas, que son suicidas por temperamento; suicidas, sí, señor. España, la gran España, se ha convertido en un pueblo narcotizado, narcotizado por discursos kilométricos, por artículos kilométricos, por kilométricos programas de café, en cuyas mesas todos los parroquianos arreglan en un dos por tres la situación del país. Lo que necesita España es un sable...
— ¡ Pues apenas hay sables en la Puerta del Sol y calles adyacentes !
— Un sable, he dicho, que corte muchas, muchísimas cabezas.
— ¡ Señor Fernández!
— Porque ha de saber usted, señor mío, que así como la calentura no está en las sábanas, tampoco las desgracias de un país están exclusivamente en sus Gobiernos. Costumbres, costumbres públicas y privadas, eso es lo que necesita principalmente España. Un prurito de crítica corroe todas las manifestaciones del país, y los que peroran y escriben contra los defectos del mismo son los primeros en incurrir en ellos cuando están en condiciones de poder corregirlos. Es una broma y una lata. Pero parece que el país vive á gusto entre bromas y latas...
— Vea usted- — prosiguió el Sr. Fernández, alzando la voz y dando golpes en la mesa — vea usted la tertulia de este café : tertulia fina, circunspecta, silenciosa, y que de once á doce, y sin que nadie la obligue á ello, se retira á casa; tertulia de ingleses, en su mayoría, de franceses y también de norteamericanos. Españoles no hay más que usted y yo.
— Sí, señor Fernández, y si usted continúa dando voces y pegando testarazos en la mesa verá usted que muy luego no quedará aquí ningún español...
Y como la orquesta acabara de tocar España, entre aplausos de la concurrencia, no pude menos de decir al Sr. Fernández:
— Puesto que tanto aflige á usted el recuerdo de España, ¿por qué hace usted que se lo resucite la orquesta de este café?...
— Pues le diré á usted: todos los veranos vengo de Pourville á Dieppe nada más que á hacer tocar esta música. ¿Sabe usted por qué?
¡Pues para que rabien los extranjeros!...
Y dando otro testarazo en la mesa, el señor Fernández rompió una copa de granadina, cuyo líquido fue a mojar los blancos y vaporosos bajos de una miss, que le miró severamente.
— ¡Vámonos, pues, señor Fernández, antes que nos echen del café !...
De Luis Bonafoux hacia 1899

viernes, 3 de febrero de 2012

La España real

Montoro se sentó en el taburete que quedaba libre, equidistante entre los de los extremos, ocupados por el taxista y el de las chanclas. En realidad, en el que se había acomodado cada día desde que apareció por el bar de Betty, con lo que podría decirse que se puso donde siempre como si ya fuera un cliente habitual. Es verdad que habló más que en otras ocasiones, porque dijo buenas tardes, señores, cuando las otras veces había entrado con la cartera colgándole de la mano, sin mirar a nadie, como mudo. Se ve que había tomado confianza o que se pensó que si vas a un sitio cuatro veces ya perteneces al sitio de alguna manera. Desde luego ya a nadie extrañó que el hombre repeinado en los rizos del cogote y encorbatado apareciera por allí.
Pidió una Mirinda, por favor, y a pesar de la costumbre, de Betty seguía sin fiarse y le cobró antes de servirle.
-Son dos euros.
La chica de la ORA, Betty, Honorio y los de la telefónica miraron cómo Montoro probaba la bebida, tras dejar la cartera en el suelo y ajustarse la gafas con los dedos pulgar e índice. El taxista, no, que seguía rebuscando algo con la mirada en el fondo de su vaso vacía. El aparato de televisión estaba, como casi siempre a esa hora sin volumen, los del mus se había ido discutiendo como cada día, enfadados los cuatro, no pasaba nada en el bar y a nadie se le ocurría decir nada de la vida, la propia o la ajena, así que estaba justificado que los cinco se fijaran en cómo el tipo trajeado que llevaba visitando el bar ya varios días hasta hacerse casi cliente usual se entregaba al disfrute del refresco.
Montoro también los miró a todos, como si esperara ser aceptado, para lo que ensayó un esponjamiento en su expresión. Le salió una mueca, pero fue un intento. Entonces Honorio, evidentemente en chanclas, levantó el dedo. Lo hizo como si estuviera al fondo de la clase y quisiera preguntar algo. Y El hombre trajeado, atento y dispuesto, se dispuso a contestar, aunque le salió un tono un poco autoritario.
-Dígame.
Honorio no se percató de tono alguno puesto que desde que hizo el anuncio se convenció de que le daba igual lo que pensaran los demás. Pero había sido mucho el tiempo de la otra vida, la atosigada, la comprimida, por eso le salían todavía cosas como la de levantar el dedo.
-Pues que estaba yo pensando que cómo se le ocurre a usted venir a este bar. Qué que se le ha perdido aquí, vamos.
El interpelado tocó un momento la cartera, como un tic, pero a pesar de sentirse tenso vio que era su oportunidad, así que pensó aprovecharla.
-Mi querido Honorio…
Este se temió lo peor, así que le cortó el discurso.
-Oiga, que sólo era una pregunta.
-Déjeme que le explique.
Y lo que hizo Montoro en el bar de Betty esa tarde fue explicar que había elegido ese sitio para conocer la España real. Que prefería acercarse él, y ver y oir, que quedarse sólo con lo que le decían los asesores o sus informes.
Nadie del bar entendió mucho lo que pretendía el tipo trajeado de los rizos en el cogote. Así que dejaron de prestarle atención. Cada uno miró a otro lado encogiéndose de hombros. Betty misma tocó sin mucho disimulo el mando del televisor y subió dos puntos el volumen.
Pero ya que había tomado la palabra, porque de alguna manera se la habían dado, quiso usarla y ganarse a los parroquianos. Demostró ambición y probablemente falta de cálculo, pero se lanzó a conseguir la atención con lo que pensó que era el método más apropiado en aquel momento y aquel lugar, con un chiste.
-Va un señor a la frutería y le dice a la frutera, quería que me diera un kilo de naranjas y que me enseñara las tetas.
Se ruborizó al decirlo, pero Montoro estaba lanzado y ya no había marcha atrás.
-Pero que dice, está loco. Y el hombre dijo es que desde que gobierna Rajoy hay más confianza en los mercados.
Nadie dijo nada, ni movió un músculo, como si no hubieran oído nada. Ni siquiera el de las chanclas que había preguntado. Fue el taxista, sin dejar de mirar el fondo de su vaso el que dijo:
-Vaya gilipollez.