jueves, 26 de enero de 2012

El curita

Honorio sigue yendo en chanclas al notario. Desde que hizo lo del anuncio le entró una suerte de seguridad en si mismo que le hace sobrado, incómodo, pesado y genial. Así que también pasa por el bar de Betty en chanclas, se acoda al otro extremo de la barra, justo enfrente del taxista y pontifica. Le pregunten o no, sea escuchado o no, venga a cuento o no.
-Hay que seguir la pista del Curita.
Nadie sabía a qué se refería. Salvo Betty, a quién no se le escapa una.
-Deja al curita, que lo han declarado inocente.
-No culpable, que no es lo mismo. Manda huevos, con lo que se ha oido, que le comía de la mano al Bigotes y que no lo empapelan. No sólo le ha regalado trajes, también relojes y lujos para la farmaceútica. Es que no hay vergüenza.
Nadie escucha a Honorio el de las chanclas, cada uno a lo suyo. El taxista mirando el fondo del vaso, la chica de la ORA poniendo un mensaje en su Blackberry; el portero en su portería, es decir, por una vez fuera del bar; los del garaje líados con el juego del Madrid en Barcelona.. Sólo Betty puntualiza de vez en cuando.
Así que Honorio se encara con el único quea parece sin protección: en el centro del bar, encorbatado e ignorado por todos.
-¿Y usted, qué? Sí, el de la Mirinda. ¿Es que no tiene opinión del escándalo de Valencia?
Y Montoro se pone rojo, mira al infinito y no sabe donde meterse.

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