domingo, 30 de diciembre de 2012

De incógnito


El penúltimo día del año el bar de Betty estaba de bote en bote. O sea, hasta arriba. No había tocado la lotería, ni hubo convocatoria por parte de la propiedad ni se celebraba nada especial. El caso es que su aforo estaba al completo. No quedaban libres ni mesas, ni sillas ni taburetes. Casi ni baldosas. Los clientes habituales se habían multiplicado por diez o por doce, de modo que se daba una circunstancia inusual: tanto el narrador omnisciente como el narrador observador debía buscar, casi con lupa entre los presentes, las caras de los protagonistas cotidianos del bar de Betty. Tarea no sencilla entre tanta presencia que llenaba el local de voces, murmullos, cáscaras de gamba, huesos de aceitunas y servilletas de papel arrugadas

Una cámara cenital sin embargo habría descubierto un hecho curioso, salvo excepciones, los clientes de Betty se habían agrupado de manera natural, como defendiéndose de tanto desconocido. Ni el portero, ni la chica de la ORA, ni los empleados de la telefónica ni el hombre de la Cocola habían aparecido aquella mañana probablemente por ser domingo. Así que estaban Betty y su hija tras la barra, el taxista mirando el fondo de su vaso vacía, Paqui observándolo con un poco de lástima sin atreverse a acercarse, el zapatero sin su mandil y su traje de los domingos, Honorio con sus eternas chanclas a pesar del frío, la rubia del estanco, la mujer que prueba suerte con la tragaperras, la pelirroja metida en las páginas de su libro y Bernardo de nuevo aparecido. Sólo la pelirroja enfrascada en la lectura y la señora con las monedas, y Paqui por mantener las distancias, no se habían hecho lógica piña agrupándose en un extremo de la barra, como  amparando al taxista. El resto eran voces desconocidas atestando el bar y pidiendo otra.

Y en esto llegó Montoro. Tardaron en reconocerlo porque iba sin cartera, sin corbata, sin traje y casi sin rizos. Una gorra de marinero se los tapaba, lo que con cazadora y vaqueros suponía una aparición de verdadero incógnito. Se dio cuenta Honorio.

-Coño, si es el ministro.

No iba solo. Lo acompañaba una mujer alta, más que él, atildada con un gorro blanco de lana y un abrigo largo, casi hasta los tacones de aguja.

Se les acercó la hija de Betty y miró a los recién llegados que entendieron enseguida que estaba esperando que le dijeran qué iban a tomar.

-Un café con leche y una Mirinda, por favor.

-Con la leche muy caliente, por favor.

Y mientras los clientes de aquel último domingo del año seguían a lo suyo, los habituales empezaron a especular con la personalidad de la mujer alta que pedía la leche tan caliente.

viernes, 21 de diciembre de 2012

La España real


 

Estaban aquella tarde casi todos. Como cada día, pero además querían felicitarse las fiestas y desearse suerte con la lotería, así que era una reunión multitudinaria y especial. Y el ambiente era festivo, alegre, no en vano Betty había abierto un par de botellas de sidra. Brindaron todos. Menos el taxista, que aunque le llenaron el vaso de sidra él lo siguió mirando como si estuviera vacío.

Incluso la pelirroja cerró su libro para participar de la alegría y buen humor reinante. Honorio incluso ensayó unos torpes pasos flamencos en mitad del bar, que fueron aplaudidos por todos.

Así que la llegada del ministro los cogió por sorpresa, por inesperada y porque cortó el buen rollo.

-Buenas tardes, señores. Me gustaría desearles felices fiestas.

Además no llegaba solo. Lo acompañaba el guardaespaldas de la cara cortada que no dijo ni el saludo. Era una máquina  perfecta en lo suyo, seguro que no le quedaba entendimiento para ninguna otra cosa.

Así que entre que no les hizo gracia la aparición y lo mal encarado que sabían que era el de seguridad, pues optaron, como si se hubieran puesto de acuerdo, por no contestar.

El silencio no arredró al ministro, que ya llevaba tiempo en su empeño de conseguir llegar a la España real.

Así que le dijo a Betty:

-Ponga usted a estos señores lo que quieran

Betty avisó por si había dudas

-Os invita el ministro

Todos se quedaron mirándolo como si fuera un marciano con orejas salidas, de soplillo, y él hizo además de brindar con su vaso mediado de Mirinda.

Casi todos dijeron, muchas gracias. Pero ninguna era de aceptación, porque extendieron la mano ante Betty para que ella entendiera que no pusiera nada.

 -No me hace falta.- Dijo el portero. -Que no venga a dar limosna ni a hacer alarde. Le explicó a Betty y a los demás, con esa manera directa que tiene la España real de mostrar su orgullo. Decir las cosas, que las oiga quien interesa pero sin mirarlo ni concederle la categoría de interlocutor.

Y siguió diciendo, a Betty y a los parroquianos, incluso al taxista que seguía buscando razones en el fondo del vaso y la pelirroja que había vuelto a las páginas de su libro, que no recorte tanto. De qué va, no tiene  vergüenza, hace los recortes y deja en paz a los que defraudan. A qué coño viene aquí con esa sonrisita. Que se dedique a encontrar trabajo para los españoles, no a perseguir a los pobres y a despedirlos.

El portero solía ser más condescendiente, actitud que ha aprendido en el oficio, pero desde que despidieron a su hermano, no han renovado la beca a su hija, su hijo no logra encontrar trabajo, y a su mujer le han quitado la ayuda por cuidar a su madre, se ha ido haciendo más radical. Sobre todo en el bar de Betty.

El ministro tuvo un ataque de autoridad, la propia de su rango y de su educación, así que decidió que no era el  momento de hablar de eso. Pero al carecer de la sabiduría innata de la España real, se dirigió directamente al portero, evidentemente sin saber si era portero o no.

-Como comprenderá no es el sitio ni el lugar. Yo solo quería desearle felices fiestas.

Y el portero no perdió los papeles porque estaba en su sitio y en su ambiente. Siguió hablando a Montoro y de Montoro y del gobierno sin concederle el detalle de considerarlo interlocutor.

-Las felices fiestas las tendrá él, que le pregunte a los parados, o a los desahuciados, o los discapacitados.

El guardaespaldas abstemio notó la tensión de su jefe y, acostumbrado a actuar sin pensar, dio un paso adelante y se puso entre el ministro y el portero. Es decir, entre el gobierno y el pueblo

Y en ese instante  Monoro entendió que no había sido buena idea presentarse en el bar de Betty el día antes de la lotería. Y peor llegar acompañado. Y quiso arreglarlo.

-Espéreme fuera, por favor.

Y el que reaccionó fue Honorio, que se había olvidado ya de sus pasos flamencos

-Así son, los empleados a la puta calle. Espéreme ahí fuera que ahora iré yo.

Y el ministro ve que no sabe cómo acertar. Empieza a convencerse de  que haga lo que haga no le entienden

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Entre corbatas


El director de la caja y el ministro tienen en común varias circunstancias básicamente físicas, aunque algunas también son síquicas: el traje oscuro, la corbata roja, la camisa blanca, los gemelos, los rizos en el cogote, la gomina, el afeitado apurado, una cierta manera de mirar contradictoria, el envaramiento del cuerpo y la propensión diplomática a la sonrisa. Luego hay matices que los diferencian, muchos igualmente físicos y otros síquicos: uno tiene pelo y otro no, la calidad y procedencia de los gemelos es distinta, la edad..

Pero en el bar de Betty ambos parecen estar en una parte del mundo, justo en la otra orilla que el resto de los parroquianos. Comparten aproximadamente un metro de la barra, uno ante su consabida Mirinda, el otro ante lo que dice ser el quinto café de la mañana.

El zapatero, los dos trabajadores de la telefónica, la rubia del estanco, Paqui y la mujer que prueba suerte en la tragaperras también toman un tentempié mañanero pero forman parte del paisaje, ni destacan ni suponen presencias extrañas. Comparten café con leche y curiosidad por la pareja encorbatada. Los miran como si esperaran que pasara algo. La mujer que mete monedas en la ranura de la máquina ni ha tocado su café que hace rato que se enfrió.

-Se lo caliento. Pregunta Betty.

La mujer dice que vale, que gracias.

Montoro saborea su Mirinda ensimismado, sin prestar atención ni al lugar ni a los presentes. El de la caja, a su lado, se estira las mangas de la chaqueta, se ajusta la corbata, mira al ministro. Betty, y cualquiera, nota que busca entablar conversación

Se lanza

-Ha estado muy bien en su contestación.  Lo felicito

-¿Perdón?

No esperaba ser interpelado en el bar. Apenas ha logrado que un jubilado en chanclas le lance una andanada, las más de las veces de forma indirecta. Sus intentos de mezclarse, y entender, la  España real no da frutos de momento. Aunque se considera un hombre con tesón y confía que un día va a lograrlo. Así que se ve sorprendido. Menos espera todavía la amabilidad.

-Cuando ha dicho que le hacían una pregunta impertinente e inconveniente, que era un despropósito preguntarlea usted por la corrupción de Baleares.

-Hombre, por dios, es que no sé cómo se atreven a darnos lecciones cuando han dejado el país como lo han dejado

Y antes de entrar a compartir visiones y filosofías el director de la caja se presenta

-Manuel Martin Morales, director de sucursal de Caja Madrid, ahora Bankia.

-Encantado. El político lo dice de modo automático, sin enterarse muy bien de quien le da la mano.

-Este busca algo. Dice el zapatero sin dirigirse a nadie en particular y sin dejar claro a quien se refiere.

Pero Betty entiende perfectamente que el zapatero habla del director, que puede que lo despidan y que lleva días preguntando cuando suele pasarse por el bar el ministro.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Que se vaya con los suyos


El hombre de la Cocacola con su uniforma color café con leche largo de leche está montando un lío considerable. Tiene plantadas en el medio del bar dos dobles torres, unas con cascos vacíos y otras con botellas llenas.

-Pero que tienes montado aquí

Dice Honorio que está a punto de dejarse el dedo gordo del pie derecho, protegido apenas por el calcetín sobre las chanclas, en la esquina de una de las torres.

La pelirroja ha ensayado una postura de bailarina para deslizarse entre las atalayas y llegar a su esquina y abrir su libro.

Betty mira a su hija y se encoge de hombros.

El hombre de la coca cola empieza a explicar que intenta ser práctico, o sea para adelantar más. Se para entre las torres y empieza a explicar a los presentes su plan estratégico, es decir, poner las cajas nuevas en mitad del bar, sacar las consumidas y en un momento reponerlas

-Pues de un momento, nada. Vaya cisco que has montado.

Dice la hija de Betty

Y el hombre de la cocacola cambia de tema para no entrar en explicaciones engorrosas

-¿El ministro ya no viene? Hace tiempo que no lo veo

-Ese se fue con el rabo entre las piernas el día de la huelga. Fue la explicación de la hija de Betty que barría alrededor de las torres

-¿Y eso? ¿que pasó? Pregunta el operario mientras apila y descarga cajas como si estuviera construyendo un mecano imposible y contradictorio.

-Pues que no lo dejamos entrar, estábamos de huelga. Explica Betty con una sonrisa

-Normal.

El repartidor  no entiende la explicación o porque no atiende o porque no entiende la paradoja que le explica con más detalle la hija de la dueña. Sólo cuando le ilustran cómo estando el bar lleno de gente fue el ministro  el que no fue admitido.

-Bien hecho. Que se vaya con los suyos

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Está cerrado, estamos en huelga

 

Estaban todos en el bar de Betty, como si fuera la final del mundial del fútbol. Acodados en la barra, mirando la tele, conversando, indignados. Bueno, todos menos el taxista y la pelirroja. Aquel parecía ajeno a tanta concurrencia, mirando el fondo de su vaso vacío. Ella, también, enfrascada en su libro.

El cierre del bar estaba  a medio echar, mitad subido mitad bajado. Montoro llegó solo, con la gabardina blanca sobre los hombros, cubriendo el traje, la cartera de ministro colgando de la mano derecha, apurado, como si lloviera o huyera de algo.

Empujó la puerta de cristales y aterrizó dos pasos dentro.

-Está cerrado.

Se oyó tras la barra. Betty no dudo en informar de la situación, o porque tenía claro que no entraba  ni un alma más o porque conoció enseguida al recién llegado.

-Buenas tardes, ¿como están ustedes?.

Intentó ser amable, llamar al reconocimiento, por si la presencia de la gabardina hubiera llamado a engaño a sus colegas de tantas tardes en el bar. Incluso, sonriente, afirmó desear lo de siempre, como si la referencia a la Mirinda sirviera para abrir cualquier puerta.

-Estamos de huelga, ¿no lo ve?

Era la hija de Betty, también tras la barra, quien hacia la aclaración.

-Permítame que le diga-, empezó a explicarse el recién llegado.

-Usted sordo no es, ¿verdad?, preguntó de pronto Honorio.

-Pues, no, ¿por qué lo dice? Dudó, antes de aclarar Montoro.

-Porque se le ha dicho que esta cerrado el bar, que hay huelga.

-Yo no veo que esté cerrado, ironizó el hombre calvo de los rizos en el cogote y las orejas disparadas.

Nadie entendió la gracia y. como si se hubieran puesto de acuerdo, se situaron en posición de ignorarlo. La dieron la espalda como si no existiera. Nadie lo miró, nadie lo escuchó. Como si no estubiera 

El hombre intentó decir que el derecho a la huelga era sagrado, tanto como el derecho a moverse, a ir a trabajar, a entrar en un bar público o a pasar por la calle. Vana tentativa porque ni una sola de las palabras llegó a ningún sitio.

También pensó decir que cómo le podían decir que estaba cerrado si estaban en el local más personas que ningún día. Pero no lo hizo, en su proyecto sincero de acercarse a la
España real no podía cometer más errores. Seguiría aprendiendo.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Que venga con el hermano, si tiene guevos

Aquella tarde nadie servía una Mirinda pero el espíritu de quien las tomaba estaba más presente que nunca. El portero era un hombre curioso y algo meticón, como corresponde a la experiencia que desarrolla el oficio. Pero era básicamente pacífico y se sabía que más de una vez había votado al PP. Últimamente no lo decía, sobre todo desde que iba por el bar de Betty el ministro y dejaba a su marcha una ristra de  carcajadas, improperios y desplantes. No le gustaba la torpeza de algunas medidas ni esa especie de chulería con la que aparecían por al televisión.

Así que se iba enfriando su no muy encendida llama política. Rescoldo que revolvió  un día el bocazas de Honorio, que además lo puso en un compromiso. Fue cuando dijo a Montoro, pues este os vota. Minutos después se puso muy serio ante el jubilado de las chanclas y le dijo que no volviera a hacer eso. Que él votaba a quien quería y también desvotaba cuando le daba la gana.

Empezaron a respetarse, pero aunque el portero se iba apartando progresivamente de los suyos, quedaba un cierto sentido del orden, de la eficacía y de algunos estereotipos que no acababan de irse.

Sin embargo aquella tarde estaba desatado, ofendido en los más íntimo. Acababan de decir por televisión que el hermano de Cristobal Montoro había dicho en la fundación FAES que había que acabar con la “barra libre” de las pensiones, la educación y la sanidad. El portero lo tómo nada más oirlo como una traición personal, como si la gente en la que había creido de prondo se quitara la máscara. Eran de otro mundo y el se había creído que estaban en el mismo.

-Hay que ser hijodeputa para decir eso.
-Esa boca- Dijo con desgana Betty mientras sacaba brillo a un vaso ancho de los de sidra, donde últimamente todos querían que pusiera los cubatas.
-No me jodas, pero qué coño sabe ese tío de barras libres, ni de educación ni de sanidad ni de pensiones.
-Algo sabrá. Es sociólgo, o algo así ha dicho la tele. Ilustraba Betty dando más trascendencia al brillo del vaso que a la información que acababa de aportar.
-Me da igual lo que sea, seguro que no sabe ni cuando cuestan los libros ni las recetas. A ese lo quería ver yo viviendo con una pensión cualquiera de los que vienen por este bar.
-Eso diselo a su hermano cuando venga.
-A qué no tienen guevos de venir juntos.
-Eso que venga con el hermano, si tiene guevos.

Y con ese reto sellaron el portero y el jubilado una paz hasta ese momento endeble.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Pero, ¿por qué no habla claro este hombre?


Entró en el bar de Betty contento, se puede decir que sonriente, como satisfecho de algún deber cumplido. Dejó la cartera en el suelo, se repeinó los rizos del cogote con las dos manos y se acodó en la barra. No pidió nada porque enseguida le pusieron delante su consabida Mirinda. Miró a los presentes como si paseara su mirada por el tendido.

No le hicieron apenas caso. Betty ya se había hecho cargo del bar, tras regresar del pueblo, pero comparte espacio tras la barra con su hija, que duda si irse o quedarse. El taxista ni lo miró, pendiente de los mensajes que pudieran aparecer en el fondo de su vaso vacío. Honorio hablaba con la chica de la ORA y le faltaba prestancia al recién llegado como para interrumpirle. Los de la telefónica realmente no se fijaban en nada ni en nadie. Llegaban juntos intercambiando pareceres, tomaban sin mirar lo que les servían y se iban sin despedirse, como si su conversación no tuviera ni fin ni pausa ni admitiera elementos que la interrumpieran. El zapatero llegó cuando ya Montoro hizo un gesto para demandar que le pusieran otra Mirinda.

Y fue precisamente el recién llegado el que, tras desear buenas tardes a todos, reparó en el ministro sonriente.

-¿Cómo ha ido la tarea?, preguntó un poco por compromiso.

Pero Montoro tomó la pregunta como si realmente se interesara y se puso a explicar. Y habló de la clara voluntad social de estos presupuestos; dijo algo así como que auguraba haber acertado en poner las puertas que nos lleven a un crecimiento en 2013; afirmó que uno de los principales objetivos era detener el avance lamentable y excesivo de la deuda pública….

Hablaba para todos, gustándose, convencido, sonriente. No reparaba en que en el caso de que alguien escuchara sus palabras nadie le miraba.

Entonces Honorio, sin dejar de mirar a la chica de la ORA dijo:

-A ver, dígame, yo soy pensionista, voy a cobrar más o no,

El ministro se esponjó por que vio una luz, como si hubiera sentido que por fin lo escuchaban. Respiró hondo, mostró su mejor perfil y

-Entiéndame, este gobierno lo que ha hecho, de acuerdo con su clara vocación social es pensar en el crecimiento y en los cinco millones de parados que hemos heredado

-Este hombre cada vez parece más gangoso. Le dijo Honorio a la cica de la ORA, como si con la apreciación continuara la conversación previa que tenía con ella y demostrando que, evidentemente, le daba igual  lo que dijera Montoro.

Y el zapatero se unió a Honorio y a la chica controladora de los vehículos aparcados y con ellos hizo tertulia, y les preguntó sin que esperara obtener respuesta; ¿pero por qué no habla claro este hombre?

Montoro se sintió una vez más ignorado. Dudó si seguir explicándose o pedir otra Mirinda.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Ni idea, señora

-Y qué le va a decir Rajoy a Merkel?
La pregunta la hizo la mujer de Honorio, el de las chanclas. Estaba cansada de que su marido se pasara el día en el bar de Betty. A veces hasta se llegaba la hora de comer y ni se acordaba de subir. Y por las tardes, igual. Se daban las nueve, estaba la cena y el señorito, en el bar. Así que para no tener más peloteras había decidido acodarse ella también en la barra del bar. Si él se pasaba ahí las horas, ella también. Si no había comida hecha, pues se abría una lata de sardinas. Así llevaba desde que volvieron del pueblo, es decir, toda la semana. Le dijo a Honorio que no estaba dispuesta a pasarse las horas muertas y sola. Betty no había vuelto todavía y a su hija no le estrañó la presencia de la señora. Es más, pensaba que era habitual.
Montoro se encogió de hombros y dio un trago a su vaso largo de Mirinda. Al ser por la mañana, se le veía repeinado, los caracoles sobre el cogote frescos, y un poco adormilado. Como si hubiera pasado por el bar recien levantado y antes de decidir qué hacer con su vida en el día.
-Pues como no lo sepa él...
El que contestó a su mujer fue el propio Honorio, como si interpretara el sentimiento del resto de los presentes en el bar. El portero, la chica de la ORA, el taxista mirando el fondo de su vaso y los dos operarios de la telefónica que seguían con lo de la fibra óptica.
-Este qué va a saber, el que sabe es Guitos. Dijo la mujer, que poco a poco había ido asumiendo, incluso superando, la insolencia y despreocupación de Honorio.
No gustó nada el comentario al ministro, pero no lo dejó traslucir. Su educación y sus maneras le habían dado entrenamiento suficiente para no desvelar sentimientos o incomodidades, y menos las relacionadas con el orgullo. Asi que como si oyera llover dio un mordisco a la porra que tenía entre los dedos, tocó el borde del vaso y continuo leyendo el ABC.
Honorio y su mujer se miraron, no con cariño, no con animadversiòn, con complicidad, como diciendo, se está haciendo el tonto.
Justo la actitud que más podía encenderlos. El impertinente no se conforma con que no le hagan caso, si no obtiene respuesta inmediata a sus comentarios abstractos, entonces apunta con el dedo, muerde y no suelta. Y estando su mujer, Honorio  se solía callar.
-Oiga, una pregunta. Dijo la mujer llamando la atención del hombre serio y repeinado que leía con atención el periódico conservador.
-Digame usted. Contestó solícito, cerrando el diario y dispuesto a no perder oportunidad de acercarse a la España real.
-Le va a decir Merkel a Rajoy que nos baje las pensiones?
O porque no tenía respuesta, o porque le incomodaba la pregunta, o porque le entró prisa, apuró la Mirinda, apretó su cartera y enfiló la puerta. Se le oyó decir, pero casi con medio cuerpo fuera del bar:
-Ni idea, señora.

martes, 14 de agosto de 2012

Cristóbal, por dios

En agosto Betty se va al pueblo pero el bar no se cierra. Lo lleva su sobrina, una hija de su hermano, y todo el mundo sabe que es una manera de ayudarla. Dice el portero que toda la familia es orgullosa y ni pide ni da como si hiciera un favor. Así que Betty dice que se va al pueblo, que tiene que descansar, y la pequeña de su hermano se organiza, afirma que ella se encarga de que el establecimiento no eche el cierre y sabe que lo que saque es una ayuda impagable.

Con la sobrina, que se llama Bea, cambian las maneras y algunos clientes, aunque no el espíritu. El portero, por ejemplo no está habitualmente, porque igualmente se va a su pueblo en agosto. Sin enbargo la que no sale del bar es la chica de la ORA. No sólo está alli como refugio, para que no la vea su cotrolador, que también, sino porque es muy amiga de Bea. Se cayeron bien desde un principio, pero además se han ayudado mucho. De hecho, han compartido piso mucho tiempo. Así que si habitualmente la chica pasa por el bar, cuando es el tiempo de Bea no sale de él.

Y tampoco sale de él el taxista. NI del bar ni del fondo del vaso.

Y estaban Bea, la chica de la ORA y el taxista cuando llegó Montoro. Igual de trajeado, los mismos rizos en el cogote, la corbata verde, la cartera oficial colgando del brazo, fuertemente agarrada. No llega solo y pide dos Mirindas.

Como por costumbre, pero le pasa una a la mujer.

-A mi eso no me gusta.

No era rechazo pero tampoco sumisión. Era el colofón a la discusión que ya traían.

El taxista, Bea y la chica del ORA oyeron cómo él decía que las cuentas así no cuadraban.

-Lo he explicado muchas veces, Fátima.

A ella, ahora sí, ente la súplica y la insistencia.

-Cristóbal, por dios.

No adivinaron mucho más porque los ministros, aunque discutían, lo hacian en voz inaudible y encima se ponían las manos delante de los labios.

Si hubiera estado Honorio, seguro que habría sacado punta al numerito de hablar en el bar de Betty tapándose los labios con la mano.

El caso es que al día siguiente el presidente anunció que se prorrogaba la ayuda de los 400 euros.

viernes, 13 de julio de 2012

Mirinda protegida


En el bar la de Betty llaman Gollum a Montoro. El nombre se lo puso Honorio, el de las chanclas. Aunque, en realidad fue la pelirroja.
Al día siguiente de irse el ministro con el rabo entre las piernas y escalabrado por el botellazo del taxista comentaban lo sucedido. Se preguntaban cómo se le ocurrió a Paquí hacer eso al ministro y la reacción inesperada del taxista ensimismado. Elucubraban si habría ido Montoro al hospital o si volvería por allí. El portero decía que después de la agresión no volvía. Honorio dijo que si.

-Ese es como el muñeco ese, como se llama, el de la película esa del Señor de los anillos, el que decía ‘mi tesoro’. Como se llama..

A lo que la pelirroja, sin levantar la vista del libro que estaba leyendo, en el extremo de la barra dijo, Gollum.
-Eso. Gollum. No veis el tono de voz que le sale cuando se quiere hacer el amiguito amable y la maldad que se le ve en cuanto se relaja? A demás que se parece, con las orejas disparatadas y esos gestos que hace. Pero sobre todo por el tonillo que le sale. Verás como vuelve.

No todos habían visto al película, pero a todos le gustó referirse al hombre trajeado con la maleta ministerial colgándole del brazo y los rizos escasos de su alopecia asomando sobre el cuello de la rígida camisa de tonos azules o rosas, según el día, como Gollum

-Es verdad que parece que se rie de la gente. Pues después de este hachazo que han dado con el IVA, después de recortar la sanidad, ….

-Y a los parados y a los funcionarios, dijo el zapatero sin dejar de terminar la frase a Betty, que lo miró como si lo fusilara.
-Decía que no se le deja entrar, si aparece.

-Pues veras como viene. A ese le gusta decir que entiende al pueblo.
-Yo creo que te equivocas.

No se equivocaba Honorio. Esa misma tarde, a la misma hora de la anterior, cerca de las nueve, empujó la puerta del bar.
-No es usted bien recibido aquí. Dijo Betty antes de que Montoro acabara de abrir.

-Buenas tardes a todos. Dijo sin hacer caso a las palabras de rechazo que había provocado su aparición. Y llegó con su cartera hasta la barra.
-Creo que le han dicho que no es bien recibido. Dijo Honorio.
-Perdóneme usted, pero este es un lugar público y un servidor viene a tomar su refresco.

Betty salió de detrás de la barra, el taxista se movió de su taburete, Honorio se ajustó las gafas, el zapatero se ajustó el cinturón de su pantalón, el de la coca cola se puso los guantes de reparto y la pelirroja cerró su libro después de doblar la esquina de la hoja para dejar una señal de lectura. Se fueron todos hacia Montoro y lo empujaron hasta la puerta.
-No sé cómo no le da vergüenza aparecer. Vaya con el cuento a otra parte.

Fue rodear los seis al hombre del traje oscuro y aparecer de la nada cinco matones como armarios, todos con pinganillos colgándole de la oreja. Lo rodearon, apartaron sin miramientos a los habituales del bar de Betty, y colocaron al ministro en el mismo sitio donde pretendía, junto a la barra.
Como si fuera el auténtico Gollum, con voz meliflua, falsa y atiplada, como si no hubiera pasado nada, dijo:

-Me pone mi Mirinda, ¿por favor?
Betty se la puso y el tipo bebió protegido por los matones del pinganillo, también trajeados.

miércoles, 4 de julio de 2012

La hora de Paqui


Montoro se metió en un lío aquella tarde. No porque De Guindos le tuviera comida la moral y el hombre no supiera qué hacer para ganar su espacio. No porque en su intento de llegar a la España real se pusiera a prometer cosas imposibles. No porque se le pusiera la cara colorada por los comentarios que debía de escuchar en cuanto se bajaba del coche oficial a cuenta de los defraudadores.

Algo de todo eso se extendió por la atmósfera del bar de Betty en cuanto el ministro apareció. Pero es que se dieron algunas circunstancias nuevas, ciertos hechos inesperados. Puede que todo contribuyera.

Lo primero es que apareció por la tarde, pasadas las nueve y el ambiente del bar estaba más denso que de costumbre.

Lo segundo que llegó con el nudo de la corbata aflojado, como acalorado, harto o cansado.
Lo tercero que mezcló la Mirinda con un lambrusco y no está investigado lo que puede salir de esa combinación.

Lo pidió así, mi Mirinda y un lambrusco, por favor.

Betty, ni se inmutó. Estaba acostumbrada a peores combinaciones, a peticiones mucho más estrambóticas. Como tampoco le produjo extrañeza el hecho de que liquidara las dos bebidas de un trago y pidiera, lo mismo.

-Joder, y pide Lambrusco. No tenemos vinos aquí. Este es un pan pringado. Tanto traje y tanto rizo en el cogote y pide Lambrusco. No me jodas.
Lo dijo Honorio, el de las chanclas, que ya había dado muestras de que no sentía demasiada simpatía por el personaje.

Lo cuarto es que era la hora Paqui y encima estaba presente el taxista, mirando el fondo de su vaso vacío.

Aquella tarde después de las nueve estaban en el bar, la propia Betty, Honorio, el portero, Paqui y el taxista. Los testigos y los protagonistas.

Paqui tenía un cliente fijo por la mañana antes de comer y otro a la hora de la siesta. Eran ocupaciones cotidianas, pero por lo poco que se sabía eran visitas más piadosas que  rentables. El de la mañana era impedido y el de la tarde pasaba de los ochenta. Se decía que se trataba de antiguos clientes que ya no le pagaban nada, ni demandaban ningún favor, pero que por alguna razón Paqui se sentía obligada.

El caso es que el trabajo de Paqui empezaba a partir de la nueve y podía no acabar hasta cuando volvía a abrir el metro por la mañana. Las más de las veces sin ningún resultado.

Así que Montoro mezcló y la mujer debió entender que por qué no iba a ser su noche. El tipo parecía panoli pero dinero tenía que tener. De modo que se acercó a él. Y él vio la oportunidad de llegar por fin a la España real. Y se puso rumboso: pidió para él otra Mirinda y otro lambrusco y para los señores presentes, lo que estén tomando.

Nadie quiso nada. El portero, que ya se iba, que gracias. Honorio que a él no hacía falta que lo invitara por mucho ministro que fuera. El taxista ni dijo nada.

Y Paqui se acercó a la barra y dijo:

-¿Donde me vas a llevar luego?

A lo que el hombre contestó, un poco por educación, mitad por política, medio por la mezcla de bebidas:

-A donde usted quiera, señorita

 Lo que sentía el taxista por Paqui nunca lo había dicho. En principio era la causante inocente de su tragedia. Sólo se sabía que la mujer del taxista lo había dejado por creer que tenía con la prostituta lo que no tenía, cuando  lo único que había hecho era recogerla como un buen samaritano. Pero tanto agradecimiento mudo por parte de la mujer y tanta injusticia mascullada por parte del hombre habían formado un engrudo sentimental difícil de digerir.

Así que el taxista salió del su marasmo, lo que indicaba que aunque mirara obsesivamente el fondo del vaso vacío, se enteraba de cuanto ocurría a su alrededor. Y sin decir nada tomó el tercer envase vacío de Mirinda y lo estampó en la cabeza de Montoro.

domingo, 3 de junio de 2012

Que caiga España

La mujer que prueba suerte en la máquina tragaperras cada mañana ya había agotado sus existencias. Betty y el zapatero se miraron sin decir nada. Pero se comunicaron uno a otro, con los ojos, que era una pena que las personas estuvieran enganchadas al juego. Antes la señora desayunaba y con las vueltas tanteaba la fortuna. Es decir, tomaba su café y su tostada, lo pagaba, y dejaba caer el sobrante por la ranura del artilugio lleno de luces. Esperaba una música que nunca se producía, el sonido del premio, las trompetas que preceden al desbordarse de las monedas. Primero dejó la tostada.  Pedía café, dejaba inquieta un billete de cinco euros sobre el mostrador, esperaba con cierta impaciencia que Betty le cobrara e introducía las cuatro monedas, perdiéndolas. Después también dejó el café. Pedía cambiar el billete y tiraba las cinco monedas por la ranura. A veces recuperaba dos o tres, premio chico, y se le encendía el semblante. Pero también echaba en el mismo agujero la ganancia y se perdía igual.
Aquella mañana estaban solo Betty, el zapatero que el gustaba desayunar antes de abrir el taller y la mujer de la suerte esquiva que salía del bar derrotada una vez más.
Casi choca con Montoro que empujó la puerta con cierta violencia cuando ella se iba con la cabeza baja y toda la derrota en el cuerpo.
-Perdón, señora. Dijo sin soltar la cartera y sin mirarla.
Se acercó a la barra, dijo buenos días, señores, dijo aunque estuvieran únicamente en el bar Batty y el zapatero. Y pidió una Mirinda.
La vació en el vaso y sin pausa se la tragó como un sediento. Betty, acostumbrada a las sobredosis de Mirinda, ya tenía otra dispuesta. Pero el tipo, repeinado, con los rizos revoloteando sobre el cuello de su camisa,  dijo que no con la mano.
Betty se encogió de hombros y se fue al otro lado de la barra, junto al zapatero. Desde allí observaban los dos a Montoro, que se quedó atado al fondo del vaso recien vaciado con las misma mirada perdida que se le pone al taxista cuando mira el suyo. Tampoco dijeron nada, pero se miraron los dos y se preguntaron qué le pasaría esa mañana al ministro, cómo es que había ido tan pronto.
En el bar sonaba el parloteo de la televisión y la conversación de la radio tambien encendida, al mismo tiempo, a veces confundiendo las voces. Y el reclamo de la maquina tragaperras estaba programada, como sirena, para buscar incautos. Eran los únicos electrodomésticos encendidos y con capacidad de emitir sonidos y voces. Porque el frigorífico, el microondas, la plancha y el congelador tambien estaban prendidos, pero nadie hablaba a través de ellos. Bueno, la máquina de tabaco si hablaba, pero solo era para decir, su tabaco, gracias.
Bien, pues de uno de los dos aparatos posibles, es decir de la tele o de la radio, porque de la tragaperras no parece posible, salió la voz de una mujer, que se identificó como la portavoz de Coaliciòn Canaria en el Congreso. Su nombre, Ana Oramas. Se la oyó decir claramente que el actual ministro de Hacienda, Cristobal MOntoro, la presionó para que votara en contra del paquete de recortes que presentó en mayo de 2010 el entonces presidente, Rodriguez Zapatero. La mujer decía muy segura que si no se aprobaban las medidas España sería intervenida. "Que caiga España, qeu ya la levantaremos nosotros", dice que le dijo Montoro.
El hombre de la calva reluciente y la corbata roja levantó la mirada de las profundidades del vaso en las que se había perdido. Como un resorte. Betty y el zapatero lo miraron con sorpresa. Y  él  salió de estampida.
Casi atropella a Honorio, el de las chanclas, que entraba.
-Pero bueno, qué prisas. Este va a apagar un fuego o ha visto al Guindos ese.

jueves, 17 de mayo de 2012

Yo mato a alguien

Montoro pidió una Mirinda doble y Betty, que es más lista que el hambre, entendió que el hombre llegaba acalorado y le sacó el envase grande, el que tiene reservado para los cumpleaños de niños del barrio. Vamos, para el único cumpleaños que se ha celebrado en el bar, el año pasado, la nieta de Honorio. De hecho la botella de litro y medio sobró de entonces.
Así que el hombre de las corbatas de colores y los rizos en el cogote se tomó el primer vaso como si hubiera atravesado el desierto. Lo metió dentro sin pasar por la boca y sin respirar. Y pidio otro con un gesto.
-Sí venimos sedientos, si. ¿Es que los recortes no le dan ni para beber?, le dijo Honorio con su sorna habitual.
-No me venga con coñas, por favor.
La primera vez en meses, desde que conocían al político, que se ponía chulo. Hasta ese día se veía que el hombre quería agradar, seguramente con la pretensión de acercarse a la España real. Con torpeza, si, con desconocimiento, pero con buena voluntad.
Tragó el segundo vaso, de los de cubalibre, de Mirinda y pidió otro. Se aflojó el nudo de la corbata y pasó la mano de la frente a los rizos. Varias veces. Primero una y luego las dos.
-Pero que le pasa, hombre
Fue Betty, acostumbrada a tratar con borrachos, chulos, patosos pesados y gente peligrosa la que se lo preguntó. Su psicología, como con todos los demás, lo desarmo y lo hizo hablar. Su psicología y que el hombre llegaba apurado y con ganas de contarlo. Y contó que la señora se dirigió a él, nada más bajarse del coche. Que los de seguridad quisieron apartarla, pero que él les dijo que la dejasen. Y resultó ser una clienta de Bankia, muy preocupada y bastante fuera de sí. Esto es lo que dijo Motoro. Que le preguntó si debía sacar su dinero, si iban a quitarselo, qué qué hacía.
-Y qué le dijo usted. Preguntaba el portero, quien tampoco parecía tener cosa mejor que hacer en su portería.
-Pues intenté tranqujilizarla. Le dije que no se preocupara. Pero ella no escuchaba, solo quería saber si tenía que sacar el dinero del banco o no.
-Nos ha jodio, que queria que hiciera la pobre mujer.
-Entiendo, pero claro.
-¿Y?
-La señora se puso un poco nerviosa. Vamos que dijo que si le quitaban el dinero, mataba a alguien.
Y se metió otro vaso grande de Mirinda
-Este viene acojonao. Dijo Honorio al portero sin preocuparle ser oido por el ministro.
-Fue muy desagradable.
-¿Qué pasa que usted no tiene dinero en Bankia?
-Claro a él no se lo van a quitar.
-No es eso, hay que guardar la calma. Yo le aseguro..
Dejaron de escucharlo porque en la tele ponían unas imágenes de una mujer gritando al ministro, 'cómo me quiten el dinero, mato a alguien'

viernes, 11 de mayo de 2012

¿Cuanto se ha llevado Rato?

-Hombre, cuanto tiempo. Nos tenía usted olvidados.
Motoro experimentó un reflujo de satisfacción y no pudo ni quiso disimular que le aflorara en forma de rubor una sacudida de orgullo. Sentía que la España real lo escuchaba, la prueba estaba en que la media docena de personas que en aquel momento se encontraban en el bar lo estaban mirando y además lo veían, no como otras veces que apenas lo había mirado. Bueno, las seis no, que el taxista sólo miraba el fondo de su vaso vacío. Pero Betty tras la barra, Honorio con sus chanclas, el zapatero con su mono azul y su mandil de cuero, la pelirroja con su libro abierto en la esquina de la barra
-No tanto, señores. Vengo casi todos los días.
-Y una polla. Desde que se peleó usted con Rubalcaba no ha vuelto. Lo dijo el jubilado desde sus chanclas que ya hacia tiempo que no se quitaba.
-Es verdad, desde que riñeron en el Congreso no ha vuelto usted. Aclaró el zapatero como si su manera de decir fuera más clara, más diplomática y más apropiada que la de Honorio, que desde que salió en la tele piensa que debe superarse en despreocupación y arrojo.
El servidor público, desde los rizos sobre su cuello andaba dudando entre disfrutar el momento, el primero en que realmente se ocupaban de él, o aclarar las razones de su corta ausencia. Ya le pasó otras veces, que al intentar explicar le había vuelto la espalda aquel grupo de gente desconocida, ajena a él y a su cultura, que sabía que debía ganar, pero que desconfiaba que nunca lo lograría. Así que prefirió dejarlo estar.
-Yo quería preguntarle una cosa.
-Digame usted.
El zapatero demandaba información al hombre trajeado y este reaccionaba atento, dispuesto una vez más a ganarse la causa del  pueblo desde aquel bar de barrio.
-Lo que este quiere decirle es quien manda más si usted o Guindo.
-A ver, no creo que se pueda decir en esos términos. Cada uno tenemos un papel importante en el gobierno.
-No se me vaya por las ramas, el de Hacienda es el que más manda no?,
-Mandar, mandar, manda el presidente del Gobierno.
-Vale, y el que ha echado a Rato quien es, el presidente del Gobierno, el ministro de Hacienda, el de Economía. Esperanza o se ha ido el solito. Porque parece que el que lo ha largado es Guindos.
-Déjeme que le explique. El gobierno lo que ha hecho es tomar una serie de medidas...
-¿No te lo digo siempre? si es inútil preguntar, se va a ir por las ramas, va a contestar lo que le interesa y nada más. Hazme caso, mejor dicho, pasa de él, ni le preguntes.
-Si no me dejan que les explique, no van a enterarse.
-Oiga, que esto no es el Parlamente ni la tele. Esto es un bar. Y si un señor le pregunta usted contesta si quiere. Y punto. No venga con que es que no le dejan explicarse. Betty habla pocas veces, pero siempre interviene para fijar las normas básicas de convivencia en su establecimiento.
Montoro iba viendo que se esfumaba una oportunidad más de hacerse entender por la España real, de comprender a aquella gente a la que se había acercado con su mejor intención.
-Yo estoy dispuesto a contestarles a cualquier cosa que quieran saber. No creo que otros hicieran lo mismo. -Dijo pasando de la adulación a un cierto tono de reto chulesco.
-Vale, pues yo quiero saber una cosa.
-Dígame usted.
-¿Cuando se ha llevado Rato?
-Entiendame, lo que el Gobierno ha hecho.
-¿No te lo dije? si es inútil.
Dejaron de mirarlo. Se volvieron a la tele donde hablaban de una señora que había mandado a su hijo a un programa para buscar novia. Bueno, se interesaron por esa madre ilusionada todos menos el taxista y la perlirroja. Cada uno con lo suyo, aquél con el fondo de su vaso, ella con el libro.

viernes, 20 de abril de 2012

El perdón

En el momento en que salió el rey y dijo que lo sentía, que se había equivocado y que no volvería a suceder, estaban en el bar la chica de la ORA, Honorio, el taxista mirando apenado el fondo de su vaso, el portero, Betty tras la barra, la señora que entraba a probar suerte en la máquina tragaperras y dos desconocidos muy trajeados. El de la Coca cola no estaba porque justo acababa de irse.
Se hizo el silencio como si fuera a ocurrir algo importante, incluso la señora que probaba suerte se quedó con la moneda de euro en la mano.
Habló y durante un minuto de reloj pareció que se paraba el tiempo: las caras mirando la pantalla, las bocas semiabiertas, la sorpresa en los ojos.
-Hostia. Honorio el de las chanclas.
-Toma ya. El portero
-Que bonito. La chica de la ORA
-Eso a los elefantes. Betty
El taxista miró sorprendido pero no dijo nada.
Los dos del traje, igual. Miraron con asombro pero no dijeron palabra. Se ve que tampoco se lo esperaban, pero su quehacer, o personalidad o lo que fuera no incluía hacer comentarios y menos entre desconocidos. De hecho ellos mismos habían llevado la extrañeza al bar. Pidieron café y dijeron cuanto es antes de que Betty los sirviera, señal inequívoca de desconfianza. El de la Coca Cola, que sí estaba cuando ellos llegaron, dijo que eran policías. Honorio que no, que eran guardaespaldas de Montoro.
El caso es que ambos permanecieron mudos. Los otros, no. La más admirada y agradecida fue la chica de la ORA que consideró que era todo un detalle, que un error lo tiene cualquiera y que un rey saliera así pidiendo perdón, ojalá lo imitaran tantos políticos  corruptos y amigos de corruptos.
El portero hizo alarde de hombre de mundo, acostumbrado a ver cosas y casos en la vida, de modo que afirmó que no había antecedentes de una cosa semejante. Y también puso en juego sus habilidades psicológicas: y además se le veía sincero.
-Sí, sincero. Que no le ha quedado otro remedio. Le han dicho, hay que hacer algo sí o sí, que menudo escándalo has montado. Y por eso ha hecho esta pantomima.
Honorio desde sus chanclas ya no está ni en situación ni en edad de andar con paños calientes. Así que aprovecha para dar doctrino o, como él dice, cantar las verdades al lucero del alba. O sea, decir lo que piensa o lo que le da la gana.
-Con la que está cayendo y él como si estuviéramos en la Edad Media. Que hay que apretarse el cinturón y él de caza de elefantes. A ver si empapelan a Urdangarín. Y a su mujer, ¿o es que era tonta y no se enteraba? Verás como se libran los dos. Ahora dicen que también tiene que ver el rey, que hizo gestiones. Si tiraran de la manta nos íbamos a reir. Ahí si que tenía que pedir perdón. Y de sus propios negocios, y de sus gastos y de sus amigotes. Anda que.
El portero miró a los desconocidos trajeados, por testar cómo reaccionaban ante las palabras de Honorio. No logró sacar conclusión alguna: estaban parapetados tras sus gafas negras.

jueves, 5 de abril de 2012

No se va a entender

Eso fue lo único que se pudo oir, la frase que se oyó con nitidez. Nada más. Luego, como vieran que todos se volvìan hacia ellos, la pareja enmudeció. Mejor dicho, él se llevó un dedo a los labios y sugirió que no dijeran nada más, que los estaban observando. Ella estuvo de acuerdo.
-No se va a entender
Y todos los que estaban esa tarde en el bar de Betty miraron de nuevo.
Ya fue exraño que Montoro apareciera a aquellas horas. No era nada habitual. A las ocho de la tarde y acampañado por aquella mujer tan trajeada como él. Al principio no la reconocieron. Como llevaba unas semanas acercandose a la España real y no encontraba otra forma que intentar hacerse el simpático, sin conseguirlo, pues le prestaron la atención justa. Es decir, poca. Y que llegara acompañado suponía lo mismo que llegar con la cartera colgándole del brazo.
Fue el portero quien se dio cuenta.
-Pero si es la ministra.
Efectivamente, todos estuvieron de acuerdo en que era la ministra. Tardaron un poco mas en colegir que era la de Trabajo.
-Están liados.
-Halaaa. Tu siempre tan romántica.
-A ver, le ha dicho "No se va a entender". Ya me direis. Está más claro que el agua.
-Pero están casados, no?
-Si, pero no entre ellos.
Cuando elucubraba la chica del ORA con que estarían o no juntos, los ministros ya se habían ido. Ni siquiera se habian terminado las Mirindas.
Así empezaron las elocubraciones.
La chica de la ORA y los de la Telefónica, que estaban liados.
-Pero que eso es imposible, y vienen a pregonarlo a un bar, para que se les vea.
-No es un bar cualquiera, es un sitio que sólo conoce él.
Honorio el de las chanclas aseguró que no estaban liados, que lo que le dijo se refería a los presupuestos, a la justificación de los recortes.
-¿Y para decirle eso se la trae aqui?
Betty asintió con la cabeza. Su autoridad moral hacía que todos estuvieran de acuerdo con ella. No dijo nada. Para todos significaba, si yo os contara. Pero no contó. Con lo que para unos estaban liados. Para otros no lo estaban, lo que decía Betty se refería a los presupuestos y los recortes.

lunes, 26 de marzo de 2012

Sonreir y aguantar





Montoro quería contar lo suyo pero a nadie le importaba. Lo que querían saber todos era qué le había pasado a Betty.Tener el bar cerrado durante cuatro días no era normal, descubrir que nadie sabía nada de ella, ni su teléfono ni dónde vivía, tampoco y sorprendente. Ella sabía de todos, cómo buscarlos y dónde, tenía si no todos los teléfonos, al menos la manera de encontrarlos. Ninguna sabía de ella.
La prueba fue cuando se presentó el que dijo ser el novio de la chica de la ORA. Apareció un domingo por el bar y aseguró que  acababa de llegar de Ecuador y buscaba a su novia, Margarita, que trabajaba en el servicio de Ordenación y Regulación de Aparcamientos del ayuntamiento de Madrid. Al principio nadie supo contestar, pero Betty enseguida se dio cuenta de a quien buscaba. Pero no se fió y le dijo que volviera por la tarde. Nadie sabe cómo lo hizo ni a quien recurrió pero logró hablar con la chica y asegurarse de que el tipo que preguntaba por ella era de ley y realmente su novio. Cuando volvió por la tarde estaba en el bar la chica de la ORA esperándolo.
Así que esa mañana estaba el bar atestado, pero no para comentar los resultados electorales con el hombre del traje oscuro y la cartera colgándole de la mano, sino para saber de Betty. Estaba el taxista mirando el fondo de su vaso, el zapatero, los de la telefónica, la chica de la ORA, el portero, la del estanco que se supone que a esa hora no podía estar, como el subdirector de la Caja de Ahorros, Honorio con sus chanclas, la pelirroja leyendo su libro, Paqui mirando con agradecimiento y pena al taxista, incluso Bernardo que hacía tiempo que no aparecía, lo que había dado lugar a muchas suposiciones.
Menos la pelirroja que parecía enfrascada en la lectura, todos los demás miraban con expectación a Betty. Ninguno preguntaba, todos esperaban una explicación. Montoro dio los buenos días a todos, mirando a los ojos de cada uno. Encontró los de todos, indiferentes, a su intento de acercamiento a la España real. En rigor, los del taxista no los encontró, que seguía mirando al fondo de su vaso vacía a pesar de la presencia de Paqui.Todos miraban a Betty.
Y como ella no pensaba dar explicaciones pasó el interés a Montoro.
-No se le veía aplaudir con mucho entusiasmo.
-¿Por qué dice usted eso? estamos muy satisfechos.
Honorio no le dejó terminar
-No nos cuente películas. Pensaban arrasar y han perdido
-En fin, en Andalucía hemos ganado, se trata de un triunfo histórico.
-Pues no lo parecía, solo había que ver las ganas de reír que teníais en el balcón.
-Al de Sevilla tendréis que darle la carta de despido, ¿no?
Ante la atención lograda, si bien no muy entregada, Montoro vio la oportunidad de congraciarse con el grupo. Podía ser un verdadera acercamiento. Tal vez por el lado de la empatía.
-En fin, ya saben ustedes que a veces hay que sonreír y aguantar.
Lo dijo ajustándose los gemelos brillantes de los puños de su camisa.
Pero el grupo no apreció el detalle de la confidencia. Honorio, el zapatero, los de telefónica y la chica de la ORA miraron con displicencia lo de los gemelos y se volvieron hacia Betty, a ver si les decía qué le pasó para tener cerrado el bar cuatro días. El resto siguió dándole la espalda.

jueves, 15 de marzo de 2012

Lo último, llamar a la policía

Pipas, cáscaras de gambas, huesos de aceituna y servilletas de papel pringadas de grasa llenan el suelo del bar. Se ve  a través de los cristales,  y las luces encendidas muestran el desastre. Ni el cierre está echado, ni se ve nada roto, pero la puerta está candada. Betty nunca dejaría así su local.
-Habrán robado
-Pero no se ve nada forzado
-Habrá que llamar a Betty
-Habrá.
-O a la policía.
-A esa no.
A la puerta del bar de Betty habían llegado, como cada mañana a la hora del aperitivo, el de las chanclas, el taxista a mirar el fondo de su vaso, la chica de la ORA y los de la Telefónica de la fibra ópticva. Se encontraron con que estaba cerrado, pero sin la persiana de aluminio echada y con las luces encendidas.
-A ver si le ha pasado algo a Betty
-¿Quien tiene su teléfono?
Nadie lo tenía, ni el taxista. LLevaban años pasando las horas muertas, bebiendo o comiendo lo que les servia Betty y no sabían de ella más que el nombre y algo de su fuerte personalidad.
-A lo mejor el portero.
-Ese, seguro.
Tampoco.Tenía las llaves de todos los pisos, pero no la del bar de Betty. Tenía los teléfonos de los vecinos, pero no el de Betty. Claro que tampoco Betty era vecina de la finca que él regentaba.
El portero se hizo cargo de la situación. Preguntó al taxista si cuando él se fue seguía Betty en el bar, y este afirmó con la cabeza. Hizo una rápida encuesta para comprobar si alguien tenía un teléfono de Betty o sabía aproximadamente donde vivía, al menos el barrio. Nadie sabía.
LLegó Montoro con su cartera colgando de su mano en pleno revuelo. El hombre, en su empeño en reconocer la España real se propuso echar una mano. Se ofreció para llamar a la policía. Pero el portero no sabía qué hacer, pero sí lo que no debía hacer. Más, conociendo un poco a Betty.
-Lo último, llamar a la policía.
Montoro no supo si era que no entendía a la España real o que ésta estaba metida en algún lío. 

martes, 28 de febrero de 2012

Malos y buenos

La pelirroja, que seguro que tiene algo que ver con Betty, elegante y lenta, con un vestido blanco como si viniera de la alfombra roja de los Oscar, atravesó el bar como si se deslizara. Se sentó en el taburete de la esquina, sacó del bolso su libro y Betty le puso delante un zumo de melocotón sin que se lo hubiera pedido.
Enfrascada en la lectura, aparentemente se mostraba ajena a las conversaciones que se cruzaban en el bar.
Era la chica de la ORA la que le decía a Montoro que estaba con él, que lo apoyaba y que  le gustaba más, de verdad, su peinado que el de los Guindos.
-Dirás el de De Guindos.
-Como sea, me gusta más el suyo.
El hombre del supuesto peinado, la cartera negra entre los pies, la Mirinda en la mano, no supo que contestar, si agradecer el cumplido o eludirlo. Tenía claro que su objetivo era conocer de cerca la España real y mezclarse con ella, estaba empeñado en ello, pero no le era fácil captar todos los matices.
-Pero si llevan los mismos rizos.
Lo había dicho Honorio, desde el taburete  donde colgaban sus chanclas. La risotada fue general. Se rio Betty, el portero, la chica de la ORA, los de la Telefónica que llevaban dos meses por el barrio por lo de la fibra óptica, el mismo Honorio, el tapicero y su hijo, y la Juani , cuya presencia había tensado la atmósfera del bar. El taxista, no, o porque estuviera la Juani o porque siguiera sin encontrar lo que  hubiera o no hubiera en el fondo de su vaso vacío. Tampoco pareció reír la pelirroja, metida en su libro forrado, aunque miró de reojo y se pudo ver un brillo listo.
-Una pregunta.- Dijo la Juani, animada por el escenario y las risas.
-Dígame usted. -Se apresuró, solícito Montoro, apretando la cartera entre las espinillas.
-Yo es que no distingo a uno de otro.
-Pues esta bien claro. Uno es el malo y otro es el bueno, como los policías. Este es el bueno y el otro es el macho, el que dice lo que hay que cortar. No hay más que ver la pinta de uno y de otro.-Ilustró Honorio.
-Las cosas no son exactamente así. Déjenme que les explique.
No le dejaron. Parece que intentaba exponer algo pero nadie le prestó atención. Lo que nos se sabe muy bien es la razón: si es porque se había vuelto de pronto invisible invisible,  si porque la España real no permite fácilmente los acercamientos o porque en el televisor apareció la imagen de Urdangarín.
-Ese sí que sabe
El portero, experto en diplomacia, se dio cuenta de la situación en que había quedado Montoro. Así que aunque no dejaba de mirar las imágenes consideró que debía intervenir. Sabía hacerse cargo de situaciones difíciles
-Entonces baja el déficit o no baja
-Estamos en ello, pero no es fácil con la herencia que hemos recibido. -Empezó a explicarse con cierto alivio. No estaba todo perdido con la España real, debió pensar.
Entonces el portero se dio la vuelta definitivamente y se interesó por lo de Urdangarín. Debió considerar que ya había hecho bastante por el hombre que tomaba Mirindas.

domingo, 12 de febrero de 2012

No fue lo que parecía

En el bar de Betty todos saben que el taxista se separó por una tontería. En realidad no es que se haya separado, es que su mujer lo echó de casa.Todo porque un día se emborrachó la Juani y el taxista se la llevó a su casa. La mujer pensó que era lo que no era y los echó a los dos.
Como siempre Betty lo ecogió en su bar. A nadie se lo dicen, pero el taxista duerme en el cuarto donde el portero guarda los útiles de limpieza.
Y desde entonces, hace ya casi cuatro meses el taxista mira el fondo de su vaso, No ha vuelto a coger el coche.
Pero nadie le pregunta por qué.
Dice Honorio, el de las chanclas que todo lleva su tiempo

sábado, 11 de febrero de 2012

Discreción

Los del bar de Betty saben que en el edificio vive un futbolista, un escritor, una policía, una diputada del mismo partido que Montoro, una profesora, un gigolo y un vendedor de coches por el portero. Ninguno de ellos ha entrado nunca en el bar, pero los parroquianos lo conocen casi todo de ellos. Donde trabajan, cómo, los avatares de sus vidas sentimentales, sus alegrías y, sobre todo, sus miserias. Vamos, saben la historia de todos, sólo que de esos conocen más detalles.
-A mi no me gusta meterme en la vida de nadie. Y en mi oficio lo que se necesita es mucha discreción.
El portero lo dice totalmente convencido, frontandose las manos, embutido en su mono azul del que cuelga un pedazo de tela rojo, como una señal de alarma.
Lo que ocurre es que cuando el cancerbero de la finca expone lo que exige su profesión lo cree firmemente. Otra cosa es que comente lo que sabe y lo comparta en un lugar cálido donde se siente escuchado y valorado
-No, no vive con la mujer. Esta vive con los hijos en Barcelona. Que tiene dos niños pequeños. la que vive con el es la querindonga, que además le saca por lo menos diez años. Pues calcula, el chaval ese tiene 26 años y la amante tiene más cerca de cuarenta que de treinta. Por lo visto era su representante y está con ella desde que fichó por el Madrid.
-

jueves, 9 de febrero de 2012

Absueltos, condenados e inhabilitados

-Pues miré usted, hoy es uno de esos días en que me gustaría decirle un par de cositas al de la Mirinda.
-Hoy no aparece, ya lo verá usted.
-Pero si eso no es cosa suya, es de Justicia
-Eso es el alcalde, ¿no?
-Es cosa de todos, ¿o cree usted que no están conchabados unos y otros?
-El de la Mirinda no vendrá no por eso, sino porque estará preparando cómo explicar la reforma, que lo hacen mañana.
-Qué va a preparar, de eso no se encarga él, es cosa del Guindo.
-Quérrás decir De Guindos.
-Como se llame.
-La que se encarga es la otra, la de Trabajo, ¿como se llama esa?
-Mato, ¿no?
-Que va. Esa es la que no sabía que coche tenía su marido en el garaje. Esa está de  Sanidad, me parece
-La de Trabajo se llama Baéz, Barez o Báñe. Algo así. Vamos, yo sé que se llama Fátima, me acuerdo bien porque se llama como suegra.
-Se encargue quien se encargue nos van a joder igual.
-Pero una cosa es la crisis y la reforma, y la madre que la parió y otra cosa es que condenen a ese hombre a once años por querer meter mano a los corruptos. O sea, que va él a la cárcel y el Correa ese sale de rositas.
-Que no va a la cárcel, que lo inhabilitan.
-Y qué más da, lo condenan.
-No, que lo quitan de juez.
-Pues eso, lo condenan.
-LLámalo equis, él, condenado y el Gürtel ese absuelto.
-Te estás haciendo un lío, el absuelto es el curita.
-Pero ese fue por otra cosa, porque no pagaba los trajes.
-Que se los pagaban a él, que no es lo mismo.
-Que es una vergüenza, y punto.
-Lo que yo digo es que el Correa ese o el Gürtel, o como se llame, debe estarse escojonando.

Cada uno decía una cosa, sin escucharse, como siempre, pero por una vez en el bar de Betty casi todos estaban de acuerdo.

martes, 7 de febrero de 2012

Interviú con un gato

La orquesta acababa de tocar Wisling Rufus, Soldiers in the park, 'The stars and stripes for ever, Down south' y otras composiciones inglesas y yanquis. ¡ Todo sonaba y olía á anglosajón en el café ! De pronto, en la pizarra donde se inscriben los « trozos selectos » que va pidiendo, fuera de programa, el público, leí :
DEMANDÉ ESPAÑA !...
¿Quién se había atrevido á pedir allí, entre ingleses y yanquis, cuyas marchas musicales suenan á triunfo y parecen hechas para marcar los rapaces pasos del conquistador, la España, mutilada en su ortografía á la francesa, como mutilada fue en su gran Imperio ? Contra mi costumbre de no enterarme de lo que hace el vecino — ya que un vecino es para mí bastante menos que un perro — quise averiguar quién había sido... Para cobrar ánimo, empecé por tomar un cocktail, de brandy, Luego tomé otro cocktail, que tuvo que ser de whisky, puesto que dos de brandy hubiera sido faltar á la reunión.
Y, hecho un brazo de mar, me dirigí al mostrador.
— ¿ Sabe usted — pregunté á la madama elegantona, distinguida y perfumada — sabe usted quién ha pedido España ?
— Aquél — contestó ella casi sin mirarme, porque tenía puestos todo sus sentidos en contar calderilla.
Aquél tenía ojos fosforescentes y bigotes así.
Me acerqué con recelo, y le dije, ensayando una sonrisa :
 — Si no está mal preguntado, ¿es usted, por casualidad, español?
— Español y gato, para servir á usted.
¡ Gato ! ¿ Cuánto tiempo hacía que no oía yo eso de gato, aplicado, no sé por qué, á una villa que se llama del oso.
— ¿Conque gato, eh ?
— De Madrid, sí, señor.
Cambiamos nuestros nombres. Llamábase él — y seguirá llamándose, si no ha muerto desde anoche — Fernández y Fernández. Como notara yo que mi nombre no le decía nada, no pude refrenar un impulso de vanidad herida. Y me tiré una plancha.
— Siendo usted español, y por añadidura de Madrid, me conocerá usted de referencias, tal vez de malas referencias... ¿No ha oído usted nombrar á Bonafoux, de la Prensa de Madrid, Luis Bonafoux, periodista distinguido, casi eximio?...
— Le diré á usted. Yo hace muchos años que falto de España y que nada sé de España.
— ¡Pero de mí por fuerza sabe usted, señor Fernández y Fernández, alguna cosa !
— Ni de usted ni de nadie.
Para pasar á tragos esta horrible decepción, pedí otro cocktail, que, no debiendo ser de
whisky, fue un martini cocktail.
— Yo, señor mío, vivo en Pourville, y en la soledad de esa playita abrupta y arisca he refugiado el dolor que me causan el recuerdo y las cosas de España — me dijo, con campanuda voz, el Sr. Fernández —. Difiero del modo de ser de mis compatriotas, que son suicidas por temperamento; suicidas, sí, señor. España, la gran España, se ha convertido en un pueblo narcotizado, narcotizado por discursos kilométricos, por artículos kilométricos, por kilométricos programas de café, en cuyas mesas todos los parroquianos arreglan en un dos por tres la situación del país. Lo que necesita España es un sable...
— ¡ Pues apenas hay sables en la Puerta del Sol y calles adyacentes !
— Un sable, he dicho, que corte muchas, muchísimas cabezas.
— ¡ Señor Fernández!
— Porque ha de saber usted, señor mío, que así como la calentura no está en las sábanas, tampoco las desgracias de un país están exclusivamente en sus Gobiernos. Costumbres, costumbres públicas y privadas, eso es lo que necesita principalmente España. Un prurito de crítica corroe todas las manifestaciones del país, y los que peroran y escriben contra los defectos del mismo son los primeros en incurrir en ellos cuando están en condiciones de poder corregirlos. Es una broma y una lata. Pero parece que el país vive á gusto entre bromas y latas...
— Vea usted- — prosiguió el Sr. Fernández, alzando la voz y dando golpes en la mesa — vea usted la tertulia de este café : tertulia fina, circunspecta, silenciosa, y que de once á doce, y sin que nadie la obligue á ello, se retira á casa; tertulia de ingleses, en su mayoría, de franceses y también de norteamericanos. Españoles no hay más que usted y yo.
— Sí, señor Fernández, y si usted continúa dando voces y pegando testarazos en la mesa verá usted que muy luego no quedará aquí ningún español...
Y como la orquesta acabara de tocar España, entre aplausos de la concurrencia, no pude menos de decir al Sr. Fernández:
— Puesto que tanto aflige á usted el recuerdo de España, ¿por qué hace usted que se lo resucite la orquesta de este café?...
— Pues le diré á usted: todos los veranos vengo de Pourville á Dieppe nada más que á hacer tocar esta música. ¿Sabe usted por qué?
¡Pues para que rabien los extranjeros!...
Y dando otro testarazo en la mesa, el señor Fernández rompió una copa de granadina, cuyo líquido fue a mojar los blancos y vaporosos bajos de una miss, que le miró severamente.
— ¡Vámonos, pues, señor Fernández, antes que nos echen del café !...
De Luis Bonafoux hacia 1899

viernes, 3 de febrero de 2012

La España real

Montoro se sentó en el taburete que quedaba libre, equidistante entre los de los extremos, ocupados por el taxista y el de las chanclas. En realidad, en el que se había acomodado cada día desde que apareció por el bar de Betty, con lo que podría decirse que se puso donde siempre como si ya fuera un cliente habitual. Es verdad que habló más que en otras ocasiones, porque dijo buenas tardes, señores, cuando las otras veces había entrado con la cartera colgándole de la mano, sin mirar a nadie, como mudo. Se ve que había tomado confianza o que se pensó que si vas a un sitio cuatro veces ya perteneces al sitio de alguna manera. Desde luego ya a nadie extrañó que el hombre repeinado en los rizos del cogote y encorbatado apareciera por allí.
Pidió una Mirinda, por favor, y a pesar de la costumbre, de Betty seguía sin fiarse y le cobró antes de servirle.
-Son dos euros.
La chica de la ORA, Betty, Honorio y los de la telefónica miraron cómo Montoro probaba la bebida, tras dejar la cartera en el suelo y ajustarse la gafas con los dedos pulgar e índice. El taxista, no, que seguía rebuscando algo con la mirada en el fondo de su vaso vacía. El aparato de televisión estaba, como casi siempre a esa hora sin volumen, los del mus se había ido discutiendo como cada día, enfadados los cuatro, no pasaba nada en el bar y a nadie se le ocurría decir nada de la vida, la propia o la ajena, así que estaba justificado que los cinco se fijaran en cómo el tipo trajeado que llevaba visitando el bar ya varios días hasta hacerse casi cliente usual se entregaba al disfrute del refresco.
Montoro también los miró a todos, como si esperara ser aceptado, para lo que ensayó un esponjamiento en su expresión. Le salió una mueca, pero fue un intento. Entonces Honorio, evidentemente en chanclas, levantó el dedo. Lo hizo como si estuviera al fondo de la clase y quisiera preguntar algo. Y El hombre trajeado, atento y dispuesto, se dispuso a contestar, aunque le salió un tono un poco autoritario.
-Dígame.
Honorio no se percató de tono alguno puesto que desde que hizo el anuncio se convenció de que le daba igual lo que pensaran los demás. Pero había sido mucho el tiempo de la otra vida, la atosigada, la comprimida, por eso le salían todavía cosas como la de levantar el dedo.
-Pues que estaba yo pensando que cómo se le ocurre a usted venir a este bar. Qué que se le ha perdido aquí, vamos.
El interpelado tocó un momento la cartera, como un tic, pero a pesar de sentirse tenso vio que era su oportunidad, así que pensó aprovecharla.
-Mi querido Honorio…
Este se temió lo peor, así que le cortó el discurso.
-Oiga, que sólo era una pregunta.
-Déjeme que le explique.
Y lo que hizo Montoro en el bar de Betty esa tarde fue explicar que había elegido ese sitio para conocer la España real. Que prefería acercarse él, y ver y oir, que quedarse sólo con lo que le decían los asesores o sus informes.
Nadie del bar entendió mucho lo que pretendía el tipo trajeado de los rizos en el cogote. Así que dejaron de prestarle atención. Cada uno miró a otro lado encogiéndose de hombros. Betty misma tocó sin mucho disimulo el mando del televisor y subió dos puntos el volumen.
Pero ya que había tomado la palabra, porque de alguna manera se la habían dado, quiso usarla y ganarse a los parroquianos. Demostró ambición y probablemente falta de cálculo, pero se lanzó a conseguir la atención con lo que pensó que era el método más apropiado en aquel momento y aquel lugar, con un chiste.
-Va un señor a la frutería y le dice a la frutera, quería que me diera un kilo de naranjas y que me enseñara las tetas.
Se ruborizó al decirlo, pero Montoro estaba lanzado y ya no había marcha atrás.
-Pero que dice, está loco. Y el hombre dijo es que desde que gobierna Rajoy hay más confianza en los mercados.
Nadie dijo nada, ni movió un músculo, como si no hubieran oído nada. Ni siquiera el de las chanclas que había preguntado. Fue el taxista, sin dejar de mirar el fondo de su vaso el que dijo:
-Vaya gilipollez.